3.

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—¿Agua?

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—¿Agua?

Negué con la cabeza. Él levantó los hombros indiferente.

—No seré yo quién te obligue a vivir.

Asentí.

Miré el vaso de metal con anhelo, puede que sí me estuviera muriendo de sed, pero debía resistir.

¿Resistir a qué?

—No lleva veneno.

Volví a asentir sin mirarle a la cara.

—Piensas que me voy a hacer pasar por tu amigo, estar días detrás de como si me importaras, hablar contigo hasta la madrugada, besarte, perseguirte, vigilante día y noche, no salir de tu cabeza, intentar matarte más de una vez, sin querer, y, cuando por fin consigo secuestrarte después de meses de planear esto. —Comenzó a explicar señalando la última palabra con los dedos al suelo. —Después de llegar hasta aquí y hacer todo ese proceso inaguantable, ¿Crees que te voy a matar con agua? —Vi sus cejas levantadas y su cara y casi me dieron ganas de reír. —¿Te estás riendo?

Negué con la cabeza y me puse seria.

—Toma la maldita agua, no quiero que mueras de deshidratación.

Negué de nuevo y me di la vuelta, estaba sentada en una especie de colchón incómodo en el suelo. Miré a la pared y me crucé de brazos. Pronto escuché los pasos justo detrás de mí.

—Bebe.

Me negué.

—Bebe.

De nuevo la acción con la cabeza.

—¡Bebe joder! —Me dió un empujón seguido de un grito y me tiró el vaso de agua encima.

Me di la vuelta lentamente sin pararme a pensar en lo que había hecho y le miré.

—Tengo sed.

Y se fue dando un golpe a la puerta que resonó por la pequeña habitación.

No era que me gustase morir, es que simplemente ya estaba muerta. Por un poco más no sucedía nada, y sabía que él no me mataría tan pronto.

Miré a mi alrededor.

Me era tan familiar aquel sitio. Puede que ahora fuera diferente a cuando había estado anteriormente, ya que no era la primera vez que sucedía esto.

Pero si la primera vez que él estaba tan cerca mío.

La última vez que estuvo tan cerca casi no sobrevivo.

Me reí ante la idea de haber muerto.

No se puede morir si estás muerta ¿Verdad?

_________

El día que le conocí hacía Sol. Tanto que casi me derretía en mi habitación.

Recuerdo mirar con nostalgia a la calle, viendo pasar las nubes blancas por el cielo como si de una película romántica se tratase. Como si las formas de las nubes fueran corazones y parejas haciendo el amor.

Eso no pasaba aquí. Conmigo y menos con él.

Hacía tiempo que no salía. El aire, el calor, la vida, me daba miedo aceptar.

Había escuchado de él antes. Le había visto por la calle, junto a muchas personas, era algo famoso. No para bien.

El día que le conocí algo entró en mí y no salió más. No sabría distinguir qué era simplemente me abofeteó como una brisa de aire cuando más calor hace y se quedó, para no irse. Jamás.

Y no sabía si me alegraba por ello o me entristecía el hecho de no poder huir.

La gente no quería irse de su lado, tenía ese algo que te hacía quedarte un rato más incluso cuando tu madre te estaba llamando porque llegabas tarde a casa.

Tampoco me dejaba pensar, él decía que pensar era para estúpidos.

En cierta manera así era.

Y así fue como le conocí en mi habitación.

Una solicitud de amistad que cambió todo. Amistad decía mi pantalla de móvil, la persona que me mató quería ser mi amiga.

Y yo quería su amistad. Con consecuencias.

Acepté y miré sus fotos por encima. Bajé el dedo hacia una de sus primeras fotos, era una foto en negro, totalmente, sin nada más que oscuridad. Y allí ya me cautivó.

Él era tan diferente, con todo. Pero siempre era igual con todos. Pensaba que yo era diferente.

Pero pensar era para estúpidos.

DeadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora