—Cálmate. —Me susurré. —Shh cálmate. —Repetí cerrando los ojos para concentrarme en mis palabras.
No había nadie ni nada que me interrumpiese, ni siquiera algún ruido molesto, nada de nada, y eso era lo peor. A nadie le importaba.
—Shhh. —Mandé a mi mente callar. —Ya está casi. —Dije para mi misma.
La puerta cerrada y yo en el suelo de esa habitación que tantas veces había visitado. Yo le llamaba la habitación de la depresión, siempre me daban ganas de morir cuando estaba en ella, no estaba segura si era por él.
Comencé rápido, con algo de rabia, como con odio hacia mi misma y mi situación tan patética, y después más y más rápido, hasta que en vez de dolor notaba alivio. Y me gustó, después de meses sin sentir nada, me gustó.
Yo no me cortaba cada día.
Después de unos minutos, miré mi brazo izquierdo, con esa clase de mirada entre orgullosa de mi horrorosa creación y asco. Suspiré y cogí la cuchilla para clavarla más profundamente en la vena verde azulada que resaltaba de mi brazo, lo hice lentamente. Mirando de pleno a la muerte, clavando mis ojos en los suyos y diciéndole "no te tengo miedo, ya no. "
Y justo en ese momento, ese momento donde termina todo, justo cuando no puedes más y crees que el dolor se ha sustituido por la muerte, justo allí escuchas ese sonido. El sonido de la vida.
Ese ruido que esperabas escuchar minutos antes, esa clase de sonido que necesitabas para decir "Mejor en otra ocasión. " Aparecía ahora, cuando ya estaba casi muerta. Ahora que me había decidido por no vivir.
—No, no, no, no, no. —Se escuchó por el habitáculo. —¡No! ¡No! ¡No! —Repitió la persona con las manos en la cabeza. —¿Qué haces? ¡No! ¡No! ¡No! —Sus ojos eran azules y transmitían frialdad.
Abrí los ojos con demasiada pesadez, solo respirar me dolía. Pero era un dolor bueno, aunque no del todo. Era extraño.
Giré la cabeza en el suelo para mirar a la persona que hablaba, gritando sin parar, palabras que no reconocía. ¿Acaso la conocía?
—¡Así no! —Repetía una y otra vez el chico acercándose a mí y cogiéndome con cuidado. —Así no tenía que ser.
Mis ojos se clavaron en los suyos. Y le miré. No le vi, le miré, más adentro, buscando algo que me diera la vida de nuevo para poder destrozarle. Él había hecho esto, él era el culpable de todo. No yo. Yo solo era su víctima.
Negué con la cabeza sin fuerzas, y él se percató de ello.
—Has estropeado mi plan maestro. —Negué de nuevo y sonreí.
—Me has matado.
Miles de recuerdos pasaron por mi mente.
Justo aquí empieza la historia.