Impotente

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Esther siempre fue una niña tranquila, al parecer nunca hacía nada malo, o al menos yo nunca me enteré de algo que ella haya hecho. A veces no sabes cuándo simplemente te irás, y ocasionalmente parece no ser justo... lo de Esther no lo fue.

Después de toser, simplemente su cuerpo de desvaneció en el suelo, los que estaban cerca de ella se alejaron y exclamaron gritos de asombro.

-Tranquilos, tranquilos-dijo el profesor, aunque el parecía igual de nervioso, se inclinó junto al cuerpo de Esther, que parecía convulsiona, entonces, cuando le tocó el cuello, Esther se le tiró encima asiendo ruidos muy extraños, como gruñidos, simplemente no era ella, su boca estaba llena de sangre y sus ojos estaban muy rojos, tuve que voltear, por instinto lo hice, tal vez si no lo hubiera hecho hubiera podido salvar al maestro, pero no lo hice, y nadie en mi salón se atrevió. Podía escuchar los gritos desgarradores de muchos combinados con los gritos del profesor, solo podía llorar y taparme las orejas, entonces cuando vi que todos corrían a fuera, lo hice yo también tratando de no mirar lo que pasaba cerca, y cuando estuve ya en la puerta, miré... miré por instinto, el cuerpo del maestro de química yacía en el suelo, inmóvil, su cuello estaba lleno de sangre y su cara irreconocible, había debajo de su cabeza un charco de sangre, Esther estaba hincada junto a otro cuerpo que no pude mirar ya, simplemente era demasiado, y de nuevo me encontré llorando, hasta que alguien me empujó, haciendo que bruscamente saliera de ese trance.

Corrimos todos hasta las canchas, donde al parecer todos se habían reunido, y poco a poco fueron llamando a los papás de todos, la escuela era bastante pequeña, y llegaron hasta mi después de unos minutos, estaba templando y la imagen del maestro no podía salir de mi cabeza, me encaminé hasta donde los maestros me indicaron, y después de llamar tres veces, decidieron que me iría en el carro de algún maestro, porque mis papás no contestaron el teléfono.

Así que ya en el auto de un maestro el cual no conocía, traté de tranquilizarme sin ningún resultado, sabía que no sería nada fácil sacar de mi cabeza esa imagen, no sabía exactamente qué había pasado, pero en mi mente retumbaba la noticia de hacía unas semanas se había anunciado, era demasiado. Mire de reojo al maestro que conducía, no lo conocía, su expresión era serie y parecía asustado, miré a la ventana, no quería iniciar una conversación, me concentré en los árboles, en las casas, pero, aunque parecía que afuera no sabía que había pasado, había algo diferente, tal vez era solo yo, pero tal vez había más como Esther fuera.

Llegamos a mi casa, y el maestro quitó el seguro, entonces sin decir palabras amables inútiles, salí, mientras casi corriendo fui a la puerta, y toque varias veces, más de las necesarias, el maestro se había ido, y mi mamá se asomó solo un milímetro, cuando me miro abrió la puerta y me incitó a entrar.

-¿Quién te trajo? ¿Estás bien? Estas muy pálida ¿Has estado llorando? ¿Por qué no me llamaste? Hija es muy peligroso estar afuera, las noticias anunciaron que ha llegado esa enfermedad que notificaron antes- Cuando dijo eso último, caí en el suelo, llorando lo que antes no podía sacar, tenía miedo ¿Cómo íbamos a sobrevivir? O mejor dicho ¿sobreviviríamos?-Ana, ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? ¿Qué pasó?

-Mamá... todos... Esther-no podía terminar una frase, todos los recuerdos se agolpaban en mi mente, haciendo que me ahogara en mis propias palabras.

-¡Arnold! La niña- gritó mi mamá desconociendo que lo que único que necesitaba era respirar.

-Mamá... era... el maestro.

-No hables, respira- dijo tratando de mantener la calma.

Después de unos minutos, ya me había calmado un poco, sabía que eso no pasaría de un día para otro.

-Esther, ella... ella se convirtió en un monstruo cuando estábamos en clase, convulsionaba y no solo eso, mamá... Esther mató al maestro-me miraba con los ojos muy abiertos tratando de imaginar lo que salía de mis labios, pero, no se puede imaginar lo que yo vi-Ella estaba infectada.

Papá salió de la cocina, estaba muy sudado, sucio y tenía herramientas agarradas.

-Aseguré la puerta, creo que no falta ninguna, de todas maneras ahora las checamos.

Mi mamá se levantó.

-Llevare a la niña al cuarto, ahí será más seguro, Ana, vamos a quedarnos en casa hasta que esto acabe.

-Mamá-la tomé de la mano-¿Esto acabará?-Me miró un momento, estaba preocupada.

-Sube a tu cuarto.

Cuando entré, la ventana estaba llena de tablas de madera que estaban aseguradas con clavos, estaba muy oscuro.

-Lo mejor será que no salgas hasta que nosotros te llamemos-dijo mi papá detrás de mí, sobresaltándome, asentí.-Hey, todo estará bien-lo abracé, y de nuevo comencé a llorar, no lo soportaba era demasiado para mí-esto acabara pronto, lo sé-el acariciaba mi cabello, y disfruté de ese momento lo mejor que pude, porque no sabía cuándo eso acabaría.

Después me quedé allí, moviéndome de un lugar a otro en mi habitación, me sentía demasiado inútil, así que saqué mis mochilas viejas y tomé las más espaciosas, no sabía si tal vez las necesitaría, y saque toda mi ropa buscando la más cómoda, entonces la acomodé en mi armario de tal manera que la ropa cómoda estuviera más a mi alcance. Mis papás hacían de la casa un lugar seguro, podía escucharlos en la cocina sacando alimento y moviendo muebles, hubiera querido ayudarles, pero ellos y yo sabíamos que no estaba en condiciones, estaba muy nerviosa por todo lo que pasó, y cada cinco minutos necesitaba llorar, sería un estorbo más que una ayuda.

Así pasé toda la tarde, entre tratando de ser útil en mi habitación, llorando por ser inútil, y llorando por llorar demasiado, era demasiado. Hasta que en la noche, todo el cansancio de una mañana agitada surgió efecto y me quedé dormida, sentada en el piso y recostada en la puerta que mis papás habían saturado de tablas, creo que fue la última vez que dormí más o menos bien.

De repente unos ruidos me despertaron, pegué mi oído a la puerta, entonces papá gritó el nombre de mamá, después se escucharon los gritos de mi mamá estaba muy asustada.

-¡Ayúdame con la puerta mujer!-gritó mi papá, los forcejeos seguían, hasta que un golpe fuerte hizo que toda la casa estallara en llanto.

Unos gruñidos muy parecidos a los de Esther se escuchaban desde la puerta, se combinaban con los sollozos y gritos de mamá además de los sonidos que hacían en el piso, estaban peleando con ellos.

Entonces reaccioné y comencé a golpear fuertemente la puerta, lloraba y gritaba mientras con mi débil puño trataba de abrir la puerta, me paré y con toda la fuerza de mi cuerpo golpee la puerta haciendo simplemente que me doliera horriblemente el hombro, seguí intentando alterada por los gritos y sollozos que se escuchaban del otro lado. Lo intenté de nuevo con mucha fuerza, sin embargo, esa vez el dolor de mi hombro ganó la batalla, haciendo que me deslizara por la puerta y cayera al piso, en la misma posición de antes, lloraba y gritaba a mis papás, ellos no contestaban, no podían hacerlo, así que con el brazo demasiado lastimado, lloré de coraje, desesperación e impotencia. Después de unos minutos, un grito desgarrador salió de la garganta de mi papá, seguido por el de mi mamá, un último golpe, y la casa se quedó en un silencio, un silencio que anunciaba el fin de una batalla.

Cuando el miedo gobiernaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora