La Primera noche

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Estuve casi un mes en el norte, en casa de mi tía abuela. Regresé un día sábado, me cambié de ropa y, al instante, viajé a la playa para verla.

Todos los días sábado en su casa hacían reuniones para alabar a Dios, me invitó y mis padres - aunque solían ser demasiado sobreprotectores - me dejaron y pasar la noche en su casa. Era casi 1 hora y 30 minutos de viaje y no les parecía que volviera de noche a la casa.

La idea de quedarme allí nos alegró a ambas, estábamos eufóricas. Después de hablar todo el verano, cada día y noche, teniendo tantas ganas de divertirnos juntas, una noche para hacerlo sería ideal.

Ella se encontraba en la ciudad vecina donde yo vivía, la Ciudad marina, nos juntamos allí, me presentó un par de amigas de su iglesia. Luego ella condujo hacia su ciudad, dejó a sus amigas en casa y por fin nos quedamos solas en el automóvil.

¿Por qué me sentía tan nerviosa? Estaba realmente feliz y ansiosa. Estaba con mi amiga, la había extrañado tanto.

Me presentó a su familia y algunos miembros de su iglesia, todo era maravilloso, seguía nerviosa, como si estuviera deseando causar la mejor impresión posible.

Llegó un chico y lo reconocí enseguida, era Raúl, un joven que solía perseguirla, se le notaba en los ojos lo mucho que Francisca le gustaba.

Me desagradó al instante.

Quizá mi impresión se dejó influenciar por las cosas que Francisca ya me había contado de él, o tal vez mi impresión fue una confirmación a los prejuicios que ya me había formado acerca de él, ¿quién sabe? Sólo sé que me desagradó lo mucho que miraba a mi amiga, lo mucho que la madre de Francisca lo apreciaba y la confianza que denotaba en la familia. Fue desagradable ver sus ojos sobre mi "wawita" - La forma en que nos habíamos comenzado a llamar con Francisca- mientras comíamos en la noche.

Sin embargo, al terminar la sobremesa Francisca dijo que veríamos una película, a manera de, indirectamente, decirle a Raúl que sería una noche de chicas - Eso me agradó demasiado -. Él se marchó.

Su familia se fue a la cama, eran alrededor de las once de la noche. Nos fuimos al cuarto de Francisca, me prestó ropa cómoda para dormir y me acosté en su cama - de una plaza - mientras ella ponía una película en la TV.

Colocó mi película favorita, estuve encantada.

Se acomodó a mi lado diestro. Entrelazamos las piernas, me abrazó por encima con su brazo derecho y comentamos la película.

¿Por qué sentía tanto frío? Si era verano y tenía puesto un polerón,

Ella sintió el temblor de mi cuerpo y comenzó a acariciarme. Era grato, de verdad la había extrañado.

También la acaricié.

Amaba/amo esa película, es sobre una cebra. La verdad amo las cebras, es como una obsesión; casi irónicamente Francisca siempre dice que es un león, por su pelo siempre rebelde, la verdad hace tiempo atrás yo le había comentado que ella era como una jirafa, por su altura, Ella insistió en que era un león.

La seguridad de un león le asentaba, su fuerza, fiereza, sensualidad. Supe que tenía razón, era un león. La forma de agazaparse para conseguir atrapar lo que quiere y la calma de esperar el momento correcto, también se le asemejan. Sin embargo, yo soy una cebra: Torpe, rayada, pequeña, escuálida, al primer movimiento extraño pego un brinco nerviosa. Y en ese preciso momento de cebra, tuve miedo y dudé del león.

Sus caricias eran incesantes, permanentes. Su mano en mi cintura, luego en mi cadera, excursionaba por mis piernas. Todo iba bien, tranquilo, disfrutaba de su compañía, sus caricias y de la película. Tampoco cese de acariciarla. El mismo brazo que me recorría era el que yo tocaba con delicadeza, con la yema de los dedos.

Amor Irreverente (Daniel 2:22)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora