Todo tiene sus consecuencias

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El tercer intento de estar juntas casi nos mata, casi nos deja sin aliento.

Al día siguiente de nuestra tarde - noche de "recaída", la invité a mi casa. Sería su segunda visita y mis padres saldrían en la noche. Estuvo todo perfectamente planeado. Al salir del trabajo condujo hasta mi casa con la excusa de que le habían suspendido las clases y no tenía donde pasar la hora hasta recoger a su primo por la noche.

Mis padres se mostraron gratos. Era extraño, siempre eran ariscos a mis amistades y no compartían mucho pero, como siempre, con ella todo era diferente, una excepción.

Me ayudó con mi tarea de la universidad hasta que mis padres se marcharon. Me costaba escribir, estaba perdiendo la concentración, se me olvidaban las reglas de ortografía, mientras ella me dictaba palabra por palabra con una seguridad que intimidaba. Mis padres se despidieron y ella no dejó de dictarme para que siguiera escribiendo. Comencé a notar que se limpiaba los labios borrando su hermoso labial rojo. Supe su intención de inmediato y me estaba poniendo los nervios de punta.

Al terminar la tarea me puse de pie, ella se levantó y volteé a verla. Todo fue muy rápido. Segundos después me encontraba sobre ella a horcajadas en el sofá.

Pero estaba demasiado nerviosa, me costaba concentrarme, la besaba y la deseaba aunque no tenía la razón tan perdida como otras veces. Estábamos ahí, a completa disposición, y no sabía qué hacer.

Se puso de pie sosteniéndome, me aferré a ella con las piernas mientras caminaba en dirección a mi habitación - ¿Cómo podía tener tanta fuerza? Me cargaba con facilidad y dentro de lo mucho que me intimidaba, me hacía sentir protegida. Qué intrigante. - Me tendió sobre la cama, entre besos fue desapareciendo mi ropa y en un momento de silencio nos detuvimos... ¿Qué escuchábamos? ¿Alabanzas? - ¡Joder! - Mis padres habían dejado música. No era el momento para escuchar eso, no podríamos con eso de fondo. Se levantó y fue en busca de mi notebook, puso música a gusto, la música indicada.

Una presión menos... y ¿ahora qué?

Los movimientos se hicieron bruscos y desesperados, cada vez había menos ropa, la respiración se reemplazó por jadeos. Y entonces me miró.

- ¿Estás segura? - Su pregunta llegó a alguna extraña y profunda parte de mi interior que se estremeció. Se preocupaba por mi.

- Amm... - Dudé - No. - ¿No? ¡No! ¡JODER! ¿CÓMO NO PODÍA ESTAR SEGURA? Era lo que más había deseado el último mes y ahora no estaba segura.

Quizá nos tomamos un minuto - o para mi fue así-, mi mente estaba llena de dudas o quizá inseguridades, realmente no tenía certeza de nada. Tenía miedo... ¿Y si no le gustaba o no era suficiente para complacerla? ¿Y si me volvía a terminar?

Deja de pensar.- Intenté persuadirme -. Me dejé convencer por su absoluta sensualidad y dejé que sucediera lo que nuestros cuerpos dictaran.

Hicimos el amor, junto a todo el nerviosismo que la situación amerita. Con todo el miedo a la llegada de mis padres. Junto a toda la fiebre que fuera capaz de resistir el cuerpo.

Mi cuerpo desnudo bajo el de ella me hacía sentir vergüenza, evitaba su mirada y me tapaba con los brazos cuando se detenía a observarme con cariño y deseo. La situación me estaba superando. Sus manos expertas recorrían cada curva de mi carne; no solo mi cuerpo temblaba, mi mente tampoco dejaba de estremecerse. Su lengua entendida en la materia era como si conociera mi cuerpo a la perfección, sus dedos experimentados e instruidos investigaban en lo profundo de mi alma hasta producirme estertores. Jadeante, mi cuerpo no resistió y me dejé envolver por el placer ante su calor, casi adormilada de satisfacción, pero con ella no había descanso. 

Amor Irreverente (Daniel 2:22)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora