Todo comenzó

27 2 0
                                    

No daré los típicos detalles de mi vida, no importa quién soy, ni quiénes son mis padres, cómo fue mi infancia, primer beso, primer corazón roto, etcétera. Quizá a lo largo del relato vaya dando un par de datos y se unan cabos sueltos. Aún así, no es imperativo en este momento, ni siquiera daré mi verdadero nombre, por ahora, soy Valentina, tengo 19 años y ni siquiera recuerdo cómo escribir una historia, hace bastante tiempo no lo hacía. Y no pensé volver a hacerlo, así como no pensé volverme a enamorar.

Nos conocimos por whatsApp - Si, es una relación moderna, perdón, fue -. Bueno, en realidad nos conocimos en un retiro espiritual de la iglesia aunque, en verdad, no la recuerdo. No hablamos en ese momento, fue tiempo después cuando una tarde, de la nada, me habló.

Francisca.

Ese era otro momento de transición y malestar en mi vida, pero no daré pormenores. Nos hicimos amigas porque ella intentó ayudarme, me entendió. Su pasado y el mío estaban ligados por las mismas luchas, problemas, heridas. Fue mi consejera. Siempre admiré su pasión por seguir y servir a Dios, desvelada por dar lo mejor de sí y cambiar para agradarle, comprendí completamente, yo quería lo mismo.

Nuestra amistad no funcionó del todo en ese tiempo, vivimos bastante lejos, sólo por precisar una referencia, yo vivo en el campo y ella en la playa.

Así pasaron los meses, hablando de vez en cuando, contándonos la vida, opinando de amores fallidos y aconsejandonos la una a la otra para ser mejores. Si bien, la amistad era bastante cuadrada, se construyó una hermandad.

Hasta que llegó el verano.

Me habló una mañana, y me preguntó si quería visitarla, era un largo viaje pero me pareció interesante. Habíamos comenzado a hablar seguido y nunca logramos coincidir para juntarnos. Por tanto, acepté y fui a verla.

Fue una tarde maravillosa, dimos vuelta por su ciudad y alrededor de la playa en su auto, nos pusimos al día. Tomamos su guitarra y al borde de un risco frente al mar alabamos a nuestro Dios, con pasión, con amor. Jamás había tenido una conexión así con alguien. Supongo que, tanta similitud en nuestro pasado, producía que sintiéramos lo mismo frente a Dios. Su amor era/es inmerecido y encontrar a alguien que nos entendiera tan bien nos hacía sentir bendecidas.

Aquella tarde hicimos planes de pasar el 14 de febrero juntas. Hecho que no se pudo llevar a cabo porque una semana después me enteré de que iban a operar a mi tía abuela del campo y fui a cuidar su casa. En ese viaje al norte - más de cuatro horas de distancia desde donde yo vivía - fue donde todo cambió entre nosotras.

Fueron noches largas, la confianza se había hecho casi palpable y cada día, entre conversación y risas, se comenzó a forjar un cariño muy grande -casi al punto de la desesperación por querer volver para juntarnos, reírnos, compartir-. La estaba conociendo, de verdad. La amistad ya no era la misma cuadrada y puntual, éramos dinámicas, las bromas fluían y mientras más entrada estaba la noche, se trazaba una muy difusa línea entre las bromas y el coqueteo. Hasta que una noche hablando por teléfono la oí decir:

¿Cómo no enamorarme? -Parecía más una pregunta para sí misma que para mí. Sin embargo, alcancé a percibir su espera por mi reacción.

Un día en clase de Lenguaje y Comunicación en el colegio, la profesora enseñó que las buenas películas siempre en su inicio daban indicios de la trama, es decir, pequeñas señales que advertían al público lo que se avecinaba. En esta historia hubieron varios atisbos de lo que iba a suceder, pero yo estaba tan segura de mi misma y tan confiada, que se cegaron mis ojos y olvidé tener cuidado. Aquella pregunta fue una clara señal que no discerní.

Sabía que era broma, estaba hablando con mi hermana (en Cristo) y por mucho que tuviéramos un pasado ligado a la homosexualidad, ni en la más descabellada de mis ideas me podría imaginar que ella sintiera algo por mí, así que no dejaba ser una broma.

Sin embargo, a la mañana siguiente lo primero que recibí de su parte fue un gran mensaje pidiéndome perdón. Lo comprendí completamente, su argumento estaba basado en que sabiendo la lucha que teníamos con nuestro pasado no era apropiado estar burlándose de eso, que en algún momento podríamos confundirnos y no estaba bien.

Fue sabio.

Fue lo correcto.

Esa misma tarde hablé con Dios y le pedí perdón por todas las cosas que le dije a Francisca la noche pasada, no estaba bien, ambas éramos sus hijas y debíamos respetarnos.

No estoy segura de sí se preguntan cómo dos cristianas tienen tanto miedo a caer en la homosexualidad o cómo es posible que hablemos de un "pasado" homosexual y luchemos contra eso.

La gente normalmente no lo entiende, menos hoy en día donde las leyes de inclusión y la ideología de género han calado tan profundo en la conciencia de la sociedad "empática". La verdad, yo no he sido toda la vida cristiana, hija de Dios, evangélica o como prefieran llamarle. Me crié en una familia apartada de la religión, que profesaba ser católica pero nunca hubo fidelidad a Dios ni a su palabra. Si bien había escuchado hablar de él - cuando tenía pesadillas o habían problemas en la familia y llegaba el momento de usar el último recurso y acudir a una ayuda divina - nunca le había conocido. Hasta que mis padres se enteraron de mi homosexualidad en medio de mi pre adolescencia, era solo una niña pero comencé a sentir atracción por chicas y no chicos. Es una larga historia, lo realmente importante pasó años después cuando al borde de una depresión, intentos de suicidio y quiebre familiar, conocí a Dios.

Llegó a golpearme con su enorme amor. Creo que no hay descripción más perfecta, porque producto del "golpe" me fui de cara al suelo y noté lo mal que estaba.

Necesito aclarar que nadie me obligó, - como suele pensar la gente - no hablo de iglesia, no hablo de religión, hablo de Dios mismo, YaHWeH, el Creador de todo; demostrando que me amaba y mi corazón se llenó de arrepentimiento por lo mala persona que había sido tantos años. Y supe en ese momento que le necesitaba y me sentí tan agradecida por ser recibida por él, que quise seguirle.

En mi angustia invoqué al Señor;

clamé a mi Dios,

y él me escuchó desde su templo;

¡mi clamor llegó a sus oídos!

Salmos 18:6.

Esa es mi razón, por eso amo a Dios, porque él me amó primero, me amó en mi peor momento y cuando todos me rechazaron él me esperó. Poco a poco, en 3 años fue sanando mi pasado y mi corazón. La tendencia homosexual solo era un detalle más del resto de cosas que Dios había comenzado a trabajar en mi, Yo decidí ser moldeada por él. Y hasta ese punto estaba segura, porque su amor me había inundado y la inocencia había vuelto a mi mente.

Entonces ¿Qué pasó? 

Amor Irreverente (Daniel 2:22)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora