Temblores y Terremoto (parte 2)

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Los días pasaron y no nos privamos de hablar, no teníamos remedio. Luego, me invitó a salir, le expliqué que no podía porque aún estaba castigada por la última vez que habíamos desaparecido sin avisar. Pero la invité a almorzar en mi casa el día jueves, ella tenía clases en la noche ese día, podía pasar la tarde junto a mí y luego ir a la universidad. Aceptó.

Despertó temprano aquel día y me fue indicando cuánto le faltaba para llegar a mi casa. Llegó al medio día, después de que yo pudiera ordenar la casa, mi habitación y dejar todo decente para su visita. Mi madre fue a comprar para hacer el almuerzo y yo salí para buscar a Francisca.

Cuando la vi caminando hacia mi, con sus pantalones rosa y sus hermosos labios combinando, dejó de existir el último fin de semana. Todo el llanto, la rabia, y las largas noches de desesperación se borraron de mi memoria. Estaba aquí.

Me abrazó con amor, sentí su cuerpo con firmeza y casi me estremezco. Caminamos a casa hablando de cómo fue su viaje. Al llegar, mi madre aún no volvía de sus compras así que pasamos directamente a mi habitación, donde dejó su mochila, y al sentarnos se estiró poniendo su cabeza en mis piernas y pude acariciarla.

Se veía vulnerable, en sus ojos denotaba arrepentimiento. Con su mirada fija puesta en mis ojos pude sentir como todo en su interior me decía "perdón", yo la había perdonado, no era nadie para juzgarla si conocía la lucha que tenía. Al incorporarse nuevamente y quedar frente a mí se inclinó para besarme, no hice ningún movimiento, solo la observé... tan humana, tan débil, tan expuesta, esperándome, dispuesta a acabar con toda convicción nuevamente sólo por volver a caer. Extrañamente su debilidad me conmovía, me enamoraba, cada vez que venía y se rendía... podría recibirla mil veces si novecientas noventa y nueve se va. Sin embargo, no la besé, no aún.

Al llegar mi madre fuimos a saludarla, entabló una pequeña conversación con Francisca y luego de un rato en que ella jugó con Dominga. - mi perrita que más parecía mi hija. - Volvimos a mi habitación. Una vez ahí ella me comentó sobre unos lápices de gel que había traído y entusiasmada le propuse dibujar. Sacó su cuaderno y los lápices, traje mis marcadores y comenzamos a hacer dibujos simples, de niños, tiernos, abstractos, una cebra, un león, su inicial y la mía, corazones, flores, un "te amo" escrito en tinta invisible. Conversamos y dibujamos, lo que saliera en el momento.

Sabía que en algún momento yo no estaría en su vida y vería esos dibujos, sabía que si terminábamos otra vez ella los vería y me extrañaría, quizá eso la atrajera a mi nuevamente... Lo cierto es que cada vez que levantaba mi vista desde el cuaderno ella me estaba mirando; allí, sentadas sobre la cama, sus ojos profundos y almendrados sobre mi rostro, sus labios ligeramente separados, su ceja izquierda arqueada ante mi mirada. Era perfecta, era hermosa.- Lo sigue siendo. - Debería estar sin sentidos para no notar su belleza, porque hasta con los ojos cerrados podía sentir su perfecta presencia.

Luego de que llegara mi padre, una hora más tarde, y con Francisca fuéramos a comprar, nos sentamos a la mesa para almorzar junto a mi familia. Como siempre, el tema central fue Dios. Incluso tuve que orar por los alimentos. - en mi casa era costumbre, pero ante la situación no estaba con ánimo de hablar con Dios.-

Francisca hablaba con pasión, con sabiduría, con conocimiento; embobaba a mis padres, pero cada vez me hacía sentir peor, porque no entendía qué hacía conmigo si realmente anhelaba estar cerca de Dios. ¡Rayos!

Al terminar el almuerzo me quedó el mal sabor de una larga conversación acerca de iglesias, denominaciones, amor de Dios, personas inconversas, compromiso... ¡Joder! Me sentía mareada. Me apresuré para hacerle una seña a Francisca con la cabeza para que nos pusiéramos de pie y volviéramos a mi habitación. Cada palabra me mareaba más, me hacía sentir pésimo. Yo la estaba alejando de Dios.

Amor Irreverente (Daniel 2:22)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora