CAPÍTULO 5
(Segundo fragmento)
NOWE
Ribée ya no disimulaba su confusión. ¿Qué tenía que ver el lugar? ¿No había encontrado la aldea vacía cuando llegó? ¿O es que no estaba vacía?
—Los fantasmas en la niebla... —susurró.
Bilse le dedicó una sonrisa indulgente.
—No exactamente —la contradijo—, es que tú no estabas aquí. Llegaste después, gracias al medallón. Requiere mucha magia ancestral. Cuídalo, porque es como un pequeño portal, sólo para ti —la regañó.
—No lo comprendo —dijo ella un poco avergonzada.
—Este lugar es Nowe —le dijo Bilse—. No es que así se llame la aldea a la que tu pueblo cree que llegó, sino más bien es el nombre del punto en que el mundo de los vivos se une al más allá. Es como un pasadizo con muchas capas superpuestas de distintos grados de existencia. La aldea no está en realidad donde tú crees, sino en un plano distinto, entre el mundo físico y el espiritual.
Ribée no entendió nada, sólo que estaba en un lugar llamado Nowe, donde sea que eso estuviera.
—¿Y ustedes que serían? ¿Nowenses? —preguntó con inocencia.
Los hombres sonrieron ante la ocurrencia y por fin se disolvió del todo la tensión de la reunión.
—No —le contestó Derló—. Nowe no es un lugar al que puedas pertenecer de esa forma. Es más como un lugar de paso. Sólo somos calima.
Como Ribée seguía sin entender, entre Bilse y Geré trataron de explicarle durante un largo rato. De ello sólo entendió que eran una raza de seres celestiales sin ningún tipo de poder más que el de ir y venir de un plano a otro. Demasiado frágiles como para sobrevivir en el mundo de los vivos, sin la fortaleza suficiente para no perderse en el mundo de los muertos.
Le explicaron cómo es que entraban y salían del plano intermedio en el que vivían, y cómo arrastraban consigo cosas materiales. Podían traspasar alimentos o animales, porque eran pequeños, pero no objetos más grandes. A las casas habían aprendido a utilizarlas sin estar ni de un lado ni de otro. Eran habilidades que Bilse enseñaba a los espíritus desde pequeños, o que podían imprimirse en artefactos mágicos, como un medallón.
Le contaron que a pesar de su existencia etérea pasaban necesidades. No requerían comer tantas cantidades de alimentos como los Thama u otras razas para poder vivir, pero eso no significaba que no tuvieran hambre. Vorck hacía todo lo posible por racionar lo que Derló y los recolectores podían llevar. Tampoco sentían tanto el frío, porque ese sitio estaba a fuera del alcance de las inclemencias del clima terrenal. De igual manera preferían la tibieza de un hogar si tenían la suerte de conseguir leña seca. Merú no les dejaba tomar más que las sobras de la madera que se usaba para arreglar las chozas o la plataforma sobre la que se sostenía la aldea.
Su pequeño pueblo no tenía exploradores que se adentraran en tierras lejanas a cazar para traer carne y pieles. En cuanto un calima se alejaba demasiado de la aldea, la división entre los mundos se hacía difusa y muchos habían terminado perdidos en el más allá. Explorar el entorno sólo en el plano terrenal era un suicidio. Su frágil constitución los hacía blanco fácil de las adversas condiciones del pantano.
Por su naturaleza, los calima estaban atrapados a mitad de la existencia y Ribée ahora era prisionera de la misma condición.
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El fin de Nowe
FantasíaLa historia de mi pueblo no empieza aquí entre las colinas fértiles y los arroyos de agua clara. Tampoco más allá, pasando el gran cañón y los bosques frondosos cargados de leyendas. Ni más lejos aún, subiendo por la boca del gran río, adentrándose...