Capítulo 9: Frío (Parte 1)

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Capítulo 9

(Primer fragmento)

Frío


Pese a la profunda molestia que sentía, Ribée mantuvo silencio. Llegaron a la orilla, desembarcaron y caminaron unos metros tierra adentro. Ella buscaba la mejor tierra para su huerta mientras Derló la seguía con una bolsa y una herramienta para cavar.

Ribée quería asegurarse de que la tierra fuese realmente buena, con la humedad justa, sin guijarros, raíces, ni exceso de semillas que malograran sus futuros cultivos.

—Date prisa —le ordenó Derló.

Ella quiso contestar, pero recordó la orden de mantenerse callada y se guardó su réplica por puro orgullo. Aun así se tomó un par de minutos más en encontrar el sitio adecuado para escavar. ¿Qué sabía él cuanto tiempo tomaría el trabajo y si se estaba demorando o no?

—Tenemos que irnos cuanto antes —le pidió él. Ya no sonaba a una orden y había algo más en su voz.

Aún así, Ribée no le contestó, pero trabajó más a prisa. Se concentró en llenar la bolsa, agradecida de no escuchar más las órdenes del recolector.

Cuando terminó de cargar la tierra se giró y se quedó sorprendida al ver el aspecto de Derló. Sus piel se veía más transparente de lo normal y sus labios tenían una enfermiza tonalidad azulada. Lo peor de todo, eran los los espasmos que le recorrían el cuerpo, no solo tiritaba, también le temblaban las manos y le castañeteaban los dientes.

—¿Se siente bien? —le preguntó alarmada.

—Cr-creo que nos dem-moramos demasiado.

El hombre ya casi no podía hablar y le costaba mantenerse en pie. Ribée se apresuró a llevar la bolsa con tierra al bote. Él la siguió, trastabillando.

Ambos subieron a la embarcación y el recolector comenzó a remar de regreso mientras batallaba con los espasmos que le provocaba el frío.

A pocos metros de andar por el agua pantanosa, la figura de Derló se disolvió por una fracción de segundo, lo suficiente para que pierda el control de los remos. La inercia lo hizo caer de espaldas en el bote. Ribée se apresuró a intentar ayudarle, pero él la detuvo con un gesto de su mano.

—Sólo tengo que recuperar la concentración —dijo con un susurro.

—Se desvaneció —dijo Ribée alarmada.

—No te preocupes, no voy a dejarte sola aquí. No sabes cómo volver.

Ella se sentía capaz de encontrar el camino, pero, por lo que le había dicho Geré, estaban en un lugar peligroso para los calimas y no podía dejar que ese hombre siguiera sufriendo de frío. Se quitó el abrigo de piel y se lo extendió.

—¿Qué haces? —la cuestionó él—. Vas a congelarte.

—No —respondió, firme—. Pasé toda mi vida en un pantano, puedo tolerar el frío. Además, estaba abrigada y trabajando, hasta me dio calor. —Eso último era mentira, pero lo disimuló—. Remando mantendré mi temperatura, voy a estar bien.

Se inclinó sobre Derló y sin permiso ni ceremonia tomó su mano y la metió por la manga del saco. Él la dejó hacer, como un pequeño que se deja abrigar por su madre preocupada, aunque con las proporciones cambiadas.

Ribée extrañó su abrigo de inmediato cuando el frío de la noche le arañó la piel. Derló se rebulló dentro del tapado, aunque le quedaban las mangas poco más abajo del codo. Cerró los ojos, hundió la cabeza entre sus hombros y se le escapó un gruñido parecido a un ronroneo.

Ribée se ruborizó al presenciar ese momento que se sentía tan íntimo, al ver a un hombre disfrutar así del calor de su cuerpo que aún estaba atrapado en su abrigo. El rubor le alzó la temperatura y la cargó de energías. Tomó asiento en la posición necesaria para remar —por fortuna, de espaldas a Derló—, tomó los remos y emprendió viaje a Nowe.

 Tomó asiento en la posición necesaria para remar —por fortuna, de espaldas a Derló—, tomó los remos y emprendió viaje a Nowe

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El fin de NoweDonde viven las historias. Descúbrelo ahora