Capítulo 11
(Segundo fragmento)
RECOLECTOR
Derló trataba de no mirarla siquiera, o dirigirle la palabra. Su sola presencia removía en su mente las preguntas con las que lo atacaba cuando tenía oportunidad. Intentaba no escucharla. Fingió ignorarla mientras ella lo acompañaba a la choza común a dejar los pescados para la comida. Él se había negado a recibir su ayuda, aunque no argumentó demasiado. Se limitó a decirle que no hacía falta, pero ella insistió. Se resignó para no entrar en conflicto.
Salat, la cocinera, agradeció las truchas que Derló le entregó y las dejó junto a las de los otros recolectores para alistarlas para la comida.
Él fue vagamente consciente de que Ribée lo siguió de cerca cuando fue a asearse y lo confirmó al salir de los baños y encontrarla allí parada, expectante.
—¿Podría acompañarme, por favor? —le preguntó con esa actitud solícita que se le antojaba tan forzada.
Él solo asintió y la siguió hasta su antigua choza, que ahora le pertenecía a la pequeña intrusa molesta.
Cuando llegaron, ella le hizo una seña invitándolo a pasar. Derló se quedó perplejo por unos segundos. ¿Lo estaba invitando al interior de su choza? ¿Qué es lo que estaba pasando por su cabeza?
Incomodo, miró a todos lados para ver si alguien más se había percatado de la extraña situación. Por fortuna, los calimas eran personas discretas que no andaban comentando las actividades ajenas. Su falta de curiosidad se extendía también a la vida privaba de sus vecinos. Pero Derló se consideraba un hombre respetuoso y entrar en la choza de una mujer sola...
Ribée interrumpió sus pensamientos cuando asomó la cabeza por entre la cortina de entrada y lo apremió para que entre. Suspiró resignado y se abrió camino a la habitación conocida.
Sintió gran alivio al ver que ella no estaba sola. La acompañaba el malcriado hijo de Vorck, con su gesto petulante, y la hija de Salat, con una sonrisa nerviosa en los labios, a juego con la misma expresión que Ribée.
Se alarmó. ¿En qué extraña locura se había embarcado ahora la soñadora? Y peor ¿por qué había arrastrado a la pequeña Mila a sus delirios?
—Tenemos algo para usted —declaró Ribée y señaló a Mila que sostenía algo colgando de sus manos.
Miró con atención y reconoció un abrigo de piel como el de la soñadora, pero más grande, mucho más. Sí, estaba cada vez más alarmado.
—¿De qué se trata esto? —preguntó, cauteloso.
—Hicimos este abrigo para ti —contestó Mila y lo extendió a la altura de los hombros, invitando a probárselo. Él no rechazó la invitación y pasó sus brazos por dentro de las mangas. Era suave, cómodo y muy calentito. No pudo evitar una pequeña sonrisa ante la agradable sensación. Se reprimió de inmediato y volvió a ponerse su máscara de indolencia.
—El cuello se levanta y puedes prenderlo para protegerte mejor —le dijo la chica acercándose al jefe para mostrarle cómo abotonarlo.
Con Mila a unos cuantos centímetros de su rostro, la memoria de Derló dio un brinco, no por un recuerdo, sino por la sensación de haberse perdido de algo importante. ¿En qué momento había crecido tanto la hija de Salat? Estaba casi de su misma estatura y eso era algo exepcional. ¿Por qué no lo había notado antes?
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El fin de Nowe
FantasyLa historia de mi pueblo no empieza aquí entre las colinas fértiles y los arroyos de agua clara. Tampoco más allá, pasando el gran cañón y los bosques frondosos cargados de leyendas. Ni más lejos aún, subiendo por la boca del gran río, adentrándose...