Comodo

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«El equilibrio es lo que mantiene al mundo girando, los griegos lo dijeron hace ya muchos años»

Los ligeros jadeos de Viktor y su cálido aliento iban acompasados con el subir y bajar de la pesa.

«La perfección es estática, pero yo preferí siempre ir más allá; no era capaz de estar quieto»

Los músculos de su torso y brazos se tensaban con cada levantada; su fornido pecho se alzaba violentamente al aumentar la velocidad.

«Darlo todo no era suficiente, la armonía se mantenía con todo sobre los hombros tal como lo hizo Atlas»

Enganchó la pesa en su soporte y dejó descansar su cuerpo unos segundos sobre el acolchado del banco mientras trataba de regular su respiración. Había sido una agotadora rutina y decantar en pesas era su usual forma de coronarla.

Se levantó despacio y estiró sus fatigados músculos.

«Para alcanzar el pedestal en el cual me encontraba en aquel momento de mi carrera, tuve que construir cada peldaño que subí»

Ya al considerar suficiente el estiramiento, se colgó una toalla alrededor del cuello y se retiró del cuarto de pesas, apagando la luz antes de cerrar la puerta.

Se calzó las pantuflas que solía ocupar al interior de su departamento. Estos últimos años no acostumbraba a quedarse en la ciudad por mucho y por lo mismo una pequeña sonrisa se formó en sus labios al contemplar la sala de éste, tal cual la había dejado hace demasiado tiempo para él.

—Es bueno estar en casa.

Fue hasta la cocina y sacó una botella de agua desde el refrigerador. Frotando la toalla por su cuello se arrojó en el sillón y bebió de su botella, dejando un par de gotas derramarse sobre su desnudo torso cuando Makkachin se abalanzó sobre él para jugar.

El can le acariciaba efusivamente con su naricita en el rostro y el cuello; Viktor dejó la botella con dificultad sobre la mesa de café y comenzó a rascarle detrás de las orejas para que se tranquilizara— ¿Esto te gusta amigo? ¿Te gusta estar en casa también?

Un ladrido como contestación, a veces Makkachin podía ser muy perspicaz para ser un perro, aunque en la mente de Viktor había mucha gente que era menos perceptiva que los perros; se consideraba afortunado de tener a su compañero siempre junto a él entre tantas personas frívolas.

—Va a ser una tarea difícil Makkachin, creo que hay un par de personas que no están satisfechas con mi regreso.

«Incluso si lo tenía todo, había dentro mío un vacío que no lograba llenar subiendo y subiendo peldaños. Al llegar a lo que yo creí la cúspide de mi carrera, sentía como si esa implacable batalla contra el mundo hubiera perdido su sentido: me encontré allí, sólo en la más alta cima»

El timbre interrumpió su sesión de relajo con su mejor amigo. Un tanto curioso movió las patitas peludas de Makkachin, quien luego de bajarse de su amo caminó hacia la puerta batiendo la cola y olfateando el marco de ésta. Viktor tuvo que correr el hocico del perro para que le dejara abrir la puerta, no solía mostrarse tan interesado por los invitados, pero cuando vio quien se encontraba al otro lado pudo comprenderlo perfectamente.

Dos finos brazos rodeaban su cuerpo. Aquel gesto le pilló desprevenido, pero a la brevedad se recompuso y devolvió con fervor el abrazo, llevando su mano diestra hacia los cabellos rojizos que le cosquilleaban el rostro.

—Mila.

—No sabes cuánto te extrañé Viktor—La voz le salió quebrada, se aferraba con fuerza a su espalda desnuda.

Vivace Passionato #RisingAuthorsAwards2017 #ViktuuriAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora