Árbol desnudo

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  Aquel árbol cuyas hojas abandonaron al igual que los rayos amarillos, estaba solo en lo más frío de su invierno.

  Aquel árbol dudoso, si merecía que su invierno se llevase las hojas que preservaban sus ganas de existir.

  Aquel árbol desnudo, sabiendo que pasaría tiempo antes de crecer otras hojas.

  Sabiendo que su invierno duraría una eternidad. Esperando a que llegase un poco de calma entre tanto extravío.

  Sabiendo que aquello que se llevó el invierno, sería el fin de suspiros enamorados y el inicio de llantos de madrugada.

 Se refugia en otros besos, en otras caricias, convenciéndose que aquello que siente es amor. Y que aquello que lo refugia también lo curará, y hará de sus inviernos no tan fríos y la eternidad durará un poquito menos. Pero no tiene el valor para quererse, porque eso implica olvidar, implica que sus hojas crezcan olvidándose de las anteriores. Pero él no quiere eso. Prefiere refugiarse de sí para no olvidar. Prefiere aparentar amor para que las mismas hojas que se cayeron vuelvan a sus ramas. Pero lo que no quiere ver, es que lo que está haciendo no lo ayuda, porque de todas las cosas que no quiere ver, lo que sí está seguro es que esas hojas en el suelo no podrán revivir. 

  A veces imagina a esas hojas revivir, imagina volver hacia donde todavía eran verdes y los rayos amarillos penetraban en él. Trata de recordar cómo era sonreír, aunque cada vez le cueste más. Trata de recordar lo inmaduro que llegaba a ser cuando reía, porque él tenía esa especialidad. Él podía volverse niño y ser feliz sin límites, sin fronteras. Porque ser maduro significa dejar de ser niño, y ser adulto. Y ser adulto significa ser infeliz, queriendo que sueños de otros se cumplan. Pero ¿y los sueños del adulto qué?

  Recuerda cuando no le importaba cantar a gritos, también recuerda que cada vez que lo hacía sentía que algo en él se liberaba. Imagina lo que él era antes del frío invierno, antes de que sus hojas se despidieran.

  Pero ya no puede volver, no puede hacer que lo que se desprendió vuelva. Tiene que dejar ir.

  Aquel árbol cuyas hojas abandonaron al igual que los rayos amarillos, espera que el frío pase.

  Está en la espera de la primavera. Espera poder dejar de refugiarse, trata de sonreír, de ser quien quiere ser. Trata de soltar, de por fin un día poder mirar a esas hojas en el suelo y no sentir nada más que felicidad. Porque él espera que cuando por fin pase, pueda mirar atrás y ver que lo que perdió lo fortaleció e hizo de sus hojas más resistentes para el siguiente invierno.

 Espera que las nubes grises de esa estación se despejen, que por fin los rayos amarillos penetren en él. Espera que sus nuevas hojas crezcan para que esta vez las aprecie más. Sabe que el invierno que se llevó las hojas que preservaban sus ganas de existir fue necesario para fortalecerse. También está seguro que el invierno volverá.

  Sus suspiros enamorados desaparecieron, no solo el invierno fue quien desprendió sus hojas, sino personas que pasaron por debajo de él. Personas que no desearía volver a cruzarse y otras que sí. En su lugar llantos en la madrugada, esas lágrimas derramadas por sus pérdidas, por las personas que lo llevaron a desnudarse, y porque a consecuencia de eso está pasando el más frío de los inviernos. El final de sus suspiros y el inicio del desvelo lo debilitaron, para fortalecerse.

  Aparenta ser fuerte. Aparenta tener hojas para envidiar. Aparenta ser feliz.

  En la calle dice ser feliz, pero cuando no pasa nadie por el empedrado, llora. Llora por el amor que perdió en una de sus hojas. Llora por el árbol que dejó de ser. Llora porque es débil.

  Pero él, adolorido, triste, roto, infeliz y llorando, espera. Sabe que esperar es la única manera de soltar. 

 Lo bueno del invierno es que así como te destroza, te ayuda a conocer tus miedos, y exhibir tu dolor. Te ayuda a conocerte.

  Y cuando conocés qué tenés, es más fácil superarlo.

  

  

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