Capítulo 3: Cintas adhesivas y adivinanzas

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-De acuerdo- me dijo Victoria cruzándose de brazos- Creo que eso es todo lo que hay que saber. ¿Lo tienes?

-Las cintas de colores están en el frente, las normales en las estanterías, las transparentes tras el mostrador y las de enmascarar en el depósito- repetí como quien memoriza una lección para la escuela. Estaba intentando tomarme el trabajo con seriedad, pero francamente, estaba resultando ligeramente imposible. Por mucho que lo intentara, no lograba hacer que mi voz no sonara como si me estuviera burlando cada vez que repetía las indicaciones de Victoria. Sin embargo, tampoco parecía que a ella le importara demasiado mi opinión.

Victoria iba a ser mi nueva compañera de trabajo. Había comenzado a trabajar allí un par de semanas antes pero, al parecer, eso significaba que era todo una experta. No tenía mucho sentido, pero no quise protestar. Ser una experta en cintas adhesivas ya era un título bastante patético de por sí, como para que alguien viniera a cuestionárselo.

Esbocé una pequeña sonrisa para remarcar mis palabras, pero Victoria se limitó a encogerse de hombros. Mi éxito en la carrera profesional de las cintas adhesivas no parecía estar muy arriba en su lista de preocupaciones. Tampoco esperaba que lo estuviera. A pesar de que estaba bastante segura de que era uno o dos años más joven que yo, Victoria ya tenía una enorme panza de embarazada, de esas que te hacen mirar el suelo constantemente porque sientes que pueden romper fuente en cualquier momento.

Supuse que no era justo tenerle lástima. Yo, que entre todas las personas, detestaba la compasión más que cualquier otra cosa, debería saberlo mejor que nadie. Sabía que, si yo estuviera en su lugar, querría dar un tortazo a cualquiera que se atreviera a dirigirme una estúpida miradita de compasión. Pero, a pesar de todo esto, no pude evitar sentir una leve punzada en el corazón, que preferí no analizar demasiado. Imaginé que, quizá, la razón por la que Victoria estaba aquí, en este patético trabajo dentro de este patético lugar, era para poder alimentar a su bebé en el futuro. Claro que quizá fuera a darlo en adopción, o lo dejara en la puerta de una Iglesia. Pero quise suponer que mi primera suposición había sido la correcta. Porque era más bonita. Porque hacía ver a Victoria, a la Victoria de la mirada aburrida y los hombros encogidos, como toda una heroína. Aunque quizá no lo fuero. La gente ha hecho cosas mucho peores, la gente seguirá haciendo cosas mucho peores que esta para llevarse comida a la boca, y para llevarle comida a la boca a los que quieren. Es simplemente cómo funcionan las cosas.

Así que, al final, supuse que no tenía demasiadas razones para sentir lástima de Victoria. Al menos, ella quizá tenía una buena razón para estar ahí, enfundada en un uniforme ridículo y vendiendo veinte tipos diferentes de cinta transparente. Yo, por ejemplo, no podía encontrar ni una sola respuesta para justificar qué cuernos era lo que estaba haciendo allí.

Fui repentinamente consciente de que había estado mirando fijamente a Victoria por mucho más tiempo del que podría considerarse normal. Aparté los ojos rápidamente. Sin embargo, ella no pareció especialmente consciente de mis cavilaciones internas. En realidad, sólo parecía cansada. Comencé a pensar que, quizá, sacaba más de conclusiones de las necesarias.

-Bien- exclamó ella, con un tono que era precisamente lo opuesto de todo lo que uno podría calificar como "bien"- Ya tienes un cliente.

Honestamente, eso me sorprendió un poco. No estaba demasiado segura de cómo creía que sería la clientela que recibiera un lugar como este pero, a decir verdad, contaba con que no fuera demasiado frecuente. Levanté la mirada con curiosidad, y un pequeño sobresalto hizo que se estremeciera el pecho. Me quedé quieta, completamente petrificada. Intenté con todas mis fuerzas mantener la compostura, pero se me ocurrió que ya la había perdido, que se me había caído al suelo y roto en mil pedazos, desparramados en todas partes, que sería imposible volver a encontrar. Lo cual era un verdadero tema. No podía simplemente perder mi compostura para siempre. Y es gracioso, porque eso sólo fue algo que se me ocurrió en el momento. No creí que realmente me hubiera desprendido de mi compostura eternamente. Pero lo cierto es que eso fue exactamente lo que ocurrió. Desde aquel instante, desde ese momento en que nuestras miradas se entrecruzaron, no creo haber estado realmente compuesta nunca más.

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