Dejé escapar un largo suspiro mientras fijaba la vista en el espejo. Sentí el potente impulso de mirar el reloj, pero me contuve, recordándome a mí misma que acababa de chequearlo hacía menos de dos segundos. Eran las seis y treinta y uno. Seguramente seguían siendo las seis y treinta y uno. O no. Quizá ya eran las seis y treinta y dos. Oh, Dios, ¿eran las seis y treinta y uno o las seis y treinta y dos? No importaba, ¿de acuerdo? No importaba. Podía vivir sin saberlo. Podía. Era total y perfectamente capaz.
Miré el reloj. No pongan los ojos en blanco, ni me sonrían con sorna. Ya sabían más que bien hacia dónde estaba dirigiendo toda esa cavilación, ¿o no? Eran las seis y treinta y dos. Lo que significaba que sólo quedaban exactamente veintiocho minutos antes de que Ethan llegara. Y, por una extraña razón, me sentía como si estuviera sentada en la silla eléctrica minutos antes de que la encendieran. Era demasiado para mí. Ethan, la cita, la hora... sencillamente todo. De algún modo, sentía que toda la situación era una tarea, algo con lo que tenía que cumplir. Y no estaba tan segura de poder hacerlo. Me resultaba increíblemente extraño pensar en que, a la mañana siguiente, la noche que me esperaba ya habría terminado. En el momento, no se me ocurría ninguna manera de sobrevivir a ella.
Pero tenía que hacerlo, ¿verdad? No podía sencillamente echarme atrás. ¿O quizá sí? Podía llamar a Ethan y explicarle que no podía seguir adelante con la cita. Que había pensado que sí, pero lo cierto era que no. Claro que las posibilidades de que me entendiera eran más bien nulas. No era una situación que uno pudiera calificar como entendible. Aunque siempre podía darle una excusa, ¿cierto? Podía decirle que tenía gripe. O que me había subido fiebre de repente. Ethan no podía enfadarse conmigo por estar enferma. Podía decepcionarse un poco, quizá, pero... ¡Oh, no! La idea de un Ethan sumido en la desilusión hizo que se me hiciera un nudo en el estómago. ¿Estaba bien lo que estaba haciendo? Había una gran posibilidad de que le hiciera mucho daño. Después de todo, ya le había dado esperanzas de salir conmigo.
Pero ese había sido el error en primer lugar. Las esperanzas de que Ethan y yo estuviéramos juntos eran inexistentes, nulas. Alimentarlas era jugar con fuego, y ya empezaba a notarme un poco chamuscada. Necesitaba parar antes de que ambos ardiéramos por completo. Cancelar la cita con Ethan podía causarle un poco de decepción, pero ésta no era nada comparada con la que le causaría si seguía adelante con la farsa y dejaba que se enterara de mi gran secreto cuando ya estuviera verdaderamente enganchado conmigo.
Eso sí que sería el más auténtico de los desastres. Y no podía permitir que sucediera. No podía permitirme empezar a gustarle a Ethan de verdad. Porque, hasta ahora, no le gustaba en serio. Prácticamente no me conocía. Era un simple flechazo. Tal y como el que yo tenía con él. Ambos teníamos que encontrar la forma de dejarnos ir. Y entonces estaríamos bien.
Bueno, quizá no bien. Pero, ya saben. Funcionando. Y, en los últimos años, funcionar se había convertido en el mayor objetivo al que podía aspirar. Vivir de verdad ya comenzaba a parecerse a una lejana fantasía ante mis ojos.
Tomé mi teléfono celular y entré a la página de mi grupo de Biología, al que había sido recientemente agregada. Había un poco de información básica sobre todos los alumnos. No me costó mucho encontrar el número de teléfono de Ethan. Ya estaba. Lo que quedaba era sencillo. Llamar a Ethan, decirle que estaba enferma, quizá toser una o dos veces para reforzar mis palabras y cortar. Luego podría meterme en la cama y ver un par de episodios de "La Corona" mientras lloraba en silencio como una estúpida. Era un plan de acción increíble. Mejor ponerlo en marcha lo antes posible.
Sin embargo, por alguna razón, mi pulgar parecía estar resueltamente decidido a no moverse. Dios, ¿qué era lo que estaba pasándome? Una llamada. Eso era todo lo que bastaba. Una sencilla y simple llamada, y la cita con Ethan se desvanecería. Desaparecería de mi futuro inmediato, así como así. Esa idea me llenaba de tanto alivio y tanta decepción a la vez que me sentí confundida.
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Serendipia
Romansa-¿Sabes lo que es una serendipia?- preguntó Ethan, dando golpes a la esquina de la hoja con la punta de su lápiz. Puse los ojos en blanco. No entendía cómo Ethan podía pensar en la escuela, y en las serendipias, y en todas esas estupideces. Yo sólo...