Capítulo 4: Hospitales y cielos nocturnos

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Aquel era un mal día. Y no sólo porque era martes, y todos los martes eran malos. Aquel era un mal día por muchas razones. Era un mal día porque Josh se había olvidado de pagar el gas, y había tenido que bañarme con agua extremadamente helada. No me hubiera sorprendido descubrir que tenía trocitos de hielo amarrados a mi piel. Era un mal día porque mi teléfono móvil se me había caído del bolsillo y ahora había una enrome rajadura que lo atravesaba en todo su ancho. Era un mal día porque, como Josh y yo teníamos la curiosa necesidad de comer cuatro veces por día, tenía que complementar mi primer horroroso trabajo, con un segundo horroroso trabajo, en la horrorosa fotocopiadora de la escuela, y aquél había sido mi horroroso primer día. Era un mal día porque tenía una prueba de Física al otro día, para la cual no había abierto ni siquiera un libro. Y también era un mal día porque... bueno, creo que es mejor parar aquí. No creo que ninguno de ustedes esté tragándose una palabra de lo que estoy diciendo. Ni yo mismo me lo creo. Lo siento por intentar engañarlos. Lo cierto es que aquel no era un mal día por muchas razones. Era un mal día por una única razón. Una única, y enorme razón. Era un mal día por ella.

Era un mal día porque sólo era un día más en el que no lograba sacármela de la mente. Un día más en que tenía que recordarme a mí mismo, una y otra vez, que ella no era mía, que no podía tenerla, que había huido de mí. Un día más luego de una infinita noche de soñarla. Y de despertar solo. Y, siempre que despertaba luego de soñarla, la habitación se me antojaba demasiado vacía, demasiado silenciosa, demasiado solitaria. El espacio que me rodeaba estaba lleno de nada.

Sinceramente, no lo entendía. No me entendía a mí mismo. No entendía por qué la extrañaba tanto. Había vivido diecisiete años sin ella en mi vida y había estado bien. ¿Ahora la veía unos minutos en un negocio y ya no podía soportar estar sin ella? No tenía sentido. No tenía sentido en absoluto. Era absurdo. Tampoco entendía por qué era que la deseaba tanto. Pero la deseaba. La deseaba mucho. Y ni siquiera en el sentido sexual. Bueno, no del todo. Sencillamente, deseaba tenerla. Deseaba estar con ella, conocerla. Deseaba besarla. Deseaba que fuera mía. ¡Qué distinto sería el mundo si uno tan sólo pudiera tener todo lo que deseaba!

Quizá me estaba preocupando demasiado. Quizá Belle no fuera la mejor cosa que uno pudiera tener. Quizá Belle sólo fuera una chica. Y una bastante extraña, para decir verdad. Pero yo la quería a ella. Verla me había sacudido por completo. ¿No era eso lo que la gente buscaba en el otro? ¿No era eso lo que se suponía que uno tenía que encontrar? Tal vez. Pero eso no podía distraerme del hecho de que, en realidad, daba igual. Daba igual cuánto la deseara. Estaba claro que ella no me deseaba a mí. Al menos, no de la misma forma. Pero me era sumamente difícil asimilarlo. Me hacía acordar a cuando era pequeño y mi madre cocinaba galletas para mi hermano Roger y yo. Mi madre cocinaba genial. Y todos sabíamos que todas las galletas sabrían estupendo. Pero, de repente, yo veía una galleta en el costado del plato, y decidía que ésa era la que yo quería. Porque era más redonda, o más grande, o con más chispas de chocolate que las demás. O, quizá, por ninguna razón en particular. Sólo porque se me había ocurrido que ésa era la galleta que quería y, como estarán descubriendo, me es difícil dejar pasar las cosas que se me ocurren. En una ocasión, incluso le di un codazo a Roger en las costillas para llegar primero al plato. Recuerdo también, la vez que Roger decidió vengarse poniéndome la traba y haciéndome caer para arrebatarme la galleta que tenía entre las manos. La frustración que sentí en aquél momento fue increíble. Casi me carcomía por dentro.

De acuerdo, sé que lo que estoy diciendo no tiene ningún tipo de sentido. Quizá ustedes estén pensando que estaba siendo un egoísta de porquería, o tan sólo un niño malcriado. Y no sé cómo contradecirlos. O, en realidad, si debería hacerlo. Quizá tengan toda la razón.

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