Capítulo 6: Manzanas verdes y paseos sobre las nubes

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La cafetería de nuestra escuela era tan apasionante e interesante como lo puede ser cualquier cafetería de escuela pública, es decir, nada en absoluto. Sin embargo, Belle la recorría una y otra vez con la mirada, como si se hallara frente a un territorio exótico e impresionante que nadie hubiera visto jamás. De todos modos, no me molestaba que lo hiciera. Y no sólo porque era, en parte, una de las cosas más divertidas y tiernas que había visto en mucho tiempo. También, porque podía aprovecharme de que estaba distraída para observarla tranquila y abiertamente, y sin perder la dignidad. Aunque, considerando los últimos acontecimientos, tampoco era que tuviera tanta a estas alturas. Quizá era por eso mismo que valoraba la oportunidad de conservar un poco de las migajas que me quedaban.

Belle era realmente hermosa. No era algo de lo que estuviera dándome cuenta recién entonces, había sabido que era hermosa desde que la había visto por primera vez pero, aun así, cada vez que la miraba, ese hecho parecía sorprenderme nuevamente, como si lo acabara de descubrir. Sabía que probablemente era patético que estuviera tan embobado con una chica que conocía hacía tan sólo un par de semanas. Pero no podía evitarlo. Me gustaba. Y me gustaba su rostro. Me gustaban los colores que tenía. Quizá es algo estúpido de decir, pero su rostro realmente tenía unos colores sumamente bonitos. Sus ojos eran de un color verde tan fuerte e intenso que temía que fueran a quemarme si los miraba demasiado. El cabello, de color dorado, le caía sobre un hombro, con los mechones entrelazados en una enroscada trenza que no alcancé a entender del todo, pero que enseguida tuve el poderoso impulso de desatar. Quería sentir su cabello, verlo resbalar entre mis dedos. Sus labios eran de un tono carmesí oscuro casi cruel, y parecían burlarse de mí por no poderlos besar, por no tener permitido sentirlos contra los míos. Todas esas tonalidades potentes, brillantes e intensas parecían resaltar aún más al contrastar contra su piel clara, casi translúcida. Había algo en ella que la hacía parecer frágil, vulnerable, como si fuera a romperse en mil pedazos como un cristal en el momento menos pensado. Quizá era por eso que sentía esa irrevocable sensación de que tenía que protegerla, de que necesitaba abrazarla, cubrirla con los brazos y estrecharla contra mi pecho, para poder cuidarla, y que ella me cuidara a mí. Sacudí brevemente la cabeza, buscando espabilarme aunque sólo fuera un poco. No podía seguir así. No podía seguir teniendo esos pensamientos que no tenían ninguna clase de sentido, no podía seguir sintiendo cosas tan intensas sin ningún tipo de fundamento. Tal vez era una tontería de mi parte, pero luego de todo lo que había pasado con Roger, de lo que seguía pasándole a él, y de lo que había estado pasando en mi interior durante las últimas semanas, empezaba a temer cada vez más que la enfermedad mental fuera un asunto genético. No era que tuviera ninguna información que respaldara esa teoría mía, y es cierto que, al ponerlo en palabras, parece una preocupación bastante exagerada. Pero no podía evitarlo. Tener a un hermano con problemas mentales hacía que sintiera que tenía el deber de ser lo más cuerdo posible, como si así pudiera equilibrarse un poco la balanza. Y Dios sabía que, especialmente desde que Belle había llegado a mi vida, no había estado haciendo un muy buen trabajo al respecto.

-Allí puedes pedir la comida- le indiqué a Belle, señalando al otro extremo de la sala. Necesitaba hablar de algo, aunque fuera de la repugnante comida de la escuela. Cuanto más hablaba, menos pensaba. Y pensar no era bueno. Al menos, no últimamente.-No te recomiendo la sopa ni los guisos. Tampoco la pizza y las pastas. Y ni se te ocurra probar las hamburguesas, a no ser que te apetezca coger una hemorragia estomacal. De hecho, es mejor que te mantengas alejada de todo lo que contenga carne. Creo que la compran vencida para ahorrar gastos. Y la ensalada tiene verduras podridas.

-¿Hay algo que pueda comerse?- me preguntó volviéndose a mí, entre asqueada y divertida.

-Todo puede comerse. Lo que no te garantizo es que vayas a vivir luego de hacerlo- bromeé, pero a Belle no le causó particular gracia el chiste. Me dedicó una mirada que me hizo estremecer por dentro, por lo que me apresuré a agregar- Tú no te preocupes por la comida. Vengo equipado.

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