Había asistido al colegio Austin desde que tenía como seis años. Eso es lo que sucedía en aquellas escuelas que se empeñaban en dar educación elemental y secundaria al mismo tiempo. Podría decirse que era mi segundo hogar, pero en realidad, no tenía un primero. Me había mudado de casa tantas veces que no podía recordar la última vez que había pasado más de un año viviendo en el mismo lugar. Así que sí, la escuela era lo más similar a un hogar que tenía. Dios, eso sonaba patético. No era un hogar que me gustara mucho. Pero eso no importaba. Los hogares no tenían la necesidad de ser buenos. Sólo tenían que estar ahí.
El punto es que, estando tanto tiempo en el mismo colegio, me conocía los recovecos del lugar como la palma de mi mano. E incluso más. Porque lo cierto es que no creía tener ni la menor idea de cómo era la palma de mi mano. Es tan sólo una palma de mano común, con unas líneas y esas cosas. ¿Quién conocía la palma de su mano? ¿Acaso había alguien que se sentaba a mirarse la mano y memorizarla? Porque eso sonaba bastante patético, y eso venía de mí, que había hecho de lo patético algo similar a un estilo de vida. ¿De dónde venía ese dicho tan estúpido? No lo sabía. Pero no tenía tiempo para preocuparme por eso. Tenía mejores cosas en las que pensar.
En una de las paredes laterales de la biblioteca, había una pequeña escalera que llevaba a un sótano. Se utilizaba como depósito, y estaba llena a más no poder de papeles viejos y libros polvorientos. Creo que lo descubrí cuando tenía ocho o nueve años. Estaba jugando a las escondidas. Se me ocurrió que era el escondite perfecto. Y luego, me hice más grande, y dejé de jugar a las escondidas. No obstante, ese continuó siendo mi escondite. Porque un escondite siempre era algo útil. A uno siempre le hacía falta un lugar en el que esconderse. Si no era del buscador en las escondidas, era de la vida en general.
Así que sí. Aquel lugar había sido mi escondite prácticamente desde que tenía memoria. Sencillamente eso. Un escondite. Un lugar al que huir cuando necesitaba apagar el mundo por algunos instantes. No era mi lugar favorito en el mundo, ni nada por el estilo. Al menos, no lo había sido. Porque ahora, estaba allí con Belle. Y eso lo volvía mi lugar preferido. Todos los sitios en los que ella estaba eran mis lugares preferidos.
-Me gusta estar aquí- murmuró ella en unos instantes en los que tuve que dejar de besarla para recuperar el aliento.
Miré a mí alrededor. No había más que objetos cubiertos de polvo a nuestro alrededor. Yo no sabía si me gustaba estar allí. Me gustaba estar con ella. Sin más.
Asentí un par de veces y volví a inclinarme para besarla. Creo que me había acostumbrado demasiado a sus besos. Comenzaba a desesperarme un poco cuando no los tenía.
El sonido del teléfono de Belle cortó el silencio que inundaba la sala. Suspiré, mientras me apartaba de ella con dificultad. Estaba comenzando a odiar el teléfono de Belle. A detestarlo de verdad. Miré el artefacto con sumo desdén mientras ella lo sacaba del bolsillo de sus pantalones para contestar la llamada.
-¿Hola?- dijo mientras me miraba como disculpándose con la mirada. Yo le sonreí rápidamente mientras me sentaba apoyando la espalda contra una torre de papeles amarillentos. La observé cuidadosamente mientras ella se arrodillaba con el teléfono apoyado sobre su oído derecho, con sus ojos azules abiertos de par en par y emitiendo sonidos como "aja" y "mmm" en determinados puntos de la conversación. Volví a pensar que era hermosa. Era tan hermosa. Resultaba tan difícil asimilar que era mi novia. Mi novia. El pensamiento había cruzado mi cabeza al menos diez veces durante el último par de horas. Seguía resultándome extraño.
Finalmente Belle cortó la llamada y me sonrió. Tuve ganas de besarla de vuelta, pero me contuve. No quería que pensara que era un desesperado, ni nada por el estilo. Probablemente ya lo pensaba, pero bueno. Ese era un detalle sin importancia.
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Serendipia
Romansa-¿Sabes lo que es una serendipia?- preguntó Ethan, dando golpes a la esquina de la hoja con la punta de su lápiz. Puse los ojos en blanco. No entendía cómo Ethan podía pensar en la escuela, y en las serendipias, y en todas esas estupideces. Yo sólo...