Capítulo 8: Primeras citas y vuelos riesgosos

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Hacía muchísimo tiempo que no me sentía tan nervioso. Casi podía escuchar a mis poros generando sudor. Y a mi corazón bombear sangre en mi pecho. Caminar nunca había sido una tarea tan compleja.

Miré de reojo hacia un lado. Belle estaba ahí, caminando lenta y calmamente. Era un poco gracioso cómo se preocupaba por mirar hacia el cielo, hacia el suelo, o hacia las casas con tal de no mirarme a mí. De todos modos, no me molestaba mucho. De hecho, me convenía. Si no me miraba, yo podía mirarla a ella todo lo que quisiera. Lo cierto es que la hubiera mirado de todas formas. Pero, así, al menos podía hacerlo sin parecer un acosador tan grande. Era cierto que ya tenía la fama, pero era mejor no hacerle más honor del necesario.

En especial esta noche. Necesitaba causar una buena impresión. Tenía que hacerlo. No sabía cuántas oportunidades iba a tener para intentar hacer que Belle cambiara su opinión con respecto a nosotros. Pero estaba claro que estaba teniendo sus dudas. Si esto resultaba ser un desastre, sus sospechas de que no era bueno que estuviéramos juntos se confirmarían. Entonces, la perdería por completo. Sólo imaginarlo me hizo estremecer.

Mientras seguía mirándola, me pregunté qué era lo que estaba pensando. Estaba extremadamente callada, no había sacado más que monosílabos de ella desde que habíamos dejado su casa. Parecía sentirse realmente incómoda. ¿Era por mí? ¿O por la situación en general? ¿Estaría pensando que esto era un error? ¿Pensaría que yo era un error?

No podía culparla si era así. A las chicas no solía gustarles caminar veinticinco cuadras en una primera cita. Pero lo cierto era que todo el tema de las citas era realmente injusto. Tenías que costear un montón de cosas. Restaurantes, y flores, y medios de transporte. En realidad, yo no sabía demasiado sobre las citas. Todos mis conocimientos se limitaban a lo que había podido leer en WikiHow en día anterior. Y ese retazo de información me había asustado tanto que se me habían ido las ganas de investigar más. Quien fuera que hubiera inventado todo el asunto de las citas, de seguro no había pensado en los tipos con sueldo de fotocopiadores y de vendedores en tiendas de cuarta que tenían que, además, cubrir los gastos psiquiátricos de su hermano demente. Maldito idiota egocéntrico.

Volví a mirarla. Ella seguía sin querer mirarme. Estaba cruzada de brazos, tironeando de las mangas de su pulóver para hacerlas cubrir la mayor extensión de piel posible. No había sido consciente de la fría brisa nocturna que recorría las calles hasta ese momento. Casi sin pensarlo, me quité el abrigo rápidamente y lo apoyé sobre sus hombros. Ella se volvió a mirarme, sorprendida, y yo comencé a sentirme como un estúpido. Era lo más cursi del Universo, pero lo cierto es que lo había hecho sin pensar. Casi como un acto reflejo. Era como si una parte de mí no pudiera soportar que ella tuviera frío, aunque sólo fuera un poco. Tan sólo quería que ella estuviera bien. Sentía que era mi responsabilidad hacer que lo estuviera.

Por unos segundos, ella sólo me miró, sin pestañear. Pero enseguida, esbozó una rápida sonrisa de agradecimiento y miró hacia adelante, mientras se acomodaba el abrigo sobre los hombros. Le devolví la sonrisa, pero reaccioné tarde. Ella ya no me estaba mirando. Ya había vuelto a mirar al cielo, y al suelo, y a las casas. A todas esas cosas que no eran yo.

-Gracias- murmuró luego, en voz muy bajita. A decir verdad, me sorprendió muchísimo que me estuviera hablando. Había tapado todos mis intentos de entablar conversación con tanta eficacia que había comenzado a pensar que estaba aplicándome la ley del silencio o algo por el estilo- Supongo que la caballerosidad realmente no ha muerto, ¿verdad?

Me reí levemente. Fue algo bastante extraño. Como reírse en susurros. Por alguna razón, ambos estábamos hablando en voz muy baja. Como si hubiera algo que no quisiéramos despertar.

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