CAPÍTULO VIII

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Un nuevo día empezaba, desperté muy temprano para poder contemplar el maravilloso amanecer desde el balcón del hospital.

Abrí el ventanal de la habitación y una leve brisa recorrió mi cuerpo, ya que estaba con una remera y en slip, y se sentía bien. A pesar de ser primavera había aire fresco y es bastante raro porque ya se acercaba el verano.

Caminé lentamente hacia la baranda del balcón disfrutando el viento suave y fresco. Eran las cinco y media de la mañana y el cielo comenzaba a aclararse, alguna que otra ave pasaba volando libremente buscando alimento para sus crías o quizás buscando pareja para poder aparearse y así hacer que su especie siga creciendo o solo seguir un camino hasta llegar a un destino tratando de esquivar a los depredadores que hacen peligrar su vida.

Me sentía como un pájaro en aquél balcón, uno al que lastimaron sus alas y por eso no podía volar, uno que se sentía diferente a los demás pájaros, así es como me sentía y cuando quise tranquilizarme para no llorar ya era demasiado tarde, un par de lágrimas se escaparon de mis ojos inundando mi vista y dejándola borrosa. Las sequé y seguí esperando para ver aquél espectáculo y... lotería los rayos del sol rasgaron el alba destruyendo toda la noche, haciendo que las estrellas se escondieran al ver su brillo increíble y que la luna se viera enana ante su presencia, aquello era maravillosamente hermoso y relajante.

Terminé de ver el espectáculo y decidí volver adentro para que las personas no me vieran en calzoncillos, sería vergonzoso. Entré a mi habitación, luego de cerrar la puerta me fui a bañar para estar más fresco. Me saqué la ropa y abrí la llave para dejar caer el agua tibia por mi cuerpo, estuve un rato largo bajo el agua con los ojos cerrados dejando mi mente en blanco sacando toda preocupación...

Envolví la toalla por mi cintura, me mire en el espejo me encantaba ver mi aspecto físico que estaba desarrollado a pesar de no hacer ningún deporte. Cepillé mis dientes y luego salí para ir a vestirme. Me puse un short de rugby blanco y una musculosa negra. Eran las siete y enseguida traerían mi desayuno por eso me vestí rapidísimo.

Me acosté y encendí la televisión así esperaba a que trajeran alimento para mi. Se cumplió las siete y media cuando la enfermera golpeó la puerta...

-Adelante- grité.

-Buen día Axel, ¿cómo te sientes?-. Alejandra era muy buena persona y cuidaba muy bien de mi, era como una segunda madre a pesar de estar dos meses en aquél lugar la quería muchísimo.

-Igualmente Ale-, dije sonriendo.

-Aún no contestaste mi pregunta-, una leve carcajada se me escapó.

-Estoy de maravillas, comenzando a luchar y tratar de seguir, para que las personas que amo puedan disfrutarme cada día más-, una vez más estaba descargándome.

-Que bellas palabras Axel, con la ayuda de todos nosotros podrás seguir adelante y llevar una vida normal, haremos todo lo posible-, ahí estaba nuevamente emocionándome, todo este proceso me hacía sensible, al igual que ella dejamos escapar lágrimas de nuestros ojos. Se despidió con un abrazo y antes de cerrar la puerta dijo -el doctor quiere verte, ya es hora de comenzar con la quimioterapia lo antes posible para reducir el tumor, debes prepararte vendrá a buscarte en cuanto llegue-, asentí con la cabeza y un poco de miedo recorrió mi cuerpo produciendo un escalofrío, estaba algo nervioso porque odiaba las agujas.

Terminé mi desayuno, estaba lleno ya que me daban bastante para aumentar mi peso y estabilizar mi sistema inmune dándome una serie de medicamentos que eran asquerosos en especial el hierro para controlar la anemia que estaba bastante alta.

Seguí mirando la televisión hasta que nuevamente golpearon la puerta -adelante-, dije nuevamente, era Wasewell dándome la noticia que ya me había dicho Alejandra, además dijo que hablaría con mis padres para que volvieran a firmar la autorización para el tratamiento y al día siguiente ya estaría entrando a la espantosa sala de quimio. Al terminar salió por la puerta para hablar con mamá y papá.

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