Recuerdos | 13

2.1K 187 70
                                    

Luego de permanecer unos segundos en estado somnoliento levantó los párpados. Delante de sus ojos, un techo gris rodeado por estanterías blancas rebosantes de libros. Su puntería no le había fallado: estaba en el cuarto del rubio. 

Giró su cabeza a la izquierda y observó el cielo radiante y calmo por el ventanal. Aún se escuchaban sirenas de policías y ruidos fuertes, aunque los sentía más bien ajenos. Vio su mano sobre su vientre, subiendo y bajando a cada suspiro.

Mi Lady, ¿estás bien? —escuchó una voz aislada.

Chat Noir trepó por fuera del ventanal y asomó sus orejas de gato. Entró al cuarto, corriendo para ayudarla a levantarse.

—Sí, estoy bien.

—Este es el villano más fuerte contra el que hemos peleado.

—Lo sé... Creo que no nos ha visto entrar aquí.

—Espera. ¡Espera!

—¿Qué?

—Mi amiga Marinette, ella estaba aquí...

—Oh, eh, ah... Seguro se escondió, Chat, no te preocupes. No estaba aquí cuando entré.

—¡Ahí están! Nadie huye de una pelea —gritó el akumatizado, señalándolos desde el techo de enfrente.

Luego de dar un salto en largo y atravesar exitosamente el panel de vidrio que estaba abierto, aterrizó frente a ellos con una reverencia.

—¡Esta pelea no la ganarás! —se le enfrentó Ladybug.

En menos de un pestañeo fue empujada con increíble fuerza y chocó contra un mueble de estantes, provocando que se tambaleara, al igual que todo lo que tenía dentro.

El héroe sacó su bastón e intentó retenerlo mientras ella se recomponía.

Presionando sus sienes, se esforzó por que todo a su alrededor dejara de dar vueltas. Una caja le cayó en la cabeza, terminando en el suelo sin su tapa.

—Qué... —susurró, al ver asomado un papel que le resultó familiar. La tomó entre sus manos, procurando que nadie la viera, y se atrevió a husmear.

Era blanca, de cartón, algo más pequeña que una caja de zapatos. Asomó sus ojos curiosos y encontró la última carta que le había dado. Y la otra, y la otra. Las tomó con la mano y, debajo de ellas, encontró una gran colección de fotos suyas. Bueno, de Ladybug; saludando con la mano, chocando puños con él, volando con su yo-yo, sonriendo a los niños que la rodeaban y frente a la Torre Eiffel.

Y aún no había terminado de explorarla. Vislumbró un par de hojas arrancadas y tachadas, con letra manuscrita.

Mi día favorito contigo fue cuando nos quedamos hablando sobre la alcaldía. El cielo se escondía tras las nubes, más blancas por aquí y grises por allá, y nos quedaba un poco de energía para aprovechar.

Nos sentamos al borde, con las calles, las personas y los autos bajo nuestros pies. Estabas a mi lado, observando la lluvia amenazante y los edificios que se atravesaban frente a tus ojos.

Me dediqué a admirar tu mirada inocente, el agua cayendo sobre tu nariz, y tus labios curvándose divertidos cuando una gota golpeaba tu frente.

En ese mismo instante mis ojos te tomaron una fotografía, que llevo guardada entre mis recuerdos y la saco cada vez que llueve. Me pareció un encuadre perfecto; tu traje de color tan enérgico contrastado con la inmensidad gris, tu perfil definido y mi mano junto a la tuya. Casi me animo a ponerla encima, pero no quería interrumpir la escena.

Quizás por mi expresión parecida a la de un niño en una juguetería, me sonreíste, y señalaste a algo que no recuerdo mientras explicabas algo que no escuché. Estaba tan perdido en tu encanto, ese encanto con el que me llevas y me traes a tu voluntad, que apenas pude prestar atención a lo demás.

Me hablaste de lo mucho que te alegra ser mi compañera, de que somos un gran equipo y combinamos muy bien. Habría querido decir mucho más de lo que dije. No te dije que quería tomarte la mano, no te pregunté si tenías frío, y así tener una excusa para rodearte con mis brazos.

Pero nada de eso importa si te tengo. Y por eso los días grises son mis favoritos. Me recuerdan a ti. Me recuerdan que no importa lo difícil que parezca todo a mi alrededor, siempre vuelvo a ti. Siempre te tengo.

Ella tenía la imagen de ese día muy fresca en su memoria. Luego de vencer al akuma, con sus músculos tensos y cansados, él le preguntó: "¿y si nos quedamos un rato para relajarnos?".

Casi automáticamente, pensó en rechazar la propuesta. Pero luego de meditarlo un poco entendió que tal vez no era mala idea.

Se sentaron en el techo de la alcaldía a sentir la lluvia, pues sabían que era un lugar solitario en el que nadie irrumpiría.

Chat Noir le había dicho que era muy afortunado de tenerla en su vida. Y sí, lo había descubierto mirándola con una sonrisa boba indeleble. Pero ya dejaba de fastidiarle, sino que comenzaba a parecerle tierno. Por más que quisiera negarlo a toda costa, por más que intentara prohibirse ese fugaz y absurdo pensamiento, ella también quiso tomarle la mano en un momento.

Dejó la hoja de nuevo en la caja, con la emoción a flor de piel, y prosiguió a tomar la siguiente.

No puedo creer que ya sean dos años de conocernos. No olvido la primera vez que caíste sobre mí. No podría olvidarlo, aún repito nuestros diálogos y recuerdo cómo comenzó todo.

Si me hubieran dicho en ese instante que me volvería tan loco por ti, no lo habría creído. Jamás habría creído que pensaría en ti todas las noches antes de dormir, ni que todas las mañanas al despertar me preguntaría si tendría la oportunidad de verte.

Pero tú no tardaste en mostrarte tal y como eres. Valiente y segura, pero con miedos; dulce y alegre, aunque te entristeces cuando algo no sale bien. Eres humana, con atributos y defectos, y no pretendes ser la mejor, sino dar lo mejor. Creo que eso fue lo que me cautivó.

Me pregunto si también recuerdas esta fecha, si es tan importante para ti como lo es para mí. Sin dudas fue el día más importante de mi vida. No sólo por haberme convertido en superhéroe, sino porque te conocí. Éramos pequeños, teníamos miedo, y ninguno de los dos sabía con exactitud lo que nos estaba pasando.

Nos apoyamos mutuamente, no nos dejamos caer. Nuestra relación nació del compañerismo y la confianza.

Y no exagero cuando digo que desde ese momento, no hay día en el que no piense ti. Ocupas mi mente todo el tiempo. Tu sonrisa, tus manos sobre las mías al luchar, y tu cabello y tú. Tú nada más.

Hay veces en las que te miro, siento tu tacto o tan sólo te escucho darme alguna indicación, y me invade el deseo de decirte que te quiero. Que no importa lo que pase, ni lo que puedan decir sobre ti, ni que tengamos al mundo en contra, me quedaré contigo. Siempre estaré, aunque tú no quieras. Me es imposible alejarme de ti.

Sintió deseos de liberar aquellas lágrimas reprimidas, pero no lo hizo. Guardó los papeles en la caja y puso la tapa con cuidado. Levantó la vista. No pudo evitar sonreír al verlo allí, luchando, protegiéndola, ayudándola en todo como hizo siempre.

Mi Lady, ¿te encuentras bien? —preguntó, girando su cabeza, aunque manteniendo su cuerpo ocupado en la lucha.

Ladybug se incorporó, escondió la caja y le sostuvo la mirada.

—¿Por qué sonríes tanto? No quiero decir que no me guste tu sonrisa, pero es un poco raro por...

—Oh, nada. Nada. Estoy lista para luchar contigo, gatito. Como siempre —sonrió.

Al ver esto, Chat Noir curvó sus labios al instante. Se dedicaron una mirada, entregándose toda su confianza.

Kick Boxer cortó sus miradas atravesando su palma abierta. En ese momento volvieron a la realidad y se dieron fuerza para acabar la misión.

La última cartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora