Visita nocturna | 38

938 63 129
                                    

—No debieron hacer eso —reprendió Plagga.

—Lo sé —dijeron a coro, con las cabezas bajas.

—Ahora están más lejos de conseguir información.

—Lo sé, Tikki. Pero...

—Y el Maestro está enojado.

Tikki permaneció fija en el aire frente al sillón de Adrien, donde él y Marinette estaban sentados. Plagga flotaba junto a ella.

—¿Qué harán ahora? —preguntó Plagga.

Los jóvenes se miraron.

—Creo que... no lo sé.

—Yo sí.

Todos los ojos se dirigieron a Marinette.

—No nos queda otra opción que recurrir a la última fuente de información. Tu padre.

—¿Mi padre? Pero...

—¿Qué se supone que hagamos si no? ¿Olvidar esto y nunca animarnos a preguntar? Esa información podría, incluso, ayudarnos a vencer a Hawk Moth.

Los tres compartieron miradas, con el pensamiento de que Marinette podía estar en lo cierto.

—Sí, es verdad, pero... tengo miedo.

—¿Miedo de tu padre?

—Sí, no me animo a preguntar algo así.

—Piénsalo, arma las preguntas como creas más conveniente. Pero deberíamos dar ese paso.

Ella le apoyó una mano en el hombro y luego se incorporó para marcharse.

—Te acompañaré a la puerta.

Bajaron las escaleras hasta la sala, donde encontraron a Gabriel y Nathalie. Ella hablaba por teléfono.

—Padre, abriré el portón. Marinette ya se va.

—De acuerdo. Hasta luego, señorita Marinette.

—Hasta luego —despidió, e hizo un gesto cordial.

En otras ocasiones donde había tenido al señor Agreste de frente, siempre le había inspirado autoridad e intimidación.

Esta vez solo tenía en mente el hecho de que él los podía ayudar. Era dificultoso imaginar a ese hombre tan rígido e impasible como un joven héroe, como ella o Adrien. Le estallaban las ansias de tener acceso a esos recuerdos y responder todas las preguntas. Tan cerca de la verdad.

—Señor, ¿tiene un segundo? —llamó Nathalie, y les dio el pie para retirarse.

Luego de cruzar la gran puerta de madera, salieron a un día de pleno sol.

—Te prometo que intentaré hablar con mi padre —murmuró Adrien, mientras bajaban las escalinatas.

—Está bien, no quiero presionarte. Entiendo que no es tan fácil como creo que es.

—No lo es.

—No te preocupes, dejemos que todo fluya. ¿Si olvidamos esto por un rato? Seamos una pareja normal —sonrió.

—Me gusta esa idea —rio, y llegaron abajo.

—¿Te veo mañana en la escuela?

—Claro.

Marinette se acercó para abrazarlo por el cuello y darle unos pocos besos antes de despedirse.

—No te estreses tanto.

—Lo intentaré —sonrió el rubio—. Te quiero.

—Hasta mañana —se despidió y se alejó por la calle.

La última cartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora