Ah, modelos... | 22

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—¿Cómo te ha ido en la escuela? —preguntó Nathalie, abrochándose el cinturón de seguridad.

Si era realmente honesto, le había ido terrible. La señorita Bustier comenzó a interrogarlo sobre su cambio de asiento y su bajo rendimiento en clase, otra vez. No hace falta decir que no reveló ni media pista sobre la verdad. Volvió a recurrir a sus promesas vacías, que le alcanzaban para llenar el tiempo.

Además, ¿qué podía decirle? "Señorita Bustier, la verdad es que yo soy Chat Noir y Marinette es Ladybug. Aún tengo problemas para digerir la noticia, se imaginará, sobre todo por nuestra relación amorosa que estaba floreciendo. A cualquiera podría pasarle, pero así está la cosa".

Mala idea.

—B-bien, creo.

—Ponte el cinturón, Adrien.

—Sí... —obedeció. Luego apoyó el codo en la ventanilla y se dedicó a mirar hacia afuera.

—Traje tus lentes de sol.

—Gracias, creí haberlos olvidado —respondió, y volvió a apartar la vista.

—Tu padre pidió un camerino sólo para ti hoy. Pensó que querrías privacidad.

—Lo que realmente quiero es quedarme en mi habitación, pero el camerino está bien, gracias. Al menos podré estar solo un rato mientras me cambio.

—Acabará pronto. Si quieres podemos anular las clases de hoy.

—Eso suena bien. Gracias, Nathalie.

La mujer sintió que, de a poco, estaba derribando la tensión que la separaba de Adrien. Sacó su celular y buscó entre las tendencias algo interesante para que, al menos, le regalara una sonrisa, y ella sentirse satisfecha.

—Oh, mira, están transmitiendo en vivo —informó, extendiéndole el teléfono.

—Bienvenidos una vez más a La mode parisienne. Soy Nadja Chamack, transmitiendo en vivo desde una nueva pasarela que lleva el nombre Agreste. Hoy se llevará a cabo el desfile con la nueva colección de corbatas y camisas. Nos encontramos ahora en la entrada del lugar, y... ¡Miren! Es el auto, ¡allá llega Adrien Agreste! El modelo adolescente, hijo del gran diseñador, entra al estacionamiento privado...

—Agh, quítalo —se quejó, irritado.

De inmediato se apartó de la ventana, no quería ver a las personas que saludaban al auto mientras entraba al estacionamiento.

Existen días en los que uno simplemente no quiere tener contacto con el mundo exterior, ni intercambiar ideas con otras personas. Días en los que necesita tiempo solo e intercambiar ideas consigo mismo. Ese, por ejemplo.

No se sentía dispuesto a complacer a cientos de personas ni mucho menos a vestirse con ropa decorosa, o dejar que varios maquilladores pusieran sus manos sobre él al mismo tiempo, decidiendo qué brocha usar o qué colores resaltaban su piel.

Una gran cantidad de personas aguardaba en la fila. Se aglutinaban y empujaban emocionados, grababan con sus celulares y generaban un bullicio aturdidor.

Se puso en el lugar de los fanáticos y, si bien no tenía deseos de estar allí, los demás no tenían la culpa y no merecían esperar por causa de su mal humor. No podía comportarse egoísta, así que decidió poner toda su voluntad y dar lo mejor.

La última cartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora