Café para tres | 23

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Las tizas rechinaban sobre el pizarrón mientras la señorita Bustier escribía los cálculos de tarea. Todo estaba en absoluto silencio, salvo por el ruido de los bolígrafos corriendo sobre el papel.

Marinette tenía la cabeza apoyada en su palma vacía, casi cabeceando de aburrimiento. Álgebra nunca había sido su materia favorita, ni tampoco en la que llevaba mejores notas.

De repente sintió una leve vibración sobre el pupitre que la despabiló. Abrió grandes los ojos y los dirigió a su celular. Prendió la pantalla: una notificación.

"Hola, Marinette. Quería hablar contigo".

No lo podía terminar de entender. ¿Había recibido lo que había recibido? Volvió a leerlo con cuidado para asegurarse de que era real.

Metió su celular debajo del banco y Alya notó que lo usaba a escondidas.

—Ps, ¿qué haces? —susurró.

—Nada.

—Sabes que no puedes enviar mensajes en clase.

—Lo sé, lo sé...

—¿Entonces?

—Es que... Agh, mira —susurró, extendiéndole el teléfono—. Recibí un mensaje de Azael.

—¿Qué, en serio? ¿Y qué dice?

El timbre de cambio de hora anunció el fin de la clase. La señorita Bustier remarcó los ejercicios para el día siguiente y dio un saludo general de despedida antes de salir.

—Por ahora no dice nada. Sólo que quiere hablarme —retomó Marinette.

—Qué... inesperado. Oye, ¿acaso piensas lo mismo que yo?

—Creo que no...

—Te escribió porque tú le interesas, no yo.

—No, eso no puede ser. ¿O sí?

—Piénsalo, ¿por qué otra cosa sino?

—Bueno, tiene sentido...

—Uf, qué alivio. Ahora que sé que en realidad le gustas tú, estoy mucho más tranquila.

—Alya —exclamó indignada—, eso no me ayuda.

—Perdón.

—Yo tampoco quiero nada con él, ¿entiendes?

—¿Y por qué no? ¿Acaso no te agrada?

—Sí, bueno, pero...

—El otro día hasta dijiste que tenía lindo cabello. Te gusta un poquito al menos.

—Escucha, a mí...

—¡Ah! No me digas que es por Adrien.

—N-no, claro que no.

—Sí. No encuentro ninguna otra razón —pensó en voz alta—. Te gusta Adrien. Aún te gusta Adrien.

—¡No grites! —advirtió, mirando a todos lados.

—Perdón. Es que, claro, esos sentimientos no iban a desaparecer de un día para el otro. No importa lo enojada que puedas estar.

Marinette escuchaba las palabras de su amiga; todas eran un golpe a esa herida sin cicatrizar. Miró hacia atrás y vio a Adrien concentrado escribiendo en su hoja. Luego bajó la cabeza y tomó un largo suspiro.

—Lo siento. No quería decir...

—Está bien, Alya, tienes razón. Azael es lindo, pero no he olvidado a Adrien. Y tal vez nunca lo haga. ¿Imaginas empezar una relación con alguien y seguir pensando en otra persona? No puedo hacer eso.

La última cartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora