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Llámame masoquista afligida y era verdad, sí lo soy

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Llámame masoquista afligida y era verdad, sí lo soy. Culpaba la sensibilidad que me causaba el embarazo pero a decir verdad una de las grandes causas era su ausencia, la de él, Tom y mi madre. La familia se quebranto desde ese día.

Era un desastre todo en casa. Mi padre, Gordon, había olvidado la existencia de su hija, yo. Cayó en una depresión profunda pero era algo de esperarse, perdió a la familia que por tanto había dado y recibió lo insuficiente.

Ya han transcurrido siete largos meses. Ha volado el tiempo y esto me hace más y más notorio lo abultado de mi vientre. He logrado esconderlo de mi padre pero es innecesario a la escasa atención que él me ha brindado en este tiempo.

Ahora mismo me dirijo a casa de Diana, que con su ayuda y a la de su madre, quién es enfermera en un hospital; he logrado cuidar de mi embarazo y tener las medidas necesarias para que todo salga perfecto al momento de traer al mundo a Samanta.

Toco el timbre un par de veces y atiende de inmediato Diana.

–Amiga –sonríe–. Pasa –me cede el paso al interior de su casa y me abraza alegre–, ya es un poco tarde pero en unos minutos nos vamos.

–¿Nos está esperando tu mamá? –pregunto caminando hasta el living.

–No, ella está aquí –responde.

–Debo ser una molestia –hablo sentándome en el sofá guinda del living.

–Para nada,–Diana continua su rumbo hasta la cocina– no pienses eso.

Observé con mucho más detenimiento el living y cada una de las piezas que le decoran, incluso presté de mi atención a observar con detalle cada fotografía ubicada en la pared frente a mí, justo arriba del televisor.

Acaricié mi vientre al sentir una leve patada de Samanta al interior. Me conmovió y sonreí.

–¿Cuánto falta para que llegue Sam? –preguntó Diana saliendo de la cocina con un pequeño refractario de plástico.

–Dos meses –respondí–. Pero puede nacer antes.

–Que emoción –se encaminó hasta mí– ya quiero conocer a mi sobrina.

Me ayudó a poner de pie y me dedicó una sonrisa.

–Sé que es un tema que no deseas volver a tocar, pero –me obligó a observarle– ¿No sabes algo de... –pausó dándome a entender con gran exactitud el destino de la plática.

–No –respondo dibujando una sonrisa leve–. No he podido saber nada de él.

–Oh –lamentó Diana alejándose un poco de mí–. ¿Ni siquiera haz tratado de llamarle o contactarle?

Descendí mi mirada observando con decepción el suelo. Muerdo mi labio con el fin de evitar nuevamente el llanto y suspiro liberando el nudo en mi garganta.

Delirante #2 El delirio de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora