15.

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—Sí, lo sentimos por la hora —responde Tom—. ¿No nos reconoces, tía?

Tía Mary nos observa fijamente de pies a cabeza, analizándonos y por su expresión notamos que nos buscaba entre sus recuerdos.

—Disculpe, joven pero no les conozco.

—¿De verdad? ¿Nos has olvidado tan pronto, tía? Somos Bill y Tom.

La expresión de tía Mary cambió con escándalo al dejarnos ver el asombro reflejado en su rostro. Abrió los ojos de par en par y ablandó su ceño con ternura. Llevó sus manos su rostro ahogando un grito, nos observó a Tom y a mí para acto seguido acercarse a ambos.

—No puedo creerlo, mis niños. —Se acercó lo suficiente a ambos para observarnos fijamente, su altura era menor a la nuestra lo que ocasionó que Tom se agachara para observarle y recibir el cálido abrazo de tía Mary—. Están enormes, mis niños. Ven. —Me indicó acercarme a ella para abrazarme como lo hizo con Tom.

Tom y yo nos observamos con una gran sonrisa en nuestros rostros y observamos a tía Mary.

—Feliz cumpleaños, tía —habla Tom.

—No pensé recordaran aún mi cumpleaños, muchachos —dijo Tía Mary adentrándose a su jardín—. Vamos, entren. —Nos invitó a pasar y accedimos.

Le seguimos el paso y estando dentro, ella cerró el portón blanco con llave, le cedimos el paso y ella caminó delante de nosotros con la calma del mundo.

—No puedo creerlo, muchachos, no puedo creer que estén aquí después de tanto tiempo sin verles —mencionó con cierta emoción plasmada en su voz.

Estando frente a la puerta semi abierta de su casa, nos detuvimos. Tía Mary abrió con su totalidad la puerta invitándonos adentrar a la casa.

Al entrar se sintió el golpe de calidez familiar tan reconocido para Tom y para mí. El aire olía a tía Mary, catalogado para mí, como el olor de la ternura porque eso era lo que me causaba tía Mary. La casa seguía un tanto igual a como la recordaba, a diferencia de nuevos arreglos en la decoración y el cambio de color de las paredes.

Tía Mary nos guió hasta la sala de estar y nos invitó a sentar junto a ella en el sofá guinda. Mi hermano y yo aceptamos y obedecimos con gusto.

—Sigo sin creer lo que mis ojos ven, mis niños ya son todos unos hombres. —Tía Mary acaricia la espalda de Tom pues él es quién está a lado de ella—. Ha pasado tanto tiempo sin saber de ustedes.

—Nueve años, tía —aclara Tom.

—Nueve años es bastante tiempo. ¿Qué ha sido de su vida, chicos? ¿Cómo han estado?

—Bien, tía. Hemos estado sobrellevando la vida, trabajando ambos —dijo Tom.

—Hay tantas cosas de que platicar, chicos. —Tia Mary se levanta del sofá y camina directo al umbral de entrada a la sala de estar, de ese mismo umbral llevaba a un pequeño corredor que dirigía al recibidor y a las escaleras que mandaban al segundo piso de la casa—. ¡Andy, ven por favor! —grita tía Mary.

Observo con incertidumbre a Tom por la mención de ese dichoso Andy. ¿Quién era y por qué lo requería, Tía Mary?

—Lo siento chicos. ¿Gustan algo de tomar o comer?

—No queremos molestar —respondo a tía Mary.

—No es ninguna molestia, así que como no me respondieron les ofreceré algo de cenar...

Tía Mary fue interrumpida por la llegada de un sujeto, un hombre joven de cabellos negros, tez blanca, casi pálida, alto, delgado y de vestimenta formal, luciendo un traje sastre negro.

Delirante #2 El delirio de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora