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–¿Haz dormido bien? –pregunta Diana finalizando el silencio en mi casa.

–No –respondo y la observo a ella de espaldas, frente a la estufa moviendo con levedad de su brazo derecho–. No fue una buena noche para mí.

–¿No te dejó dormir, Samanta? –gira su rostro y me observa sonriente.

–No –suelto un suspiro y escondo mi rostro entre mis manos–. No.

–Amiga, –dice Diana llamando de mi atención– debes descansar. No es sano que duermas tan tarde y te descuides...

–Hablé con Bill –suelto sin pensarlo.

Aparto las manos de mi rostro y observo la expresión de sorpresa de Diana. Ella me observó confusa y con levedad negó moviendo de un lado a otro su cabeza, realmente negándolo.

–No, no entiendo. ¿Qué acabas de decir?

–Hablé con Bill en la madrugada –desciendo mi mirada–. Ayer marqué su número y –hago una breve pausa para asimilar lo que diré– me respondió.

–¿Te ha respondido?

Diana se dirige nuevamente a la estufa y apaga la flama la cual mantenía cocinando los panqueques.

–Fue algo sorpresivo –peino mi cabello hacia atrás.

–¿Le haz dicho? –pregunta y deja frente a mí el plato con tres panqueques.

Niego con la cabeza llevando a mi boca el primer bocado.

–No me permitió hablar, se excusó por que era tarde.

–¿Tarde para qué? No lo entiendo.

–Sólo tarde –suspiro–. No pude decir nada, no pude decirle nada.

–Tarde o temprano tendrás que decirle, __________.

–Prometió buscarme –vuelvo a llevarme otro bocado a la boca.

–Ja ja ja –rió sarcástica Diana–. Claro, sí. Claro.

•••

Desde la partida de mi madre, cada mañana, Diana iba a mi casa a primera hora algunas veces para dejarme el desayuno que su madre preparó para mí o algunas otras para tomar el desayuno juntas. Sus atenciones sólo me recordaban lo mucho que puede un persona significar para otra.

Y como en todas las mañanas, tomamos el desayuno y partimos juntas al colegio.

–Dijo me buscaría, –comenté observando cómo mis pies se movían al avanzar y dar paso tras otro– realmente lo dijo.

–¿Sabes dónde está, ahora? –preguntó Diana sosteniendo mi agarre al haber enlazado mi brazo con el suyo.

–No sé –suspiré–. Tal vez esté lejos de aquí.

–O fuera incluso del país.

–Es imposible –afirme con miedo.

–Todo se fue a la mierda –dijo Diana. Alce mi rostro y le observe–. Tu vida ya no será la misma y es todo por culpa de ese imbécil.

–También fue mía.

–Tuya y la de él. ¿Qué pensabas?

Me negué a responderle. Sabía a perfección que mi amiga se encontraba disgustada conmigo y aún más sabiendo sobre mí llamada con Bill. Y era obvio.

–No quiero hablar de esto, ahora.

–Hay tantas cosas que debes ponerte a ver ahora.

–Diana, por favor, no quiero hablar de esto ahora. No ahora –respondo enojada.

•••

–¿Estás bien aquí? –pregunta Diana dándome su garrafa de agua. El sol me golpea el rostro al observarle y asiento–. Sí te sientes mal grita o algo por el estilo.

–Te preocupas por mucho –sonrío–. Estaré sentada todo este tiempo. No me pasará nada.

–Sólo avísame algo.

Y Diana se aleja corriendo en dirección al centro del patio. Era clase de gimnasia y como siempre desde hace siete meses, me encontraba solitaria, sentada en las bancas cercanas a la cancha.

Los rumores acerca de mi condición física se esparcieron por todo mi salón de clases y algunos otros ajenos a éste. Eran diversos y sólo uno de ellos era el correcto.

"_________ Kaulitz está embarazada"

"Dicen que la hermana de los Kaulitz está embarazada y que la mamá la abandonó por zorra"

Todos los rumores eran esparcidos por toda la escuela, llegando al punto de tacharme como una zorra debido al hecho de que me encontraba embarazada y que muy pocas lograron afirmarlo al ver mi pequeño vientre, el cual a pesar de tener tiempo, no aumentó de la exagerada forma que creía.

–¡Oye! –llamaron de mi atención uno de los chicos que practicaban soccer– ¿Podrías darnos el balón?

Asentí y me levanté en busca del balón que lanzaron cerca de mi dirección. Caminé con dificultad y llegué hasta el, lo tomé entre mis manos y nuevamente caminé hasta el chico que me pidió el favor.

–Toma –se lo entregué en manos.

–Gracias –sonrió y lo aceptó. Se fue corriendo a la dirección contraria mía y decidida a regresar a la banca me comencé a alejar.

–¡Cuidado!

Escuché antes de caer bruscamente al césped que a pesar de ello, se volvió duró a la magnitud del golpe. Caí boca abajo, sin la oportunidad de meter mis brazos y evitar el impacto.

–¡Aaaaaah! –grité desde lo más profundo de mi garganta. Todos me observaron y comenzaron a correr alarmados hacía mí.

El causante de mi aparatosa caída, detuvo su carrera y asustado permaneció a distancia de mí, observándome.

–¡Oh, por Dios, por Dios, por Dios! –repetía alarmada Diana corriendo hacia mí.

Uno de mis compañeros me intentó Levantar pero el dolor era insoportable además del miedo que me invadía no me permitía mover.

–¡Maldita sea! –gritó Diana estando a mi lado, intentando levantarme– _________, por favor, no.

–M-me du-duele –balbuce aterrada.

Diana me hizo girar con brusquedad el cuerpo quedando boca arriba. La entrepierna la sentía húmeda y era un dolor insoportable en mis caderas.

–_________ –me nombró alarmada Diana–. E-estás sangrando.

La observé a los ojos y su semblante me mostraba lo aterrada que se encontraba. Dirigí mi mirada a mi entrepierna y efectivamente, la sangre se había hecho presente.

Tal vez... Pierda a mi bebé. 

Delirante #2 El delirio de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora