19.

256 18 12
                                    

Me remuevo con cierta incomodidad en mi asiento

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Me remuevo con cierta incomodidad en mi asiento. Quería que todo esto terminara de una vez por todas y Bill simplemente no llegaba.

Por tercera, cuarta o creo quinta vez observo la hora en mi móvil, siete diez.

Siete quince.

Siete veintidós.

Siete veintisiete.

Siete y media.

Mi café se ha terminado. Ahora pido un té relajante.

Siete treinta y tres.

Siete treinta y siete.

Siete cuarentena.

Ahora el enojo estaba presente.

Siete cuarenta y cinco.

Definitivamente...

Siete cuarenta y siete.

Me dejó plantada.

Doy el último sorbo a mi té y a con sinceridad, no me dio la calma que necesito ahora mismo. Me levanto dirigiéndome a caja. Espero unos minutos en la pequeña fila de tres personas, incluyéndome y vuelvo a observar mi reloj, siete cuarenta y ocho.

En todo el momento que espere en la fila observé hacía la entrada de la cafetería con la esperanza de verlo cruzar en último momento aquél umbral. Mi turno en pagar llegó. Agradecí por el cambio y el servicio. Con pasos lentos y firmes me encamino a la salida. Observo por última vez la hora, siete cincuenta y cinco.

Me dejó plantada.

¿Qué podía esperar de él?

Doy una última mirada a mi alrededor y sin señales de él, decido irme emprendiendo marcha hacia el ascensor.

Me sentía molesta, disgustaba y aunque resulte imposible decepcionada. Aunque una parte de mí celebra el hecho de no haber encarado a Bill, otra sólo se maldice por creer que él lo tomaría en serio.

Mis pasos son demasiado firmes, no sé qué expresión tenga en el rostro que las personas sólo me observan con cierto miedo. ¿Cómo esperan que esté feliz, gente? Me vieron la cara de estúpida. Otra vez.

—__________, espera.

Escuché tras de mí a la distancia. Me detengo y observo entre la multitud el como un Bill corría hacia mí. Vestía unos jeans negros con agujeros en las rodillas, una camisa un tanto holgada blanca y tenía su cabello despeinado causando se le formaran unos rizos que nunca antes había notado en él.

Al acercarse a mí inhaló y exhaló con pesadez, tomó aire como pudo para después observarme suplicante.

—Perdóname por llegar tan tarde...

—No importa. —Le interrumpo—. Ya me iba.

—No, no. Espera. —Me detuvo—. No puedes irte simplemente así. Estoy aquí. Corrí lo más que pude para llegar y tener la esperanza de verte.

Delirante #2 El delirio de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora