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El tiempo transcurrió. De un semana, le siguieron dos, tres, cuatro, un mes, dos meses hasta llegar por completo al año. Un año total de cambios y emociones varias.

Muchos aspectos de mi vida diaria se vieron afectados. Finalicé mi secundaria junto con Diana. Frente a esto el siguiente paso era comenzar la preparatoria, cosa que ambas habíamos decidido cursar juntas nuevamente pero con la única excepción de que la cursaríamos en otro lugar.

Tras la visita de Tía Mary en Navidad, mi padre fue convencido por la ya mencionada, a cambiarnos de hogar. Ya no teníamos circunstancias que nos continuaran atando a nuestro antiguo hogar por lo que mi padre accedió con pena. Fuimos a vivir a Berlín con Tía Mary.

Mi padre y la madre de Diana comenzaron a tener una especie de relación que por más que negaran, la atracción de encontraba presente en ambos. Ese fue motivo por el cual, ahora, mi amiga y yo nos encontrábamos en la mejor etapa de nuestras vidas. Nuevo hogar, nueva familia y nueva vida.

Todo marchaba bien. Mi padre logró superar la separación de mi madre y se convenció a si mismo de dejar todo el dolor atrás y resignarse a una vida perfecta. Pero en cuanto Sonia comenzó a prestarle atención y afecto a mi padre, éste no dudó en corresponder.

Samantha ya contaba con su primer año de vida. La emoción me embargaba y agradecía por estar rodeada de mi actual familia. Tía Mary le preparó una pequeña celebración íntima. Andy fue quien realmente le prestó atención a Samantha. Le cargaba y obsequiaba mimos.

Simplemente Andy se convertía en otra persona al tener a Samantha entre sus brazos.

Y no puedo negar lo inevitable. Realmente él me atraía y el sentimiento era mutuo pero jamás me plantee expresarselo. Sólo quería saber cómo fluirían las cosas. Andy adoraba a Samantha y de cierta manera me apreciaba a mí tanto como yo a él. Algo surgía entre ambos.

•••

–¿Dónde estamos?

–Tan sólo guarda silencio, por favor –pedí con cierta preocupación en mi tono de voz.

Recorrí unas casas más hasta llegar a la indicada.

Era irreconocible además de los cambios que se habían hecho. El color ya no era el mismo y las plantas que recibían en la entrada ya no existían más. Incluso el jardín se encontraba enrejado por completo y la llanta en la que algunas veces pasaba la tarde balanceandome, había desaparecido. Todo el pasado que me envolvía en mi infancia, desapareció.

Observé nervioso por alguna señal que me indicara que alguien se encontraba en casa y no existió ninguna. La única opción fue saltar la barda.

Corrí por el interior del jardín y llegué hasta la puerta donde repetí contaste los toquidos desesperados. El corazón me creaba la ilusión de arrancarseme del pecho.

Tras mi insistencia, atendieron. La puerta se abrió y dejó ver a una señora un tanto mayor frente a mí, sus lentes de fondo de botella y su corte de cabello me causaron ternura.

–¿Qué es lo que quiere, joven? –preguntó con su voz jubilosa.

–Vivía antes aquí una familia ¿Cierto? –pregunté.

–No lo sé, joven. Mi esposo y yo compramos esta casa este mismo año –respondió la anciana. Y sentí como el alma se me fue al cielo. Una presión se acumuló en mi pecho y un vacío comenzó a formarse en mi estómago.

–¿Conoció al dueño de esta casa?

–Así es. Gordon, –suspiró–que hombre tan amable. Nos dió en un increíble precio la casa.

–¿Sabe a dónde están ahora? –mi voz comenzaba a flaquear. Me encontraba presa del pánico.

–Me temo que no. Es algo que me es imposible de saber.

–No puede ser –susurré adolorido.

–Creo que no puedo hacer más por ti –habló intentando tranquilizarme–. Me alegraría ayudarte pero me temo que no está al alcance de mis manos.

–Gracias –respondí con un hilo de voz para acto seguido girarme sobre mis talones y emprender marcha.

Recorrí con pasos flojos el jardín. La desilusión creció en mí además de la frustración por no saber el paradero actual de ella. Simplemente se esfumó sin dejarme una despedida.

Realmente deseaba que le dejase en paz. Y lo logró, me apartó de ella y no dejó rastro de su partida, tan sólo se fue y temo que sea para siempre.

Suspiro cansado y brinco la barda nuevamente esta ocasión me recibió la pelirroja.

–¿Te encuentras bien? –preguntó preocupada. No respondí y negué con leves movimientos. La observé con detenimiento y me lancé a sus brazos. No deseaba llorar, no frente a ella. Tan sólo le permití me consolara– ¿Qué sucedió, Bill?

Guardé silencio. No quería que ella se enterara del motivo de mi huída. Después de todo ella decidió involucrarse y sabía perfectamente que si decía el motivo de mi visita a esta, ahora, extraña casa, me delataría con mamá y todo se arruinaría. Después de todo... Nada puede empeorar.

Tan sólo cállate y no cuestiones más, Daniela.

Delirante #2 El delirio de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora