Conii se sentó en un sillón y esperó a que nos sentáramos para empezar:
Bueno... Hace doce años, una pareja estaba paseando con su hija pequeña por un prado por el cual solían pasar, pero la pequeña niña encontró un hermoso y enorme castillo. Los padres pensaron que estaba abandonado, y decidieron ir a echar un vistazo.
Antes de llegar a la puerta de entrada, había un bonito jardín, en el cuál habían unas rosas preciosas, así que la niña decidió coger un ramo, pero de repente un hombre vestido muy elegante salió por la puerta.
- ¡Buenas tardes! – dijo aquél hombre – ¿Puedo hacer algo por ustedes?
Los padres, al ver que finalmente vivía alguien ahí, se disculparon por arrancar unas cuantas rosas de su jardín y se despidieron, pero antes de que se dieran media vuelta aquél hombre les invitó a cenar.
- No se preocupen. De hecho, mi sirvienta ha hecho más comida de lo normal, así que si quieren entrar a acompañarnos a cenar sería un honor. No conozco a mucha gente de por aquí, pues hace poco que me he mudado aquí.
Los padres, al ver lo entusiasmada que estaba su pequeña hija, decidieron aceptar la invitación y entraron por la puerta. El interior de aquél castillo era precioso. Tanto, que dejaron de piedra a aquella familia.
- Sentaros, por favor. Ahora nos traerá mi sirvienta un poco de café. – dijo el hombre sentándose en un sillón e indicándonos tres sillones colocados de tal manera que formaran un cuadrado alrededor de una mesa rectangular y de cristal.
- Gracias por su hospitalidad. Nunca habíamos visto este enorme lugar, y eso que solemos pasear a menudo por aquí – dijo la madre
- Bueno, yo vi cuando me mudé que este lugar no estaba habitado por nadie y decidí vivir aquí.
De repente, entró una sirvienta con una bandeja en la que había tres tazas de café y un vaso de zumo de naranja.
- Gracias, Milca – dijo el hombre refiriéndose a su sirvienta.
- De nada, señor – respondió la sirvienta
- ¿Qué les gustaría cenar, por cierto? Milca aún no ha empezado a preparar nada.
- ¡Faltaría más, que además de ser invitados a tal lugar, eligiéramos la comida! Por favor, decida usted, ya que es el anfitrión – dijo el padre. – Elija lo que más guste
El hombre, sonriendo, dijo a continuación:
- Que así sea, pues. Aunque necesito su ayuda, si me pudiera acompañar a la cocina...
- ¡Por supuesto! – aceptó el padre. Y así fue como los dos se levantaron y se fueron a la cocina, que era la habitación del lado del salón.
Estuvieron 5 minutos ahí, sin decir nada. Mientras tanto, la madre y su hija estuvieron hablando.
- Mira, cariño. Hoy al parecer cenaremos fuera de casa – dijo la madre sonriendo a su hija, la cual estaba entusiasmada en haber entrado en aquél enorme y hermoso lugar. El exterior era hermoso, pero el interior lo era cien veces más.
- Siii, y ¡además el señor tiene una sirvienta a la que llama como el chocolate! ¿Será porque es muy dulce? – dijo la niña, ya que pensó que el nombre era Milka.
- Nooo – dijo la madre riendo – es Milca con C
De repente, el padre dio un grito, haciendo que la madre se levantara y fuera a ver.
- ¿Qué ha pasa..? – no le dio tiempo a terminar la frase
La niña, que estaba desconcertada, fue a ver qué pasaba, y se encontró con una imagen que quedaría presente en su cerebro cada momento de su vida. Mientras su padre estaba en el suelo con un cuchillo clavado en el cuello, su madre estaba en el suelo con el cuello roto. La niña se dio media vuelta para empezar a correr, pero la tranquila voz con la que le habló el hombre, le impidió correr.
- ¿A dónde vas? Aún no hemos cenado. De hecho tardaremos un poco. – dijo
La niña se quedó paralizada, sin palabras que respondieran, y terminó yéndose al salón y sentándose en el sillón con su vaso de zumo.
A las tres horas, aquél hombre salió de nuevo.
- Acompáñame, la cena está servida – dijo llevándole a una habitación con una larga mesa en la que habían unos platos con unos filetes con patatas.
Los dos se sentaron, y la sirvienta trajo una botella de zumo y otra de vino.
- Gracias, Milca. ¿Le gustaría unirse a la cena? Sabe que hay comida para días.
- No, gracias. Ya sabe que no es mi tipo de carne favorita
- Usted se lo pierde – dijo cogiendo un trozo de lomo y llevándoselo a la boca
- Emmm... ¿Qué tipo de carne es? – preguntó la niña asustada
- ¡Pruébala! Está genial, además seguro que el sabor te resulta familiar. Como si estuvieras comiendo en tu casa, guapa. – Y fue ahí cuando la niña se percató de que la carne que había en el plato era la de sus padres. Ella rechazó totalmente la comida, pero al levantarse el hombre puso una expresión amenazadora en su rostro.
- Cariño, no se deja comida en el plato. Es de muy mala educación. – dijo el hombre – no quiero ver nada. Quiero el plato limpio.
Así fue, como la niña fue obligada a comerse parte de sus padres.
Cuando acabaron, la niña se quedó con una expresión traumada en la cara.
- Espero que te haya gustado la cena, guapa. Alta en proteínas – dijo sonriendo – que por cierto, aún no sé tu nombre. ¿Cómo te llamas? Yo soy Jareño. – terminó extendiéndole la mano a la niña.
Ella no supo qué hacer. Pensó que acabaría su vida ahí, pero un sonido le salvó.
- Señor, le llama Raúl – dijo Milca con un aparato rectangular y con un lado de cristal.
- ¿Otra vez ese pesado? Dile que no venga, hay una niña aquí.
Aprovechando la ocasión en la que Jareño estaba ocupado, ella salió por la puerta a toda velocidad llorando.
Cuando llegó al pueblo, toda la gente se extrañó al verla sola regresar a casa, y fueron corriendo a ver qué le pasaba.
Al habérselo contado a unas quince personas, estas fueron a hablar con ese tal Jareño, pero sólo uno regresó con vida, y cuando le vieron la herida, encontraron un objeto dorado dentro de ella.
Conii, al acabar la historia, se puso a llorar.
- Y esa niña era yo – terminó Conii. – des de ese día, mis cuchillos y dagas han podido hacer que comiera, robando a la gente del pueblo mientras llevaba una capucha lo suficientemente larga como para que no vieran mi rostro - Jony se quedó de piedra al escuchar eso, pero a los dos segundos, una rabia se adueñó de su cuerpo, y le cogió las manos a Conii.
- Te juro que voy a deshacerme de ese cabron – dijo Jony – ¿Tendremos tu ayuda no, tio?
- Por supuesto – dijo Alex.
Los siguientes días, Jony se esforzó un montón en mejorar sus condiciones físicas para poder reventar a ese tal Jareño, hasta que después de tres semanas, paseando por Imouto se encontraron un cartel en el que ponía: "el ejército atacará próximamente el castillo de Jareño".