______ llamó a una de las camareras del Dorado, pidió un vodka con tónica y recolocó su
taburete frente a la máquina tragaperras. Con suerte, un poco de alcohol la ayudaría a superar lo
sucedido con Justin.
¿Cómo podía ser tan cretino?
¿Y cómo culparlo si ella misma se lo había buscado?
Introdujo una moneda en la ranura de la máquina y pulsó la palanca. Las imágenes giraron
hasta detenerse. Nada.
Suspiró, metió otra moneda y volvió a pulsar la palanca. En aquella ocasión recuperó lo
invertido. Mientras seguía jugando, su mente se llenó de imágenes de Justin... su mano rodeándole
la cintura, la invitación de su mirada, la frialdad que ésta había reflejado cuando ella le había
sugerido que fueran a jugar al casino.
La camarera regresó con la bebida. Tras pagar, ______ tomó un largo trago y dejó que el
líquido se deslizara por su garganta con la esperanza de que suavizara su frustración. No funcionó.
No podía creer que el enfado de Justin se hubiera debido tan sólo al hecho de que le hubiera
propuesto ir a jugar. A fin de cuentas, ¿qué diferencia había entre visitar un casino y acudir a un
cine y comprar palomitas y bebidas para dos? Era una forma de entretenerse, nada más.
—Hombres —murmuró para sí mientras volvía a pulsar la palanca.
Era evidente que Justin estaba acostumbrado a mujeres cuya meta principal era retenerlo en
casa, donde sin duda podían disfrutar mejor que en ningún otro sitio de todo lo que tenía que
ofrecer.
Gruñó y dio otro trago a su bebida.
Probablemente, lo que sucedía era que Justin no podía aceptar un no por respuesta. ¡Y eso
que ella ni siquiera había dicho que no! Simplemente necesitaba un poco de espacio, pasar un rato
fuera para disfrutar de su compañía manteniendo las manos quietas hasta que pudiera decidir
cómo manejar el asunto. No podía volver a cometer el error que cometió con Todd Baxter.
Tras terminarse el vodka y perder un par de veces más en aquella máquina, pidió un vaso de
agua a la camarera y luego se dedicó a deambular por el casino.
Finalmente, se detuvo en una de las mesas en que se jugaba a los dados, y unos minutos
después estaba totalmente implicada en el juego. A pesar de no estar jugando, le gustaba el
ambiente que solía crearse en torno a la mesa cada vez que un jugador apostaba por un número y
tiraba sus dados. Al cabo de un rato estaba animando a los jugadores junto con el resto de los
curiosos. Un hombre que se hallaba junto a ella le pidió que soplara los dados para darle suerte y
ella accedió. ¿Por qué no? Aquello era lo que necesitaba. Un respiro para liberarse de la tensión
del trabajo, un poco de tiempo para relajarse y no hacer nada en especial. Un grupo empezó a