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Lein se despertó aquella mañana sintiendo en el rostro el calor de los primeros rayos de sol que

se filtraban por los grandes ventanales de la habitación de García. Se sentía especialmente relajada

y a gusto y, aquella sensación le daba unas inmensas ganas de bailar. Sonrió desperezándose en la

cama y fue cuando se percató de que García no estaba a su lado.

El siguiente de sus sentidos en despertar fue el olfato. Si había algo que le gustaba más que

bailar, era dormir, y después, comer. Y olía maravillosamente a huevos revueltos, salchichas y

bacón. Así que sintiendo la atracción de una fuerza superior que tiraba de ella con un hilo invisible,

se dirigió descalza a la cocina. Allí un sexy portorriqueño le daba los buenos días sin camiseta,

cubierto únicamente por un fino pantalón negro de pijama que le quedaba suspendido sobre las

caderas. La vista la dejó sin aliento. Tenía un cuerpo escultural. Duro y musculoso que abrió aún más

su apetito.

—Buenos días, dormilona —le dijo él con una arrebatadora sonrisa.

—Buenos días —le contestó ella sentándose sobre la encimera. Metió los dedos en el plato y

tomó un trozo de salchicha que se metió en la boca con placer.

Edie la vio gemir de placer saboreando la salchicha y sintió que se endurecía inmediatamente.

—Un hombre que cocina. Me encanta —dijo ella relamiéndose.

—Ya sabes algo más sobre mí —le dijo García mirándola embelesado. Fue hasta ella. Se colocó

entre sus piernas y, tomándola por la nuca, la besó en los labios.

Lein se sintió desfallecer inmediatamente. Tenía hambre, mucha hambre, pero sobre todo de él.

La noche anterior, el detective García le había regalado besos, caricias y juegos, pero a pesar de

estar reventando los pantalones con su abultada erección, no hizo más. Se limitó a hacerle un millón

de peguntas sobre su vida, que los llevaron a las más diversas conversaciones y que terminaron

cuando ella, exhausta, se quedó dormida junto a él en la cama.

Edie separó los labios de los de ella y con una sonrisa volvió a apartarse de su rostro.

—¿Quieres zumo de naranja natural? —le preguntó dándole la espalda.

—Quiero que me folles —le dijo ella que ya no podía más. Se dijo a sí misma que se había

vuelto loca. Nunca había expresado de manera tan clara y poco sutil sus deseos. Pero ahí estaba,

con un calentón que amenazaba con consumirla y él seguía jugando al gato y al ratón.

García se quedó de espaldas a ella un segundo, sonriendo satisfecho.

—¿Y quieres que lo haga antes o después del zumo de naranja? —le preguntó sin girarse.

Lein creyó que saltaría sobre él y lo molería a palos.

—Lo quiero antes, ¡lo quiero ya! —le dijo viendo que él se giraba y le prestaba toda su atención

—. No sé a qué estás jugando conmigo. Estoy segura de que has traído aquí a un montón de chicas,

Sirena de AzúcarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora