Capitulo 1

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Un llanto lejano se abrió paso hasta ella entre la neblina de aquel sopor espeso y su primera

reacción fue decidir que era solo un sueño. Soñaba que Michael lloraba. Estaba tan obsesionada,

había pasado tantas horas acunando a su bebé en brazos, mientras este lloraba y lloraba, que había

interiorizado el llanto hasta oírlo incluso en sueños. Se giró sobre la cama, resoplando y sintiendo

cómo cada músculo de su espalda se quejaba entumecido y se colocó la almohada sobre la cabeza.

El llanto cesó. Aquello no era buena señal. Si este estuviese en su cabeza seguiría oyéndolo. Con

resignación consiguió despegar un ojo y miró la pantallita de su despertador en la mesita de noche.

Las cuatro de la mañana, ¡Oh, Dios mío! ¡No podían ser las cuatro de la mañana!, pensó. El llanto

se hizo más intenso y salió de la cama como un resorte. El suelo estaba helado, pero posó ambos

pies desnudos sobre las baldosas y fue hasta la habitación contigua a la suya, pegadita, puerta con

puerta. La estancia, iluminada con una pequeña luz nocturna enchufada en la pared, adquiría un tono

azulado y relajante. Se acercó hasta la cuna de su hijo y en cuanto este la vio aparecer, cesó su

llanto y la miró con sus enormes ojos miel y cara de "yo no he sido".

—Michael... ¿Es que no quieres a mamá?

Su pequeño la miró parpadeando un par de veces sin cambiar el gesto. Le acarició la mejilla con

un dedo, lo colocó de lado en la cuna y lo volvió a tapar. Sonrió al ver que cerraba los ojos. Y no

pudo evitar detenerse a admirar su rostro pequeño e infinitamente hermoso. Tenía una naricita que parecía estar dibujada, al igual que su boca, por el mejor de los artistas. Unos mofletitos, pequeños y tiernos, que daban ganas de comerse cada vez que los tenía uno al alcance. Y una barbilla desafiante, a juego con su mirada retadora, porque sí, había descubierto que un bebé de apenas tres meses ya miraba de forma desafiante.

Suspiró con una mezcla de felicidad henchida de orgullo maternal y agotamiento, y se dispuso a

salir de la habitación, pero fue dirigirse hacia la puerta y el pequeño Mickey volvió a demostrar sus

dotes para el canto comenzando a llorar desesperado. Corrió de nuevo a la cuna y viendo que su

presencia no lo tranquilizaba, lo tomó en brazos y lo acunó entonando una canción que habían

escuchado aquella mañana en la radio y que a su hijo pareció hacerle gracia, pues a los pocos

segundos comenzó a gorjear.

—¡Serás granuja! —le dijo con una sonrisa cansada mientras bailaba con su hijo en brazos por la

habitación. El suelo de parqué del dormitorio infantil evitó que se congelase. Y los balbuceos de su

pequeño le calentaron el corazón—. Es martes, apenas acabamos de empezar la semana y tú ya

quieres fiesta nocturna.

El niño le devolvió una sonrisa y ella lo acunó apoyando la pequeña cabecita en su hombro.

Sabía que tenía pocas posibilidades de que se volviese a dormir, de hecho eran prácticamente nulas.

Sirena de AzúcarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora