Capitulo 7

610 60 2
                                    


Dulce entró en las oficinas de Platinum Estate mostrando una seguridad que distaba mucho de ser la que sentía en realidad, pues no podía quitarse de la cabeza a su bebé. Confiaba plenamente en Lein. Sabía que en su ausencia nadie lo cuidaría tan bien como ella, pero eso no hacía que mermase la sensación de abandono que se había instalado en su pecho nada más salir de casa hacía un par de horas. Había ido primero a la peluquería, donde devolvieron vida y color a su cabello y arreglaron su desastrosa manicura antes de ir a la oficina. Y, ahora allí, se preguntaba cómo iba a aguantar toda la jornada laboral separada de su pequeño.

Lein tenía razón, estaba enganchada a él. Jamás imaginó que la maternidad cambiaría sus

prioridades, sus esquemas y forma de pensar de esa manera, pero así había sido.

—¡Dulce, me alegro tanto de que estés de vuelta! —la saludó Amy, la recepcionista de la

agencia en cuanto terminó la llamada que estaba atendiendo a su llegada. La chica menuda, de

vivaces ojos negros la miró con sincero afecto y alegría de tenerla de nuevo allí y su cálida

bienvenida hizo que se relajase un poco.

—Yo también me alegro de estarlo —le dijo con una gran sonrisa. Y no mentía, se sentía

totalmente dividida.

—Te hemos echado mucho de menos por aquí. Al menos yo —aclaró la chica bajando el tono

de voz—, no todos los agentes son tan majos como tú. A algunas se les han subido las ventas a la

cabeza —añadió señalando con su gesto hacía el cubículo de Diana, una impresionante pelirroja que llevaba cerca de dos años trabajando con ellos. Diana era joven, veintitantos, guapísima, llamativa y con una ambición desmesurada que la haría llegar lejos en ese negocio. Y no lo veía mal, siempre y cuando no se metiese en su camino. Ella era de la política de trabaja y deja trabajar, pero ese no era el caso generalizado en su sector, donde muchas veces pisar al compañero era la forma más efectiva de asegurar una gran venta. Y cuando tu sueldo depende de las comisiones de tus operaciones, aquella premisa era fácil de olvidar.

Miró a la pelirroja impecablemente vestida con un traje chaqueta en verde musgo y camisa en

crudo que resaltaban el fulgurante color de su cabello y sus ojos ambarinos, y sintió que la

confianza que había obtenido de su sesión de peluquería desaparecía inmediatamente. Había

conseguido, asombrosamente, meterse en los trajes que usaba antes del embarazo, aunque los

llenaba de forma distinta. No le quedaban mal, aunque tendría que comprar camisas nuevas, pues su pecho, con la lactancia, si hacía reventar los botones.

No se dio cuenta de que se había quedado observando a Diana con mirada perdida hasta que

esta levantó la vista y la vio en la entrada. Su semblante cambió inmediatamente de color y se puso blanco como el papel. Sin esperar que lo hiciera, pues nunca habían sido amigas, la vio levantarse rápidamente de su asiento e ir a su encuentro para saludarla.

—Dulce... ¿Qué haces aquí? —le preguntó sorprendida. La chica forzó una sonrisa que

pretendía ser cordial, pero era más que evidente la tensión que le generaba verla allí. Dul se

preguntó qué problema tendría con su vuelta.

—Hola, Diana —le dijo devolviéndole el par de besos al aire que le dio la chica, esmerándose

en no tocarla.

—Dulce ha vuelto, ¿a qué es estupendo? —dijo una pletórica Amy que evidentemente disfrutaba

con la turbación de Diana. Esta le devolvió una mirada entornada y volvió a ella con otra de sus

falsas sonrisas.

—¿Has vuelto? ¡Vaya qué sorpresa! Pensaba que eras de esas supermamás que no dejan a sus

pequeñajos solos —dejó caer y ahí ya empezó a molestar a Dul, pues el comentario estaba

cargado de una malicia evidente.

—Soy una supermamá, Diana. Por eso puedo ocuparme de mi precioso bebé y volver al trabajo.

Además, no podía desatender la petición de Austin de que volviese, según parece cree que mi vuelta es imprescindible para la agencia —le contestó Dulce con una brillante sonrisa.

Una cosa era trabajar sin meterse con los demás y otra muy distinta dejar que otros se metiesen

con una. Cuanto antes dejase marcado su territorio, mejor. Vio que la puerta del despacho de su jefe se abría y se apresuró a dar por concluida la conversación con la pelirroja.

—Os dejo, chicas. Hablando del rey de Roma... —añadió señalando la puerta del despacho. Y

se encaminó al encuentro con su jefe, pero cuando no había dado ni dos pasos se volvió a hacia la recepcionista—: Amy, preciosa, si algún cliente pregunta por mí, hazle saber de mi vuelta —dijo y se marchó.

Diana con gesto nervioso e inseguro se mordió un labio y la vio marchar. No podía creer que

tuviese tan mala suerte. La vuelta de Dulce a la agencia ese mismo día suponía un gran problema.

Había quedado aquella misma mañana con un nuevo cliente que justo le había preguntado por ella.

Como no contaba con la vuelta de Dulcese aseguró el cliente mintiéndole al decirle que en la

agencia no había ninguna agente con la descripción que él le daba. Pero en cuanto este le había

nombrado la marquita que su compañera tenía sobre la mejilla izquierda supo que era ella. Ahora, sin embargo, estaba en un aprieto. Si el cliente la veía en la oficina y la reconocía, podría perder uno de las mejores cuentas que había conseguido en los últimos meses. El tipo era un abogado de éxito que quería invertir en una propiedad de lujo que sin duda le reportaría una gran comisión y no pensaba perderla por la inoportuna vuelta de Dulcea la agencia. Por otro lado, el señor Uckermann, le había dicho que Dulce era conocida de un amigo suyo. Si no llegaba a verla bien, tal vez no la reconociese. Aun así, era mejor asegurarse cambiando la cita con el cliente y quedar con él fuera de la oficina. Cualquier precaución era poca cuando se trataba de proteger una venta.

Con la intención de poner en marcha su plan, se fue directa a su cubículo sin mediar palabra con

una Amy que la vio marchar preguntándose qué tramaría.

Sirena de AzúcarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora