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Lein se dejaba llevar en el centro de la pista de la discoteca a la que la había llevado García por

los ritmos latinos, calientes y exóticos bajo la guía de un García que la tenía exhausta y enardecida.

No había dejado de reírse en las últimas dos horas. Aquel hombre era fuego puro, tan sexy y

caliente que la tenía excitada desde que la tomó por la cintura y la guió hasta la pista. Se movía

increíblemente bien, demasiado bien. Una cosa que le encantaba de los ritmos latinos era el hecho

de que tu pareja tenía que llevarte, dominar la situación y él sabía hacerlo, sí señor. La tomaba por

la cintura posando la mano sobre su piel desnuda y la hacía girar pegándola a su cuerpo, haciendo

que se rozasen mientras se perdían el uno en la mirada del otro. No había nada más, absolutamente

nada más para ella que él, y para él que ella. Varias chicas se acercaron a saludarlo a lo largo de la

noche, algunas de manera especialmente cariñosa, pero él se mostró con ellas simplemente correcto

y en todo momento la hizo sentir el centro de atención. A ella le encantó que fuera así, sobre todo

después de la experiencia que había tenido con Gavin.

Pero todas aquellas atenciones no hacían que Lein se olvidase de que García era un galán, lo

que ella llamaba un "donante de amor". Lo sabía sin ninguna duda. Era el tipo de hombre que

cambiaba de chica como quien se cambia de calcetines y eso hacía que ella solo pudiese ver

aquella cita como la oportunidad de darse un atracón de sexo con sabor a caramelo y nada más. Era

lo que necesitaba, sexo quitapenas puro y duro. Y eso era lo que se repetía cada vez que sentía latir

su corazón de manera acelerada cuando él le regalaba una sonrisa, le guiñaba un ojo o la pegaba a

su cuerpo de manera posesiva mientras bailaban.

García la tomó de una de las manos y la hizo dar vueltas atrapándola contra su cuerpo de

espaldas a él. Y Lein rio encantada.

—¿Quieres beber algo? —le preguntó al oído. El aliento cálido acariciándole el lóbulo volvió a

excitarla.

—Enfriarme un poquito no me vendría mal, la verdad —le dijo ella mordiéndose el labio.

—No hagas eso —le dijo sin soltarla.

—¿Qué? —preguntó Lein sorprendida.

—Morderte el labio —gruñó junto a su oído.

El deseo anidó en el vientre de Lein inmediatamente.

—¿Por qué? —preguntó en un susurro.

—Porque me dan ganas de mordértelo yo —contestó García y antes de que pudiese contestarle

la hizo girar de nuevo, esta vez para separarla de él, pero no le soltó la mano.

—Vamos a beber algo —dijo tirando de ella y llevándola hasta la barra.

Lein se estaba volviendo loca. Estaba encendida, lo estaba como no había estado nunca. Ella lo

deseaba y él a ella, y, sin embargo, él se dedicaba a calentarla, a jugar con ella hasta llevarla al

Sirena de AzúcarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora