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Lein había pasado las cuatro últimas horas sumergida en una más que agradable conversación

con el detective García, en la cafetería. El tonteo por ambas partes había sido tan entretenido y

divertido que el tiempo se le había pasado en un suspiro. Y hacía tiempo que no se divertía así.

Aquello hizo que sopesase muy seriamente si podría tener una aventura con aquel hombre con la

piel de caramelo. Tomar en serio a un hombre como aquel sería una auténtica locura, sobre todo

porque él tardaría en olvidarla lo mismo que en perderse entre sus piernas. Pero si era ella la que lo

veía como una suculenta diversión, podría divertirse un rato y no dejar que su corazón entrase en

juego. Algo que no podía permitirse después de la ruptura tan recientemente sufrida.

Pero una noche, una única noche con el detective García, era una posibilidad que cada vez

cobraba más forma, al verlo hablar con aquellos labios hechos para pecar, mirarla con aquellos

enormes ojos castaños y sonreírle con esa sonrisa ligeramente golfa y tan terriblemente sexy.

Eduardo García llevaba cuatro horas charlando con la señorita Hudson totalmente embelesado.

Sabía que ella tenía algo, lo supo desde el primer momento, pero no imaginó que sería tan

interesante hablar con ella. Las cuatro últimas horas habían sido sencillamente espectaculares. Sin

ningún tipo de esfuerzo se habían visto sumergidos en una charla amena sobre los aspectos más

variados de sus vidas, mientras se sucedían los tonteos, los dobles sentidos, las miradas y los

coqueteos. Perderse en la infinidad de pequeños gestos que ella hacía mientras hablaba había sido

fascinante. Era una mujer con mucho carácter, pero tan alegre, con una visión tan positiva de la vida

que lo había hechizado, lo había cegado como al que mira durante horas directamente una bombilla.

Estaba fascinado.

La señorita Hudson quería comerse el mundo con las mismas ganas con que se había comido

aquellos dos donuts y le parecía altamente estimulante. Por eso, tras cuatro horas de conversación

tuvo claro que quería que fuese suya, pero ella no era como las chicas a las que él estaba

acostumbrado. Y no podía actuar de la misma forma que lo había hecho con las otras.

Lein se preguntaba cuál sería la mejor manera de seducir a aquel atractivo hombre para conseguir

una apoteósica noche de sexo "quitapenas". No tenía mucha experiencia en el tema. Sus relaciones

aunque terminaban siendo bastante cortas, comenzaban siempre con la ilusión de convertirse en algo

duradero, por lo que estaba en una situación nueva para ella y se preguntaba cuál sería la mejor

forma de insinuarse sin hacer un ridículo espantoso. No es que pensase que el detective Edie García

fuese a rechazarla. Aquel despliegue de sonrisas durante las cuatro últimas horas y un par de roces

"casuales" de sus manos, mientras charlaban, así se lo decían. Pero el paso del tonteo al "manos a

la obra" era lo que no tenía muy claro.

Intentando parecer lo más seductora y menos torpe posible, pasó el dedo índice por el plato,

recogiendo, lentamente, el azúcar glaseado de los donuts rellenos que había quedado en él. Y

después se lo llevó a la boca, chupando el azúcar con lujuria. Con aquel gesto, consiguió que el

detective García, que hasta ese momento le relataba algo sobre procedimientos de detención, dejara

de hablar para tragar saliva mientras la observaba atentamente. Bien, había captado su atención. Se

suponía que a partir de ese momento sería más sencillo. Pero las siguientes palabras del detective la

confundieron.

—Bueno, parece que se está haciendo tarde —dijo el detective y miró su reloj como si realmente

pensase que las diez era muy tarde para andar por ahí un viernes por la noche—. Creo que lo mejor

será volver ya a casa.

Lein se preguntó si hablaba en serio o intentaba seguir con la insinuación, y queriendo pensar en

la segunda opción decidió seguirle el juego.

—Claro, sí, se hace tarde. Quizás sea mejor volver a casa y...

—¿Has venido en coche? —la interrumpió él.

Sacó unos cuantos billetes que dejó sobre la mesa para pagar la cuenta y se levantó de su

asiento. Ella lo imitó y se encaminaron a la puerta.

—Pues no, he venido en metro. Me gusta el transporte público —contestó ella intentando

averiguar en qué estaría pensando él.

—El transporte público no está mal, pero no es seguro por la noche. Yo no dejaría volver a mi

hermanita a casa en metro por la noche —comentó él mientras hacía detenerse a un taxi frente a

ellos.

Lein seguía sin entender cómo iba el tema. ¿La estaba comparando con su hermanita? Aquello no

pintaba bien, ¿verdad?

El detective García le abrió la puerta del taxi invitándola a entrar y ella obedeció esperando que

él lo hiciese tras ella, pero entonces asomándose al interior le dio al conductor la dirección de

Adele para que la llevase de vuelta.

—Espero que descanse esta noche, señorita Hudson —le dijo dándole un casto beso en la mejilla

que la pilló por sorpresa. El tacto cálido de sus carnosos labios sobre la piel de la mejilla mezclado

con el irresistible aroma de su fragancia hicieron que se excitara como si le hubiese dado un beso de

tornillo con doble tuerca. Contuvo el aire en los pulmones mientras él salía y cerraba la puerta del

taxi y después daba un golpe en el techo del vehículo para indicar al conductor que se pusiese en

marcha.

Lo siguiente que hizo Lein fue ver atónita cómo la figura del detective se iba alejando en la

distancia, a través de la ventanilla trasera del taxi. ¿Se habría confundido tanto con él? Habría

jurado que le gustaba. Interpretó las señales, las miradas, las sonrisas, los tonteos... ¿Qué había

pasado entonces? Con gesto ofuscado resopló y se dejó caer en el asiento.

La frustración de aquella noche fallida de sexo quitapenas tardaría más en pasársele que el

desengaño sufrido con Gavin. Si ya no gustaba a los casanovas, ¿qué futuro le esperaba? La imagen

de una Lein con setenta años y media docena de gatos comiendo de su mano se abrió paso en su

mente y no pudo evitar fruncir el gesto.

Estaba acabada.

Sirena de AzúcarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora