Capitulo 2

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Christopher entró en su despacho y resopló al tiempo que cerraba la puerta a su espalda. Las últimas cuatro horas se habían convertido en una larga y agotadora despedida formada por una sucesión de reuniones con distintas partes de su equipo para dejar todo bien atado antes de su marcha. No había querido irse hasta dar por finalizado el caso más importante de los últimos meses en el bufete, pero aún dejaba unos cuantos en manos de su preparado equipo, de los que habían tenido que ultimar detalles. Fue hasta su escritorio, ya recogido, y se dejó caer unos minutos en su cómodo y elegante sillón, desde el que podía disfrutar de las mejores vistas panorámicas de Los Ángeles.

—¿Has dejado el despacho libre ya? —le preguntó su mejor amigo y asociado como él en el

bufete, Samuel, asomando la cabeza por la puerta.

—Me emociona saber cuánto te afecta mi marcha —dijo fingiéndose molesto.

Su amigo entró en el despacho con una inmensa e impactante blanca sonrisa que contrastaba con

su tez oscura, y se sentó frente a él en el escritorio.

—Chris, amigo... ¿Qué puedo decir? —dijo abriendo los brazos—. Sabes que te echaré de

menos. Pocas personas llegarán a entender por qué, pues, la verdad, no eres un tipo divertido,

tampoco eres un conversador fascinante, trabajar contigo es, en muchas ocasiones, como tener un gran grano en el trasero...

—¡Déjalo ya! Me hago una idea.

—No, no, déjame terminar —continuó Samuel sin mermar la sonrisa embaucadora y ligeramente granuja que era la envidia de la mitad de su profesión, pues era capaz de convencer al más duro de los jurados con solo soltar un par de ellas estratégicamente durante una intervención. Chris se recostó en el respaldo de la silla y brindándole media sonrisa lo dejó continuar, sabiendo que no tendría escapatoria—. Pero... Te quiero, tío.

—¡Vaya, eso sí que no me lo esperaba! —contestó riendo.

—¡De veras! No bromees con esto, colega. Hemos trabajado codo con codo más de seis años.

Te conozco, eres el mejor abogado de este bufete y la mejor persona que conozco. No me extraña que te hayan querido los de arriba. Tenerte como socio, era la mejor decisión que podían tomar...

Ahora hablaba en serio. Chris miró a su amigo y sus palabras eran sinceras y él las valoraba en

extremo. Tenía muchos conocidos, pero a pocos podía llamar amigos en su profesión. La

competitividad era grande y dura de soportar en una ciudad como Los Ángeles. Mucho más, cuando destacas como él había hecho, como uno de los mejores abogados criminalistas del estado.

—Pero no voy a negar que tu marcha me reporta grandes beneficios. Me quedo con el despacho

más grande, los mejores casos, el mejor equipo...

Unos golpecitos y la aparición de su secretaria en la puerta, interrumpieron el discurso de su

amigo.

—Señor Uckermann, disculpe —dijo esta mirándolos alternativamente—, preguntan desde Nueva York si desea que lo recojan del aeropuerto a su llegada.

—No es necesario, Lauren. Dígales que me ocupo yo del traslado.

—Bien, señor —dijo la chica y se marchó rápidamente.

—Y la secretaria más guapa —finalizó Samuel nada más salir esta por la puerta.

Chris ensanchó la sonrisa. Ya se había dado cuenta del interés que mostraba su amigo y socio

por su secretaria. También de que esta, cuantas más atenciones tenía con ella, más fría y distante se mostraba con él.

—Si no cambias de estrategia, no conseguirás conquistarla, lo sabes, ¿verdad? —dijo

levantándose de su asiento y recogiendo las últimas carpetas de una estantería para meterlas en una enorme caja junto al escritorio.

—Esto es lo último que me quedaba por ver. ¡ Christopher Uckermann dándome consejos amorosos! ¡Si no has estado con una mujer en cinco años!

Samuel vio a su amigo encogerse de hombros, dejar la última de las carpetas en la caja y

dirigirse hacia los grandes ventanales del despacho, que pronto ocuparía él, para perderse en las

impresionantes vistas. Y supo lo que estaba pensando. Con su marcha a Nueva York, como uno de

los socios más importantes de Morgan & Newman Asociados, Chris no estaba dejando atrás

únicamente su puesto como asociado en Los Ángeles, también dejaba los recuerdos de toda una

vida, su relación, matrimonio y muerte de su esposa. Al poco de entrar ambos en el bufete como

asociados, la esposa de Chris falleció en un accidente de tráfico. Fue una época muy dura para él y a partir de entonces se volcó por completo en su trabajo.

—Lo siento, Chris, no debí decir...

—Tranquilo —le contestó él quitando importancia al comentario con un gesto de su mano. Volvió hasta el escritorio y se apoyó en la madera, frente a él—, tienes toda la razón. Estoy oxidado con respecto a las mujeres.

—Tal vez salir de aquí... Nueva York, la gran manzana, te animen a conocer a otras mujeres —

le dijo Samuel.

Chris lo observó y asintió con la cabeza. Sabía que su amigo estaba preocupado. Que muchos lo

habían estado durante ese tiempo. Había vuelto al trabajo al poco tiempo de morir Paris. De hecho no se había hundido, precisamente, por volcarse por completo en él. Pero su familia y amigos pensaban que no recuperaría su vida al cien por cien hasta que no lo viesen con otra mujer. Y Chris, por muchas razones, no se había visto dispuesto a relacionarse sentimentalmente con ninguna. No había sido célibe esos años, aunque muchos lo creyesen. Había tenido algún que otro escarceo superficial que no había comentado con nadie, pues no era hombre de ir contando sus relaciones amorosas, mucho menos cuando estos encuentros eran de poca importancia para él. En aquellos cinco años, tan solo una mujer le había provocado el interés y la curiosidad por saber de ella un poco más, pero no había conseguido encontrarla en sus posteriores viajes a Nueva York en los últimos meses. Era una ciudad inmensa y las posibilidades de reencontrarse con alguien a quien conoció una noche, en un bar, y con la que había pasado la noche más fascinante de su vida, tan solo sabiendo a qué se dedicaba profesionalmente, eran prácticamente nulas. Pero lo había intentado. Y una parte de él, aunque fuese una locura, había visto en aquella búsqueda uno de los alicientes para aceptar el puesto de socio en Nueva York. Probablemente era un disparate. Solo se lo había contado a su hermana, Olivia, y esta, como buena psiquiatra había visto sus actos como una

insana obsesión que lo llevaba a buscar una relación inalcanzable para no tener que enfrentarse a las relaciones de verdad. Puede que tuviese razón. Tal vez fuera eso lo que hacía, pero lo que no podía negar era que desde que pasó la noche con aquella diosa castaña de mirada intensa como la menta, no había podido quitársela de la cabeza. Y sabía que cuando estuviese en Nueva York, aunque no quisiese, una parte de él seguiría buscándola.

Sirena de AzúcarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora