8. Aquella dulce cantante

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La noche ya estaba al caer, pero aun así la ciudad se mantenía muy viva como era de costumbre. En ciertas calles anchas y transitadas, las personas avanzaban hacia sus respectivos objetivos ¿Qué irían a hacer después de un día largo de trabajo? No todo el mundo se desocupa de sus horas laborales, algunos solo salen a dar una vuelta... como era el caso del pequeño niño, cuya mano estaba enganchada con la de una mujer de talante firmeza. Aquel chico llevaba una vestimenta extravagante, una ropa deportiva con distintos estampados de flores azules o verdes que iban impregnado tanto en su camisa como en sus pantalones. Era radiante y el centro de las miradas, ya nadie vestía de esa manera, sin importar si se tratara de un simple crío. La cálida brisa chocaba con su gorra amarillenta provocando que se despegara un poco de su cabeza, rápidamente, con su otra mano, logró sostenerla.

Dejando atrás dos calles atoradas, la señora que sujetaba al pequeño se detuvo en frente de un edificio grande. Su mirada de aquella mujer era gélida, abrumadora, daba cierto aire de incomodidad al sentirla cerca.

-Entremos- Comentó con su voz ronca y femenina, el niño balbuceó en voz baja aceptando dicha orden

Ya en la entrada, el vestíbulo o también llamado recepción se estaba preparando para su cierre. Según los horarios de verano, las academias suelen cerrar más temprano, era lo normal al estar en época de vacaciones. Los últimos estudiantes iban recogiendo sus debidos instrumentos y se iban retirando. Algunos conversaban con los empleados, parecían estar haciendo planes para un fin de semana. El chico mirando confundido en todas las direcciones, parecía estar arrepintiéndose de algo, con más fuerza sujetaba la mano de la señora escondiéndose de las pocas miradas que recibía.

En el mostrador principal, una señorita iba ordenando unos papeles. Se percató de la presencia de la mujer, que se imponía delante de ella. Con cierta rudeza, la última mencionada preguntó por una persona, y de lo necesario que era que la viera. La chica parecía no tener ningún aviso de que un empleado del centro iba a tener visita.

-No tengo constancia de una cita prevista...

-Necesito charlar con la profesora Naomi Collins- La señora puso su mano encima del mostrador- Es urgente, p-por favor

Tal mirada que reflejaba algún tipo de desesperación hizo reconsiderar la elección de la trabajadora del establecimiento. Con cierta delicadeza, asintió con una nerviosa sonrisa y cogió el telefonillo que tenía a su costado. Se le oyó a ella después de quince segundos entablar conversación con otra persona desde otra línea. La joven recepcionista, con una voz serena y baja, terminó colgando después de un largo minuto.

-La señorita Collins bajará en unos minutos, por favor, espere cerca del mostrador- Dijo aquella chica simpáticamente

Antes de recoger sus últimas cosas, dio un leve vistazo al niño vestido con harapos extravagantes. Miraba al muchacho, con su expresión cabizbaja, sintiendo el nerviosismo que desprendía al desbrochar y volver a abrochar los botones de su pantalón. Ella no quiso ser partícipe de crear historias que resulten fastidiosas, así que terminó por retirarse, despidiéndose antes de los presentes.

Poco a poco las luces se iban apagando, las personas restantes se iban retirando... el ambiente se volvía cada vez más intenso, agregando el termino de incomodidad. Ya quedaban menos, y el niño se iba arrepintiendo cada vez más de su "injusta" petición que tanto deseaba. El fervor que sentía hace unas cuantas semanas por empezar con dichas clases que exaltado lo tenía. Pisadas se iban oyendo a lo lejos, zapatos con tacones que se iban haciendo más ruidos por cada paso. Hasta que una hermosa y no oriental mujer se presentó en frente de ellos dos.

-Lamento hacerte esperar tanto, Ebina- Collins dejó su portafolios encima del mostrador- He estado muy liada evaluando las imágenes de mis alumnos

¡Un pedido! ¡Una foto! - DigimonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora