Parte 21: El nuevo trabajo de Jorge Pablo

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Al bajar del escenario, Jorge Pablo sentía que le temblaba todo el cuerpo y que nunca antes había estado tan cansado.

Sin siquiera pensar en vestirse se desplomó sobre la primera silla que encontró a su paso, porque sentía que las piernas ya no podían sostenerlo más. No le importó estar desnudo frente al diputado Torremora, frente a todos sus asistentes y frente a la secretaria principal... cerró los ojos y se tapó la cara con las manos, sin poder creer que había salido vivo de esa jaula de locas.

Repentinamente le cayó una toalla sobre los hombros y otra más sobre las piernas.

Agradecido rodeo su cintura con la segunda toalla y abrió los ojos... miró hacia adelante y se encontró con un vaso de whisky frente a la nariz... y con todos los asistentes, secretarios y ayudantes del diputado, que lo miraban con la misma admiración que antes habían mostrado frente al parlamentario.

Jorge Pablo se había convertido en el héroe que había evitado el desastre. Había salvado la noche y ahora era el protegido especial del diputado Torremora. Todos los que antes habían sido sus jefes, ahora eran sus subordinados y lo trataban con mucho respeto... hasta con servilismo.

Además del vaso de whisky que le ofrecía la secretaria principal, había un asistente ofreciéndole un cigarrillo y otro más que le alargaba un encendedor con la llama encendida.

Jorge Pablo aceptó las tres cosas de muy buena gana. Se tomó el whisky de un solo trago, se puso el cigarro en la boca y acercó la punta a la llama del encendedor, aspirando y luego soltando el humo por la nariz y la boca.

Habría soltado humo hasta por las orejas si hubiera podido... Se sentía como un globo que se estaba desinflando al poder relajarse después de toda la tensión que había soportado sobre el escenario.

Pero sus preocupaciones todavía no habían terminado, porque el diputado Torremora había decidido ponerlo a prueba para ver si servía para otras tareas, además de bailar sin ropa.

―Muy bien hecho ―dijo el parlamentario, radiante de felicidad―. Estuviste fenómeno... de verdad... ¡¡Eso se llama tener pelotas!!

―Gracias... ―contestó Jorge Pablo sencillamente, porque no se le ocurrió nada más que decir.

El cigarrillo encendido le temblaba en la mano. No podía dejar de tiritar como si tuviera frío y la verdad era que se sentía más pelotudo que con buenas pelotas.

―Pero todavía necesito que hagas algo más ―dijo el diputado―. La vieja que casi nos jodió la campaña está todavía en el camarín. Se está despertando y necesito que vayas a hablar con ella. Parece que tú sabes cómo manejarla. Oblígala a comprometerse a no molestarnos más y después me alcanzas en el estacionamiento. Te espero afuera. No te demores.

Con ese encargo el diputado pretendía ver si Jorge Pablo era capaz de cerrar un trato y ponerle condiciones a sus oponentes, sin provocar una nueva pelea. Quería ver si el muchacho servía para llegar a ser un buen político, porque estaba decidido a ayudarlo a ascender dentro del partido hasta convertirlo en una figura importante.

Jorge Pablo comprendió que lo estaban poniendo a prueba y decidió aprovechar esa oportunidad lo mejor posible.

―Necesito mi ropa ―dijo tratando de levantarse, pero no fue necesario.

Tres asistentes se le acercaron trayendo su ropa bien doblada. Se habían preocupado de tomar la camisa blanca del camarín, junto con sus calzoncillos, sus calcetines y sus zapatos. Habían rescatado el pantalón que quedó tirado sobre el escenario... y hasta le habían conseguido una chaqueta para completar su traje.

Lo cubrieron haciendo una barrera con las toallas extendidas para que él se vistiera detrás.

El muchacho se puso ropa interior, zapatos y pantalones... dejando la camisa y la chaqueta para más tarde, porque había decidido entrar al camarín haciéndose el importante y hablar con Marciala mientras terminaba de vestirse, alegando que no tenía mucho tiempo para atenderla.

Se puso de acuerdo con dos asistentes y caminaron todos juntos al camarín, mientras Jorge Pablo se ponía la camisa y metía los faldones dentro del pantalón, dejando algunos botones sueltos a propósito.

Marciala estaba sentada sobre una banca, sintiendo que la cabeza le daba vueltas y tratando de recuperarse de su reciente desmayo. Jorge Pablo entró abotonándose el cuello de la camisa y Marciala se puso en pie de un salto, gritando indignada:

―¡¡Cómo es posible que tú trabajes bailando sin ropa, Jorge Pablo, por Dios!! ¡Tú tienes una familia decente! ¿Qué van a decir tus padres cuando sepan esto?

―No soy desnudista ―respondió Jorge Pablo tranquilamente, mientras se abotonaba las mangas―. Soy secretario personal del diputado Torremora. Me subí al escenario sólo para hacerla callar a usted―. Dejó de mirar a Marciala un momento y le dijo secamente a uno de los ayudantes: ―Necesito una corbata. Perdí la mía.

―Aquí tiene una, señor secretario ―dijo el asistente, sacándose su propia corbata y tendiéndola hacia Jorge Pablo.

Lógicamente, Marciala quedó impresionada. Pensó que Jorge Pablo era un funcionario de verdad importante y se contuvo un poco, aunque igual siguió protestando muy enojada:

―Eso es peor todavía... Trabajas para ese hombre que defiende el aborto y eso es inmoral. Debería darte vergüenza ayudar al diputado Torremora. Ese hombre es un indecente, un cochino, un cabrón que no tiene ningún respeto por la moral y las buenas costumbres.

Jorge Pablo la miró con esa sonrisa malévola que dominaba tan bien... y respondió lleno de desprecio:

―¿Y cómo andamos por casa? ¿Usted se cree muy decente después de todas las cochinadas que dijo arriba del escenario? Parecía una humorista profesional. Cualquiera diría que se ha pasado toda la vida animando eventos en el barrio rojo. ¡No venga a hacerse la santa! Usted sabe mucho más de lo que quiere aparentar. Se nota que le encantan los chistes cochinos y que los ha contado muchas veces.

Mientras los asistentes le ayudaban a ponerse la chaqueta del traje, el muchacho se echó a reír con sólo recordar algunas de las cosas que Marciala había dicho en el escenario... y comentó alegremente:

―A propósito de eso, tía... ese chiste del cocodrilo era muy-muy bueno. ¿Dónde lo aprendió? Yo no sabía que las profesoras de religión supieran contar chistes como ese. Seguro que al pastor de su iglesia le va a encantar cuando yo se lo cuente a él... y le diga quién me lo enseñó.

―¡Yo lo estaba haciendo por una buena causa! ―gritó Marciala, desesperada frente a la amenaza que contenían las palabras de Jorge Pablo.

―Eso no quita que sea seca para decir groserías y que se sepa algunos chistes cochinos que ni yo sabía. Los apoderados tienen derecho a saber qué tipo de profesora está educando a sus hijos. Yo debería ir a su colegio para la próxima reunión de padres... y contar todo lo que usted dijo arriba del escenario.

―No serías capaz de hacerme eso, Jorge Pablo... ―dijo Marciala, poniéndose pálida.

―¿Por qué no? Sería una venganza justa... Usted me delató a mí cuando yo estudiaba en ese colegio. Por su culpa me expulsaron y expulsaron a todos mis amigos... Y por su culpa mandaron a la Katty a vivir al sur... y nunca más... yo...

Inesperadamente se le quebró la voz y una oleada de rabia lo sacudió entero. Ni el mismo sabía lo mucho que le dolía ese recuerdo todavía. No había vuelto a hablar de eso con nadie y nunca tuvo oportunidad de decirle a Marciala lo que pensaba de ella después que los traicionó.

Jorge Pablo sintió que necesitaba aclarar las cosas con su antigua profesora de una vez por todas. Sintió ganas de insultarla y decirle todo que sentía allí mismo, sin esperar a estar en un lugar y un momento más oportunos.

―Déjenme solo un rato ―le mandó a los asistentes―. Necesito hablar en privado con esta señora.


Lo hombres valientes bailan desnudos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora