Capítulo I》"Es joda, ¿no?"

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¿Alguna vez has tenido un sueño de esos que no puedes cumplir? De esos sueños que al final se convierten en metas inalcanzables y te hacen perder la cordura. Papá tiene uno de esos sueños, y le llamó L.E.A.

Lo divertido es que nadie, excepto él, conoce el significado de la sigla, y mucho menos el sueño.

¿Cómo espera que le ayuden para cumplirlo de esa manera?

Como sea, hoy es domingo y debo de vestirme "decente" para la iglesia si no quiero discutir con mamá sobre mis oscuros gustos. Ella y yo somos polos opuestos, empezando porque amo la música (igual que papá) y ella cree que es cosa del demonio por ser una creyente devota. Y ahora me pregunto, si la música es del demonio, ¿qué hace ella cantando en la iglesia todos los putos domingos?

Suspiro molesta, solo pensar en ello me hace enfadar.

Cojo el vestido rosa pastel que guardo en lo más oscuro del armario, unas zapatillas de charol de taco alto y un abrigo blanco, el único que tengo entre la ropa.

Me cambio a la velocidad de la luz y ato mi cabello castaño en una coleta alta que adorno con unas margaritas miniatura de plástico. No es que me guste llevar esas cosas, pero es obligación, o eso dice mamá, porque las únicas que llevamos eso somos nosotras, y realmente no creo que sea necesario.

La puerta de mi habitación es tocada dos veces, dándome a entender que ya es hora. Cojo aire y me obligo a sonreír antes de salir.

Odio los domingos de misa por varios motivos. Ahí sólo se encuentran personas hipócritas, y no estoy de joda, porque los conozco a todos. El padre da los peores consejos de la historia y sólo se dedica a pedir dinero, como antes lo hacían. Las dos monjas (que no estoy segura de que sean monjas) se dedican a ser racistas con la única familia musulmana que asiste al lugar. Todo eso es sólo un pequeño fragmento de la realidad. Lo que en realidad me saca de quicio es que mamá quiera ir todos los domingos sin falta. Es como si olvidara que Dios está en todas partes y oirá nuestras plegarias aún fuera de la iglesia, y que la puta iglesia está ahí siempre, esperando por ser visitada.

—¡Lea! ¡Abajo en cinco minutos! —grita mamá serena, sí, claro. Pongo los ojos en blanco y bajo las escaleras con pereza.

Al llegar al suelo, me dedico a buscar a papá para arreglar su corbata, pero en vez de encontrarlo con el típico traje que usa los domingos, lo encuentro con su playera con la palabra "Rock" escrita en grande, unos pantalones deportivos y zapatillas de correr. Abro los ojos por inercia y él me dedica la sonrisa de "todo va bien" que siempre tiene pegada en el rostro.

—¿Qué demo-

—No, Lea —gruñe mamá a mi lado, doy un pequeño salto del susto. ¿Cuándo llegó?

—Pero...

—Vamos Lea, se hace tarde —dice ella empujandome hacia la salida, pero lo único que consigue es hacer que avance un par de pasos.

—¿No vas a la iglesia? —pregunto, y luego me arrepiento de haber sido tan suelta.

Cuando mamá está en el trabajo y estoy sola con papá en casa, hablamos como cercanos, como amigos. No me dirijo a él de forma cortés, y eso me hace algo hipócrita, porque frente a mamá no me comporto de la misma manera que a sus espaldas.

—No princesa —dice él con tono tranquilo—. Tu madre no quiere que un pecador como yo entre a una iglesia tan pura como la suya.

Ahogo una carcajada por respeto a mi madre. Es muy malo burlarse de la iglesia y las cosas en general, pero papá y yo sabemos muy bien lo que pasa, que mamá no quiera abrir los ojos es otra cosa. Aunque podría ser peor, al menos ahí no violan niños, o eso creo.

[...]

—Ave María Purísima —digo algo fría, esperando respuesta de la persona al otro lado del cubículo encargado de guiar a los pecadores. ¿Lo divertido? ¡Nadie se está confesando! Y sigo pensando que la misa de hoy fue un asco.

—Sin pecado concebido —dice una voz suave, por incercia sonrío.

—Hace ocho meses que no me confieso.

Quizá sean más...

—Adelante.

—Padre yo...

—Hermano —corrigue la voz, yo asiento aunque él no pueda verme—. Hermano Saúl.

—Hermano, creo que tengo una crisis de fe —digo de la nada.

Es cierto, creo que tengo una crisis de fe. Sólo puedo ver las cosas malas, y eso me está haciendo dudar. No quiero, no quiero dudar de la existencia de Dios, pero no puedo hacer la vista gorda a toda la mierda que veo a mi alrededor.

—¿Por qué dice eso, hermana? —pregunta Saúl, yo trago saliva.

—Sólo veo mierda —digo—. Sé qué está pasando en el mundo, y que cada cosa que pasa no es evitada. Creo que hay algo mal en mí, pues no veo lo que es bueno.

—Eso no es una crisis de fe.

—¿A no? —pregunto confusa.

—Eso es sólo un pequeño don —dice Saúl—. Dígame hermana, si usted ve todo lo malo que está pasando, ¿cree que podrá cambiarlo?

Me quedo en silencio un par de segundos. Es joda, ¿no?

—Claro que no —respondo cerrando mis manos con fuerza—. Hay mucha mierda, en todo el mundo. Yo sólo soy una mujer, ni siquiera he terminado mis estudios. No podría hacer nada para cambiar nada.

—¿Eso cree, hermana?

Trago saliva.

—Sí.

—Yo creo que todos podemos cambiar el mundo, a nuestra manera. Dígame, hermana, ¿qué hace usted cuando se siente furiosa?

—Sonará raro, pero compongo música.

—¿Y no cree que eso puede ayudar al mundo, sólo un poquito?

-.-.-.-.-

Faltas D:

L.E.A 《Fukumenkei Noise》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora