Segundo año sin ti.

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Las cosas se habían vuelto complicadas entre los desvelos de primavera y la búsqueda de trabajo. Nuestra promesa había sido de felicitarnos mutuamente con un pastel de tres leches el conseguir un empleo, era algo que a ambos nos hacía ilusión.

Nada me detenía de seguir llorando en las noches, de hecho, parecía ser algo cercano a una rutina; llegaba al departamento, comía un poco de los restos del día anterior, sacaba un cigarrillo, fumaba en la terraza, me ponía el pijama y empezaba a llorar en el momento en el que ponía mi cabeza en la almohada. Marzo, aquel soleado marzo se había vuelto poco a poco gris y pronto, estaba  por mi cuenta.

El tabaco estaba más que presente en mi vida, sabía que aún si él volvía, no iba a tener la fortaleza de dejarlo porque se estaba volviendo un vicio más junto al llanto. Dejar el tabaco, significaba darme por vencido y regresar al inicio, en donde estaba perdido, sin idea de dónde pararme en lo absoluto, si, a esa época en la que el amor de mi vida no estaba y solo era yo solo.

El resto de mi vida se definía en el eco de mi voz en aquel amplio departamento, aquel que habíamos sentido muy pequeño para nosotros dos pero que ahora se sentía gigante; estaba de acuerdo en que nada podía ser fácil en esta vida pero se suponía que tenía que estar al lado de alguien para poder sobrellevar esto. La idea de ser independiente no me gustaba, no lo quería, me rehusaba, quería sus besos en mi frente y sus manos en mis hombros cada vez que me besaba. Sólo pedía eso.

En Abril, empezaba a hacer calor o al menos eso la mayoría de las personas decían y se quitaban el abrigo pero yo no conseguía calor, me sentía frío, mis manos también transmitían esa sensación de congelamiento.

A estas alturas, a pocas personas les importaba un carajo de lo que me pasaba, solo me veían con lástima y pensaban en mí como “el del novio muerto”, claro, porque era más bonito suponer que mi novio estaba muerto a estar como prisionero de guerra. Ni siquiera yo quería pensar en él así, pensar en el daño al que se sometía a las personas de esa manera.

“Escucha, robagalletas” enarqué la ceja ante el apodo. No era el mejor apodo que me había dado una persona que pretendía meterse en mi cama, realmente no. “En esta cita, no puedes protestar porque te he comprado galletas incluso cuando tú debes ser el que me las compre a mi.”

¿Acaso era un idiota total?

Limpié mis lágrimas, sintiéndome muy estúpido de estar llorando con el hecho de querer darle un paquete de galletas a mi amado y es que, nunca se las había devuelto. Nunca lo había hecho y aquel acto que nunca me había molestado en mi vida, me dolía profundamente porque me había negado y no lo había cumplido a pesar de que se lo debía.

“Protesto con lo que acabas de decir. Puedo protestar cuando yo quiera, cielo” Él sonrió, tomándome de la cintura con cuidado. Me había dado por ponerme colorado y esa ocasión no era la excepción, tenía el rostro rojo y mi voz estaba medio hueca.

“No” bisbizó sobre mi boca, cepillando sus labios contra los míos, con cuidado, podía sentir que estaban un poco agrietados por el frío de Diciembre pero eran cálidos, como si acabara de tomar una taza de té. “No puedes, sólo ocúpate en besarme”

Mordí sus labios con enojo porque nadie se había atrevido a hablarme así, era realmente irrespetuoso con alguien que tenía un estatus superior. Él chistó, devolviéndome la mordida con mayor intensidad. Hijo de puta, ¿por qué tenía que gustarme?

Siete años sin ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora