Mi amado Jude.

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Aaron estaba hecho una piltrafa.

Estaba muerto; tenía una pierna muerta, más hematomas que piel sana. Lo que fue su cuero cabelludo estaba lleno de sangre seca aún cuando lo habían intentado limpiar.

Estaba descompuesto.

Y un cadáver de siete años apestaba y era horrible, dudaba tanto de que el Aaron que estaba ahí en aquella mesa metálica fuese el mismo que Jude alguna vez amó. Fue casi imposible no comparar aquel cuerpo con las fotos que había visto de él; se encontraba expuesto a las miradas, a los compadecimientos, a los pésames y entendió que la muerte de Jude fue inevitable.

Y es que, si él hubiera llegado a ver aquel cadáver descompuesto, se habría sumido en una depresión de la que no podría ser capaz de salir. Y el ciclo de autodestrucción se repetiría incansablemente hasta que las piezas restantes de aquel ser humano no fueran aquellas que ensamblaron a Jude en algún momento, a aquel amable joven con hogares para gatitos y perritos abandonados.

¿Dónde iría él?

Quería creer que él encontraría descanso eterno al verse con su amado, de la forma en la que siempre lo conoció y no aquella desastrosa por la que sus padres lloraban.

Fue raro conocerlo en aquellas condiciones. Es cierto que cada día yo rezaba porque no lo encontraran si eso significaba apartar a Jude de mi lado o más importante aún, destruir el vestigio restante de él. No quería, me rehusaba a admitir que aquel corazón solo fue mío a trozos.

Uno cuando imagina la muerte, imagina a alguien con los ojos cerrados y con la piel pálida o fría, uno nunca se imagina encontrarse con la piel descompuesta y los restos de alguien que significó mucho para otras personas, aquello se atascaba en la memoria como un rellenito tratando de pasar por un camino estrecho; y Aaron tenía una muerte trágica.

Tan trágica que sin conocerlo, había sentido su dolor en cada herida, en aquellas uñas quebradas, en aquella piel quemada, en aquella piel muerta que colgaba de sus brazos. ¿Quién podría decir que él fue un apuesto joven con cabeza de tuna?

Y al lado de la mesa de Aaron, estaba Jude. El hermoso Jude de ojitos amables, echado en aquella mesa metálica.

El único motivo por el que yo estaba ahí.

Estaba muerto, tenía una pierna quebrada, más hematomas que piel sana (al igual que Aaron), tenía marcas de cristales enterrados en su cara. Y afortunadamente, no estaba descompuesto.

Pero verlo desnudo, ahí, era diferente a las veces en las que lo vi desnudo en mi cama; su cuerpo tan hermoso y peludito estaba lleno de cristales y de cortes en su bella piel, no podía imaginarme el terror de sus últimos momentos aunque para su fortuna todo acabó rápido cuando su cuello se rompió en el impacto.

Había ido a muchos funerales a lo largo de mi vida. Y todos aquellos muertos tenían algo en común: lucían tranquilos. Ellos no.

Ellos eran víctimas de la desgracia.
La tragedia en carne y hueso.

Los papás de ambos lloraban por sus hijos, a lágrima viva. Conocía a los padres de Aaron por el funeral y supe que Jude tenía razón cuando dijo que se habían rendido a su dolor puesto que no lucían tan rotos como lo esperaba, en cambio, los padres de Jude, estaban deshechos. ¿Qué pintaba yo allí? Jude me había dejado y tal vez si yo no hubiese dicho nada, él seguiría vivo. Pero vivo, ¿para qué?

Él quería engañarse.
Yo quería engañarme.
Ambos sabíamos que no íbamos a prosperar.
Aaron siempre fue su mundo.

Lo amaba, lo amaba intensamente. Pero no era lo necesario, él ya amaba a otra persona y yo no quería rendirme.

Pero estaba bien.
Porque lo había ayudado a lograr sus metas.
Y sé que aquel sujeto con cabeza de tuna, hubiera querido eso.

Mi mente se iluminó como árbol de navidad. Oh, los amores de Jude.

Volví a casa y al abrir la puerta, los dos animales estaban echados en la alfombra de la entrada, esperando mi regreso con sus orejitas desanimadas. Él había seguido por esas bolas de pelos, ni siquiera era mi mérito.

Ellos se acercaron a mí, acurrucándose contra mi cuerpo y pronto me di cuenta que me había dejado caer, bueno, ahora ya no estaba solo. ¿Cuánto tiempo estoy destinado a amar a alguien? No lo sabía y no quería repetir una historia de autodestrucción por lo que decidí cumplir la visión de Jude.

Jude, el dulce Jude de Aaron.

Jude, cuando tu cuerpo fue enterrado junto al de tu amado, no pude sentir más gozo a pesar de que todos estaban llorando. Pero es lo que tú esperabas para cuando fueran viejos y apestosos.

Latte murió el mismo día que lo enterraron, nadie se lo había esperado. Y después Lobito le siguió, a los 7 días de haber muerto su dueño.

Fue como si su muerte quisiera acabar con todo.

Él era donador de órganos. Y devolvió cuatro vidas con aquellos órganos que pudo rescatar del accidente.

El hígado resultó ser para un hombre de 27 años. Sus pulmones fueron para una mujer de 32, madre de dos hijos, víctima del cáncer de pulmón. Sus riñones fueron a parar en un adolescente de 21 años. Su corazón fue el regalo para una mujer con cuatro años en la lista de espera.

Y les dió una segunda oportunidad a todos ellos. Me sentí orgulloso, el estado natural en el que me encontraba cada vez que lo veía a él y a sus progresos.

No puedo sentirme mejor por el hecho de haberte amado, me hiciste tan feliz que el cielo le hizo justicia a tus ojos, aquel ámbar fue recompensado y puedes escucharme llorar por tu pérdida pero estoy feliz por la dicha que tú tienes, aquella en donde te puedes reunir de nuevo con tu amante y degustar de días coloreados de amarillo, tan lejanos al color azul en el que al principio estabas sometido. Estoy enamorado de ti y tú de él, espero que goces de tu segunda oportunidad, mi amado Jude.

—Ron.

Siete años sin ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora