Epílogo.

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Solo podía pensar en Jude y su nariz fruncida al sonreír, sus ojos ámbar tan amables, su devoción hacia mí y todo aquello que lo había vuelto el amor de mi vida. Cuánto amaba a ese niñato bobo, él era mi refugio en todos los sentidos.

Le pedí a su Dios que lo cuidara. Mantuve esa oración en mi mente mientras los iraquíes nos ponían un paño en la cara y nos mojaban con agua, dándonos la sensación de ahogamiento. Pedí por él y porque no quería verlo perder aquel brillo que lo hacia tan interesante a mis ojos, aunque siendo sincero, era imposible que para mí, aquel sujeto no acaparara toda mi atención.

Bastaba una mirada a sus ojos.

Profundos, sabios y amables; aprendí de él, me encomendé en mis propósitos, discrepábamos y nos arreglábamos, aquellos ojos habían resultado ser el albergue de mis sueños y mis aspiraciones, del ánimo que conseguía en las mañanas al despertar abrazado a su lado y sentirme afortunado de tenerlo.

¿A quién pretendía salvar? Me dejé engañar por ese pensamiento y lo único que había logrado era una pierna afectada y agonía futura al amor de mi vida. Jude había acertado en mi futuro.

Porque Jude era sabio y decía las cosas sin tapujos en mi presencia, no iba escondiendo sus palabras; resultaba hostil en ocasiones pero nunca lo hacía en una crítica, siempre me construía. Jude, el bebé de los gatitos abandonados, aquel que me recibió entre sus brazos para sumergirse en mi ante el deseo de amar, me elevé sobre los cielos en cada caricia compartida, en cada beso otorgado, era una gloria, era un sagrario.

Jude, Jude, Jude.

Mi mente siempre estuvo con Jude, desconectándome del dolor infligido para pensar en el dolor de mi amado, el único que parecía afectarme. Solo pensar en sus ojos perdiendo aquella calidez me hacía sentir responsable, era cierto, lo estaba destinando a la perdición. ¿Pero qué podía hacer? La naturaleza del ser humano es egoísta aún en los mínimos actos, ¿cómo me había dignado de hacer aquello? Lastimar a Jude era imperdonable. Y lo sentía, Dios, como lo sentía; era de lo que más se arrepentía y de lo que seguiría arrepintiéndome aún tres metros bajo tierra.

Iba a pudrirlo y arrastrarlo a su muerte, sería un calvario y una cruz que cargaría hasta el final.

Él será siempre el amor de mi vida.

No había necesidad de repetirlo porque todos lo sabíamos. Él y yo, habíamos nacido para encontrarnos en un vuelo y besarnos en una casa de terror; éramos partícipes del plan universal, de las risas en nuestro departamento, éramos nosotros.

Perdóname, Jude.

Mi pierna se estaba muriendo, el tejido moría y no podía hacer nada para rescatarla, desde aquí podía ver el hueso cuya necrosis se veía expandida. Oh, Jude lloraría al verme así en la morgue, sus ojitos ámbar derramarían miel cristalina.

Por favor, Dios, no dejes que encuentren mi cuerpo. No dejes que él lo vea, se destruiría.

Sé que no podría salir de aquel pozo si lo hiciera.

Tenía el brazo roto, posiblemente tenía un sangrado interno y por lo caliente que sentía mi cuerpo, había agarrado una infección en la herida de la cabeza, tenía fracturadas algunas costillas las cuales me ocasionaban problemas respiratorios.  Ya había vomitado y no me quedaba nada en el estómago para sacar.

Jude.
Por favor, no llores cuando veas mi cuerpo.
Ojalá no lo vieras nunca.

Empezaba a alucinar, probablemente por el traumatismo. Y mis alucionaciones eran un sujeto de cabello castaño y ojos bonitos color ámbar.

Era tan hermoso.

Él era la primera cosa que se me venía a la mente con la palabra: hermoso.

Era igual de alto que yo y amaba pararse de puntitas para ser más alto y besar mi coronilla. Me encantaba cuando jugaba con mis manos y las deslizaba por su cuerpo, me extasiaba cuando colocaba sus manos en mis patillas, delineando mis orejas con la punta de sus dedos; precioso.

Y, estaba frente a mi.

“Ahí estás” hablé en un temblor de voz, me dolía la tráquea, posiblemente por el ahogamiento. Él estaba parado frente a mi, sonriendo en mi alucinación y eso me daba las fuerzas necesarias para resistir todo.

Dulce sonrisa.

“Aquí estoy.”

Veló por mí, siempre con esa sonrisa que le caracterizaba. Me daba fuerzas en mis últimos momentos, en mis baños de agua helada, en mis golpes que no tenían intención de sonsacar información más que divertirse en lo que otros se reponían.

Viví por él.
Viví con él.
Viví para estar con él.
Viví para amarlo con desenfreno.
Viví para ser bendecido por amarlo.

Amor mío, te amé todo lo que pude en esta vida. Y espero hacerlo en la próxima.

Y entonces mis sistemas dejaron de funcionar y me despedí de él, musitando su nombre al techo de concreto sucio, deseando lo mejor para él en un último respiro.

Jude, no me sigas amando más.
Estoy ahí, eternamente a tu lado.

Siete años sin ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora