Él me daba su amor, quitándome dudas respecto a todo, arrebatando las hojas y el tejido de mi dolor. Faltaba poco para llegar a la raíz, en donde yo aspiraba a llegar. Lo quería. ¿Cómo no podía hacerlo? Era una persona excepcional, joven y dulce a pesar de tener el caos y la desdicha en persona frente suyo. Con él aprendí cosas nuevas, a decir mentiras blancas para quererlo.
A veces, creía que era un idiota. Creía amar a Ron aunque muy dentro de mí sabía que esto no era posible, es cierto que el tiempo que puedes tener de conocer a alguien no influye en nada sobre el crecimiento de los sentimientos pero sí sobre su magnitud. Amaba a Ron, pero no de la manera en la que llegué a amar a Aaron; amar a Ron era amar a un amigo y un soporte, amar a Aaron era otro nivel, corazoncitos rosas, flores y colores.
Ron era calma, tranquilidad, descanso.
Él con sus ojos verdes bonitos, me hacía sentir bien. Tal vez no lo suficiente pero tenía la voluntad de amarlo, no tenía por qué apresurarme a amarlo porque cada amor se siente diferente y se vive diferente, si esperaba sentir lo mismo con él al igual que con Aaron, solo me destinaba al fracaso. Y eso lo había dejado atrás, ¿qué perdía con intentarlo?
Ese chico me hacía sentir vivo. Una vez más.
Aún cuando yo no lo pedí, él estuvo profesando su amor y jamás me prohibió hablar de Aaron. Ese fue un gran error porque al darme cuerda, yo sólo evocaba su recuerdo y me martirizaba. Oh, ¿cuántas veces fallaría antes de ser feliz?
Cuando más lo necesité, él extendió su mano en mi dirección, cada vez que yo me quebraba él se aferraba a mí y no me abandonaba. Con él, me sentía auxiliado y me sentía capaz de hacer todo, quería iniciar una vida con él, sin soltarnos, llevándonos despacio en una parsimonía que nos acomodara a los dos, él representaba mi halo de luz, dándome razones para vivir cada vez que me besaba, me hacía soñar y me alejaba de las pesadillas, se convirtió lentamente en mi ilusión de existir, adueñándose de mi destino y de mi mente.
Él, con su afición por las donas y a mimar a mis mascotas, ganándose mi amor en tan poco tiempo cada vez que su pecho se elevaba en un respiro del alma. Me encantaba ser besado por él, me encantaba hacerle el amor en nuestra habitación amarilla, llenándome de luz en cada rincón, arrastrándome fuera del alcance del abismo. Él era maravilloso.
Llegó al punto en el que con solo verlo, me provocaba sonreír lleno de felicidad.
Aaron seguía dentro de mí, mis sentimientos por él no habían cambiado en lo absoluto pero poco a poco lo estaba dejando ir. Tal vez, si existía un más allá, el no podría irse en paz si yo seguía torturándome a ser infeliz. Él era, definitivamente, el amor de mi vida; aquel que duró menos de lo esperado pero que fue sumamente espléndido. De esos amores que simplemente sabes que son para siempre, que marcan un antes y un después y que nada será igual después de esa persona.
Ron besó mi mejilla, llamando mi atención.
“¿Qué pasó?”
“Andas en la luna, mi amor”
No era eso, realmente me sentía capaz de hacer todo, como que todo se estaba haciendo bien y como debía ser, estaba en el momento en el que todos los personajes de series cumplían sus sueños y todo terminaba en un “felices para siempre”, era satisfactorio que todo estuviese tan bien, solo podía esperar a mi final feliz con la persona con la que había decidido pasar el resto de mis días. Bueno, eso fue un poco complicado, siendo sincero, llevábamos poco tiempo saliendo.
“¿Qué debería hacer?” Le pregunté a mis amigos en una salida. Ninguno se veía con una respuesta clara porque por supuesto, todos estaban sin una atadura en el dedo a pesar de que tenían mi edad y el tren se les iba a pasar.
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Siete años sin ti.
Short StoryJude y Aaron han sido pareja por cinco años, todo es perfecto hasta que Aaron se enlista como médico de combate y termina siendo prisionero de guerra por rebeldes en Iraq. Al otro lado del mundo se encuentra Jude, esperando fervientemente a que un d...