♛ V E I N T I N U E V E ♛

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              Estaba helado, mi cuerpo recostado en un asiento, no era algo muy cómodo y menos ver a alguien que amas a punto de llegar a su punto crítico

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              Estaba helado, mi cuerpo recostado en un asiento, no era algo muy cómodo y menos ver a alguien que amas a punto de llegar a su punto crítico. Postrada en una cama estaba la persona la cual aprecio y seguiré teniendo cariño por ella, así pase una eternidad, mi tía. Todavía estaba paralizado al ver lo que pasó ¿Cómo podría ser que el destino es tan malo conmigo? Dos personas que hicieron que llegue a tocar fondo, hoy ellos están a punto de tocar su propio fondo, como quisiera despertar y ver que todo es un triste y desesperado sueño, pero no me puedo seguir mintiendo, las cosas están así, las cartas sobre la mesa, habrá que jugar el juego del temerario destino.

             Aún cabizbajo, pude darme cuenta que los hermosos luceros de ella, se estaban mostrando para suerte mía y de su boca salió unas simples palabras, las más secas que podía permitir su garganta quebradiza.

             ––Jacob –tosió un poco–. Necesito que me hagas un favor enorme –aclaró dejando de lado la poca capacidad de hablar.

             ––No te esfuerces, sé que todo pinta mal, pero saldremos de esta, acabo de llamar a mi madre, no te preocupes ya no tarda en venir –dije limpiándome los sollozos.

             ––Por favor escúchame con mucha atención –volvió a toser–. Quiero que cuides a mis niños y a la mayor le digas toda la verdad, no quiero ocultarle nada, solo díselos, es mi único deseo, temo que después de esta noche no pueda sobrevivir, te pido eso y nada más –habló destruyendo mis débiles esperanzas. No podía decir eso, pero era momento de afrontar la realidad.

             ––L-Lo aré tía, ahora descansa –dije antes de que la puerta de la habitación se abriese.

             Por la puerta pasó una enfermera como de costumbre y detrás de ella apareció mi madre, quien al ver el estado de su hermana, no pudo contener las ganas de llorar, su corazón se había partido tanto como el mío, estaba a punto de quedarme sin nadie en este mundo.

             ––Abelle –dijo mi madre cayendo de rodillas ante su cama.

             ––Mamá no llores todo va estar bien, se fuerte por ella –hablé levantándola del suelo.

             ––Por favor Jacob ¿Podrías dejarme sola con ella? –preguntó mi madre, mirándome con sus ojos empapados de dolor y angustia.

             ––Sí, claro, sólo cuídate –agregué saliendo del cuarto, estaba demasiado débil que ni siquiera pude cerrar bien la puerta.

              Caminé unos pasos, mirando los perjuicios y penurias que pasaban otros pacientes, en cada uno de ellos, más me deprimía, ver la impotencia y la desesperación por querer cambiar algo que el destino ya sentenció, era mucho para mis ojos. De repente sentí algo al cruzar una de las puertas, miré por la ventana y ahí estaba, Abel en camilla, con un gran moretón en la parte de la mejilla y con un collarín que más apretado no podía estar.

               De mis ojos brotaron las más amargas lágrimas, dejando de lado la hora de visita, entré y me senté a lado. Se veía mejor que mi tía, pero aun así estaba en una situación deplorable. Junté mi mano con la suya, en un agarre perpetuo, miraba sus ojos cerrados, mientras los suspiros de amor se hacían más fuerte a cada latido de mi corazón, había cambiado de parecer, mi corazón no era algo que podía ignorar menos cuando estoy frente a él.

                Minutos después sus ojos se abrieron, dejando entreverlos.

                ––¿Jacob? ¿Qué es lo que pasó? –preguntó confundido por el panorama tan plasmante.

                ––Fuiste víctima de un accidente en conjunto, al parecer fue causado por el despiste de un conductor, además de eso mi tía también iba en esa dirección y como nadie se percató del peligro pues se accidentaron. Lo que me pesa es que ella está en peores condiciones que tú, los doctores me han informado que no pasará de esta noche –dije cabizbajo.

                 ––Sólo recuerdo un gran choque ¿Y qué es lo que pasará con los niños? –preguntó con preocupación.

                 ––Me dijo que les diera a conocer toda la verdad, menos a los pequeños, todavía son muy chicos para entenderlo, me a Lucía le debo una explicación, no sé cómo hacerlo, mucho menos sé si podré, más bien ni siquiera sé cómo lo tomarán, estoy en los peores aprietos que el destino podría haberme puesto –dije suspirando de furia y dolor.

                  ––Tranquilo, saldremos de esta –explicó.

                  ––Eso espero –respondí con muy pocos ánimos.

                  De la puerta se adentró la misma persona de hace unos momentos, mi madre. Tenía una expresión de asombro y estupefacción. La miré y con nada más que pararme habló.

                   ––¡¿Conoces al príncipe?! –gritó asombrada, las lágrimas de sus mejillas se secaron de lo más rápidamente posible.

                   ––¿De qué hablas? Yo no conozco a ningún príncipe –dije girando a ver a Abel, quién al mirarme se acomodó, levantándose un poco más.

                    ––¡Sí! Él es el príncipe, y su mamá es la reina –dijo, sin querer mi mente me trajo de vuelta a los suceso del día pasado, por eso su madre se preocupada tanto por la ética y la presentación a los demás.

                    ––¿Eso es verdad? –pregunté dando una expresión de incredulidad.

                    Sólo bastó su aprobación con el movimiento de la cabeza, para que mis ganas de querer pegarle entraran en mí, su resignación no me encajaba en lo cabales.

                     ––¡Cómo pudiste! ¡Cómo es posible que me ocultaras tal verdad, todo este tiempo! ¡Eres un cínico! ¡Por eso tenías que cuidar tu imagen! ¡Eres una persona pública! ¡Por eso se te hacía tan difícil decirles a tus padres toda la verdad! ¡Te odio! ¡Esta vez no te quiero ver jamás! Si, quieres muérete –dije jalando a mi madre de la sala, continuamente del hospital hasta llegar a casa.

                     Minutos después de que llegáramos a la casa no quería hablar con nadie, me había encerrado en mi cuarto contando cuantas veces pude notarlo, pero mi mente se nublaba y no me daba las explicaciones necesarias para deducirlo. Es que soy tan gilipollas.

                     ––¿Hijo, no crees que te excediste? –preguntó mi madre abriendo la puerta con suma delicadeza, se notaba por la manera de cerrarla, como si no fuera algo para ignorar.

                     ––No y no pienso rectificarme, él me mintió –bufé tapándome de pies a cabeza, había llorado mucho este día y estaba seguro que no lo haría de nuevo, aun sabiendo que me mintió. 

MI CENICIENTO© [REESCRIBIENDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora