Noche III

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Algunas personas nunca cambiarían. E incluso si se pensaba que tendrían empatía ante los daños causados, nos abrirían sus brazos y dirían "lo siento". No pasaría.

Evan tenía muy claro eso. Quizás le llevó un par de años aceptar que no importaba cuánto lo intentara, su padre nunca cambiaría. Él nunca se disculparía. Había entendido que no merecía ser llamado padre. Mucho menos humano.

Y le ardía en el pecho cada día. Especialmente este día.

Llegó tarde ese día, pero Sabrina aún no se había ido. Quería pensar que verla lo haría sentir diferente, lo haría sonreír. Estaba totalmente destruido.

Anhelaba la libertad. Deseaba poder tomar las riendas de su vida. No podía soportarlo más. No podía soportar todos esos ataques verbales y físicos porque muy en el fondo, estaba aterrado. ¿Y si todo lo que le gritaba su padre era real y él simplemente no lo había notado aún? ¿Era verdad que era un inútil, una aberración? De solo pensarlo sentía la ansiedad apoderarse de su cuerpo.

Y aún sin saberlo, la chica a unos metros de él, se sentía de la misma forma.

Sabrina estaba tragándose sus lágrimas, aunque era inevitable que algunas de ellas no se deslizaran por sus mejilas enrojecidas.

Entonces cuando la vio, su mundo se detuvo y una opresión se instaló en su pecho.

No podía escuchar del todo la conversación, pero dos chicos de aproximadamente su edad, estaban rodeándola.

—¿Tú crees que le interesas a alguien? Solo mírate, por Dios. Vas a pedirle disculpas a mi novia mañana mismo, ¿entendiste?

Ella no pudo responder. El cuerpo le temblaba.

—Vas a dejar de decir mentiras en el colegio, arrastrada. Porque eso eres, ¿no? Una cualquiera que busca cariño a cualquier costo.

Evan estaba quieto en su lugar. Quiso acercarse, pero el fuerte dolor en todo su cuerpo, especialmente el que provenía de su tobillo no lo dejaron ni siquiera mover un músculo más.

—No vuelvas a acercarte a ellas —. Los chicos se dieron una mirada antes de empujarla e irse de allí, dejando a la chica de cabellos negros echa un total lío por dentro.

Al desaparecer, soltó todas las lágrimas y gemidos que estaba conteniendo. Con lentitud, se sentó en el pasto y dejó salir todo lo que oprimía su corazón y su mente. Sus manos viajaron a su cuero cabelludo, descendiendo a sus brazos y piernas, intentando protegerse de una presencia amenazadora que no se encontraba más allí.

Se levantó de golpe, tomando sus cosas y se fue de ese lugar prácticamente corriendo, limpiándose las lágrimas, repitiéndose internamente que todo era su culpa.

Evan la vio irse, sintiéndose mucho peor que antes. Se dejó caer en la hamaca gimiendo del dolor. Era consciente de todos los hematomas que tenía su cuerpo, pero ningún dolor físico podría superar lo que sintió al ver eso.

Sentía rabia, impotencia. Su puño se cerró. Quiso gritar; pero no pudo hacer más que sentir una opresión en el pecho, acompañado de un nudo en la garganta y las fuertes lágrimas que empezaron a salir sin parar.

No hay peor dolor que el dolor del corazón. No puedes tenerlo entre tus manos: mimándolo, sanándolo. El dolor del corazón solo lo puede curar otro corazón, ¿pero cuál si se vive en soledad?

Hasta Las Estrellas [Resubiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora