Capítulo 1 - No todo es lo que parece

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Aunque ya hacía semanas que había llegado el otoño, los días aún eran cálidos. Ese día, como cada mañana, Bella y Bestia salieron a dar un paseo sobre el pequeño manto naranja que comenzaba a cubrir el jardín. Acompañados del susurro de la brisa que mecía las hojas de los árboles, llegaron hasta la fuente central del jardín, donde Bella se sentó en uno de los bancos que rodeaban la fuente.

Desde aquel sitio cualquiera habría tenido una perfecta vista del camino que atravesaba el jardín, la solemnidad del castillo al fondo, y por supuesto habría podido disfrutar de la fuente que se encontraba a sus pies, una fuente coronada por la majestuosa estatua de un ángel que, gracias a los juegos de luces y sombras que producía el agua, cualquiera habría dicho que se trataba de un ángel de verdad que comenzaría a volar en breves. A pesar de todo, Bella no le prestó a esta visión más atención de la que le otorgaba cada día pues, tras sentarse, comenzó a leer el libro que llevaba consigo. Bestia, sin embargo, cada día que paseaba en compañía de Bella era capaz de descubrir algo nuevo, y este día no sería menos.

Bestia se acercó a unos arbustos que crecían bajo un árbol. Le llamaron la atención los pequeños tonos azules que aparecían entre el verde característico de los arbustos que adornaban el jardín. Al observarlos más detenidamente se percató de que se trataba de unas flores casi diminutas, mucho más pequeña que una de sus garras, y con un fuerte color azul.

—Bella ¿puedes venir un momento?

—¿Qué ocurre? —contestó mientras levantaba la vista de su libro.

—¿Habías visto esto antes?

—¿El qué? —dijo mientras se levantaba y se acercaba hacia Bestia.

—Esas flores —le contestó mientras se las señalaba.

—A ver... ¡Ah! ¡Qué bonitas!

—¿Sabes cómo se llaman?

—No, no lo sé. Me atrevería a decir que es la primera vez que las veo, o por lo menos la primera vez que me fijo en ellas.

—Son tan pequeñas que no me había dado cuenta de que estaban ahí hasta hoy. Pensé que tú sabrías cómo se llaman.

—Eso tiene fácil solución. Seguro que en la biblioteca encontramos algún libro que lo sepa –dijo Bella mientras se ponía de pie—. ¿Vamos? —Bestia asintió.

Los dos se pusieron rumbo a la biblioteca del castillo. Una vez que dejaron atrás el jardín Din Don salió a su encuentro con cara de preocupación.

—Amo... ¿podría acompañarme un momento?

—¿Qué ocurre?

—Creo que es mejor que lo vea con sus propios ojos.

—¿Qué habéis hecho ahora? —le contestó Bestia con cara de fastidio—. Bella, adelántate tú, en cuanto acabe con esto iré yo. Espérame allí.

—Tranquilo, seguro que acabas antes de que encuentre alguna pista sobre el nombre. Allí estaré.

Bella se marchó hacia la biblioteca y Bestia fue tras Din Don.


La biblioteca era uno de los espacios más amplios del castillo. Estaba formada por estanterías repletas de libros que se extendían por toda la pared a lo largo de tres niveles y cada uno a su vez se encontraba dividido en pequeñas salas. Para conectar cada uno de estos niveles existían diferentes escaleras de caracol talladas en madera y adornadas cada una en su base por dos esculturas de piedra que representaban a leopardos sentados preparados para proteger el conocimiento que allí se guardaba.

Bella se dirigió hacia una de las salas de la segunda planta, donde se encontraban la mayoría de libros dedicados al estudio de la naturaleza, y comenzó a buscar entre los lomos desgastados de las estanterías con la esperanza de encontrar algún tomo que tratase sobre flores o plantas.

—Aves terrestres y aves acuáticas... Granos y legumbres... —leía mientras pasaba con la vista de un título a otro— Historia de las hortalizas... La salud del jardín. Tratado de hierbas y plantas. ¡Ah! Este puede servirnos— dijo cogiendo el libro a la vez que empezaba a hojear sus páginas.

De repente, mientras se dedicaba a buscar algún tipo de flor que se pareciera a la que acababa de ver en el jardín, algo empujó a Bella por la espalda, haciendo que ésta se desplomara bruscamente hacia el suelo en medio de un grito.

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—¡Venga! ¡No puedes hacerme esto ahora! —le decía el Doctor a su TARDIS mientras tocaba diferentes mandos de la consola— Tiene que haber alguna forma... — se colocó sus gafas y se acercó al monitor de la TARDIS— Esto no tiene ningún sentido ¡Ningún sentido! ¿Me oyes? ¡No puedo hacer todo el trabajo yo solo sin un poquito de tu ayuda! —la TARDIS le contestó con un sonido que pareció más un reproche de enfado que otra cosa— Vale, vale, no te enfades. Pero entiende que quien se dedica a traducir eres tú, bueno, y también eres la que recoge los mensajes. Pero aun así, yo solo no soy capaz de saber qué significa esto.

El Doctor continuó girando en torno a la consola de la TARDIS hasta que tuvo una idea. Se pasó la mano por el pelo rápidamente y tiró de una de las palancas.

—¡Si esto no funciona, me rindo!

De repente la TARDIS empezó a tambalearse mientras emitía sonidos intermitentes. El Doctor intentaba mantener el equilibrio hasta que de pronto se escuchó una explosión seguida de un grito y un golpe seco. Fue entonces cuando el Doctor vio lo que había sucedido. Una mujer joven con un libro en la mano había aparecido en el suelo de la TARDIS por arte de magia.

—¿Qué?

—¿Qué ha pasado? —Dijo la joven intentando incorporarse.

—¿Qué?

—¿Qué es esto? ¡¿Dónde estoy?!

—¡¿QUÉ?!

El Doctor no podía creer lo que estaba pasando. Otra vez.



Susurros en piedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora