Capítulo 7 - Caída y pérdida

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Los cuatro se dirigieron hacia la fuente donde se encontraba la estatua que había preocupado a Din Don en los últimos días.

Se trataba de una fuente de planta octogonal sobre la que se elevaba una plataforma circular de tamaño menor que recogía el agua que manaba de la pieza superior, formada por una pequeña peana en la cual se alzaba una majestuosa estatua de un ángel apoyado sobre un pie, como si acabara de aterrizar buscando ofrecer ayuda en forma de agua, la cual se deslizaba y caía por una de sus manos.

—Din Don ¿esta es la estatua?

—Así es, Doctor. ¿Ve usted a lo que me refiero?

El Doctor observó detenidamente la estatua desde diferentes ángulos a la vez que Din Don y Lumière se encargaban de no parpadear ni un segundo. Mientras tanto, Bella aprovechó para sentarse en el borde de la fuente, al igual que había hecho esa misma mañana minutos antes de desaparecer.

Tras analizar el ángel durante un rato, el Doctor se rindió ya que no encontró nada que pareciera extraño a simple vista.

—Lo siento mucho, Din Don, pero esta vez no soy capaz de ver el problema. ¿Qué es lo que ocurre?

—Verá, aquí el problema no es la estatua en sí, sino más bien lo que ha provocado.

Din Don miró un momento la posición de la estatua y se acercó al lugar en el que Bella estaba sentada.

—Bella, por favor ¿podrías levantarte un momento?

—Claro, pero ¿qué ocurre? —contestó Bella mientras se levantaba.

—Mirad —dijo Din Don señalando al borde de la fuente, cerca de donde Bella acababa de levantarse.

Todos miraron hacia donde señalaba Din Don.

—Din Don, admito que tenías razón con lo de las estatuas del pasillo, pero esto es abgsurdo. Sólo es agua movida por el viento.

Din Don les acababa de mostrar una zona del borde de la fuente en la que salpicaban algunas gotas procedentes del agua que caía de la mano del ángel. Debido a esto, había empezado a aparecer musgo.

—¡Esta fuente es una de las mejores piezas de las que disponemos en el jardín! Perfectamente simétrica y perfectamente colocada para que no salpicara agua por ninguno de sus bordes. Sin embargo... —Din Don señaló con un dedo acusador a la zona con musgo— ¡ha aparecido esto!

—¡Vaya! Siempre me siento ahí, pero no me había fijado en ese detalle hasta ahora.

—Por favor, Din Don, explícate.

—A lo que me refiero, Doctor, es que nunca había aparecido musgo en la fuente. Es decir, que ha aparecido por el agua que cae en esta zona.

—Lo que yo digo, el viento —lo interrumpió Lumière tajantemente.

—¡Que no! El problema no es el musgo, el problema es el agua. Aquí nunca había caído agua porque era imposible que llegara. La estatua está colocada justo en el centro de la fuente y el agua de su mano no podría llegar aquí a no ser que hubiera muchísimo viento.

El Doctor parecía cada vez más intrigado con aquella historia.

—Pero que cayeran algunas gotas los días que hace mucho viento —intervino el Doctor de forma cómplice— no sería suficiente para que surgiera ese musgo ¿no?

—A eso me refiero. Desde hace poco tiempo está cayendo agua en esta zona. Agua que procede de la propia estatua, y eso solamente puede ser consecuencia de que la estatua ¡ha cambiado de posición!

Tras esta afirmación se produjo un silencio.

Lumière pensó que por primera vez, las imaginaciones de Din Don eran reales y que probablemente esta vez sí que existía un peligro de verdad para todos los residentes en el castillo.

Bella reflexionó sobre todas las veces que se había sentado en aquel mismo lugar sin conocer el peligro que corría, ya que casi todas las mañanas que salía al jardín con Bestia se sentaba allí.

Sin embargo, el Doctor, no dedicó su tiempo a pensar en el peligro que se cernía sobre ellos, sino que se fijó en cómo unas cosas contradecían a otras. «Es posible que las estatuas del pasillo hayan cambiado de posición, pero esto del musgo me hace pensar que detrás de esto hay algo más, pero no sé qué es» pensó para si.

Finalmente, fue el Doctor el que se decidió a romper el silencio.

—Dime, Din Don, ¿cuándo te diste cuenta de que había aparecido esto?

—Pocos días después de que Bella llegara al castillo. Fue entones cuando noté que esa zona estaba empezando a estar húmeda. Recuerdo que el primer día que vi un poco de musgo casi me da un infarto. A partir de ese día empezó a aparecer cada vez más y más, hasta llegar a lo que estamos viendo ahora mismo.

—Entiendo... ¿Podríamos decir que todo esto pasó poco a poco?

—Sí, así fue.

—Por favog, Din Don, creo que no deberíamos entretener más al Doctor con asuntos sin importancia —intervino Lumière.

—Creo... —comenzó a decir Bella a la vez que se acariciaba la barbilla— Creo que Din Don tiene razón. Doctor, según lo que nos has contado, los ángeles llorosos pueden moverse normalmente hasta que alguien los ve y se quedan paralizados ¿verdad?

—Exactamente —confirmó el Doctor.

—Entonces... este musgo no tiene ningún sentido que haya aparecido aquí poco a poco...

—¿A dónde quieres llegar?

—¡Debería haber aparecido de golpe!

—¡Eso es! —respondió el Doctor a la vez que se llevaba su mano al flequillo—Pero lo importante es... ¿por qué?

—Cuando no conozcas algo... ¡búscalo!

Y diciendo esto, Bella subió de un salto al borde de la fuente, buscando aproximarse todo lo posible a la estatua para poder examinarla más de cerca.

Din Don y Lumière se sobresaltaron al observar como Bella se encontraba cada vez más cerca de aquella estatua; estatua que podría ser, como les había contado el Doctor, una de las criaturas más peligrosas del universo.

—¡Bella! ¡Cuidado, puede ser muy peligroso aunque no parpadees! —exclamó el Doctor.

Bella hizo caso omiso a las advertencias del Doctor. Su cabeza se encontraba ahora a la altura de la cadera de la estatua, y aunque sabía que por mucho que se esforzara le faltarían algunos centímetros para lograr tocar el cuerpo del ángel, decidió alzar su mano hacia el lugar más cercano de la estatua: el brazo estirado cuya extremidad ofrecía el chorro de agua.

—Le he dado la espalda todos los días y no me ha pasado nada, seguro que no ocurre nada por acercarse un poco —aclaró Bella a la vez que rozaba la escultura.

Todo ocurrió muy deprisa. El Doctor sabía que no podía ocurrir nada bueno e intentó retirar a Bella del ángel lo más rápido que pudo, pero no llegó a tiempo. Lo único que se escuchó fue cómo una voz distorsionada que salía del cuerpo de Bella llamaba al Doctor: «¡Doctor! ¡Doctor!», seguido de un golpe seco.

Susurros en piedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora