Capítulo 1

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Mía camina atropelladamente dándome la mano, parece que va a pisarse y caerse en cualquier momento, pero desde que ha aprendido a andar casi no quiere que la coja en brazos.
Esbozo una sonrisa y observo como se frena en seco al ver uno de sus cordones desatados.

—¿Api?—me mira

Sonrío y la cojo en brazos.

—Al llegar al parque te lo ato, ¿vale?

Se abraza a mi cuello y balbucea mientras vamos caminando. Mala cosa hice al dejar el carro en casa, pues no he traído siquiera una botella de agua.

Al llegar al parque me siento en la hierba para atarle los cordones a Mia.
En cuanto termino tira de mí para que la lleve al columpio. La subo y me pongo detrás para impulsarla un poco mientras ella ríe. Al hacerlo me doy cuenta de que hay una chica sentada en la hierba moviendo su brazo hábilmente sobre una librete. Debe de estar dibujando. La observo con atención, juraría conocerla, pero veo muchas caras todos los días. Tal vez sea una fan.

Se da cuenta de que la miro y levanta la cabeza hacia mí. Arruga el entrecejo unos instantes y se mueve incómoda. Mantiene la vista sobre mi unos segundos para luego bajarla a su libreta. Muerde el lápiz, suspira, cierra la libreta, se levanta y se va.
He dejado de empujar a Mía y ella balbucea enfadada.

—Api.

—Voy, voy. Eres mandona como tu madre, ¿eh?—sonrío de lado

Erika me traía recuerdos agridulces. Toda nuestra historia parecía un cuento de hadas (excepto el año que estuve tratando de conquistarla) pero mis insinuaciones de irme de Madrid y de España hicieron que se fuera, ambos merecíamos una relación mejor en la que no discutiésemos.
Todavía escocía la ruptura.

Mía ríe mientras la impulso. Apenas se da cuenta de lo que pasa a su alrededor, de que sus padres no volverán a estar juntos, de que crecerá sin vivir en un sitio fijo. Pero crecerá feliz, lucharé por ello.

La brisa del atardecer me hace abrochar la chaqueta a Mía para que no se resfríe, es la mejor hora para ir al parque por la poca gente que hay, pero el tiempo que pasamos en él es menor para respetar los horarios de sueño de la pequeña.
Me mira mientras abotono la chaqueta. La saco del columpio.

—Vamos al tobogán, ¿vale?

Mía me mira con su entrecejo arrugado pero no dice nada.
La pongo en lo alto del tobogán de niños de su edad y, tras rodearla con mi brazo, la impulso hacia abajo. Ella no para de reír y consigue sacarme una sonrisa.
Me tocan el hombro y me giro. la chica de la libreta me tiende el gorro de Mía, que en algún momento debió de salir volando.

—Gracias—sonrío y lo cojo

Ella se encoge de hombros, se da la vuelta y se va. Mía balbucea para que la vuelva a tirar por el tobogán, pero decido que es hora de volver a casa, esa chica va en dirección a nuestro barrio y quiero averiguar más de ella.

                               (...)

—Bueno, princesita, nos vemos en unos días—la estrecho entre mis brazos dulcemente y beso su cabeza

Erika sonríe y coge la bolsa con las cosas de nuestra hija mientras yo la pongo en el carrito.

—Hasta el martes—sonríe y se despide de mí con dos besos

Cierro la puerta cuando las veo alejarse y suspiro. La casa sin ninguna de las dos está muy vacía.
Decido salir a pasear a Hooki para despejarme.

—¡Hooki! ¡Vamos, chico!

Llega corriendo y trae la correa entre los dientes, sabiendo que lo voy a sacar a pasear.
Le coloco la correa en el collar y salimos de casa.
Caminamos barrio abajo, pasando por delante de las casas de mis compañeros. Al llegar a la de Gabi sé que es momento de dar la vuelta y volver a casa, pero al ver quién sale de ella decido quedarme un poco más.

Observo como la chica de la libreta cierra el portal y se dirige al camino que lleva al parque. Hooki me mira.

—¿Vamos al parque, campeón?

Mueve el rabo, lo que me tomo como un sí. Sigo a la chica con una distancia prudente, en apenas ocho minutos estaño en el parque. Ella se sienta en el mismo lugar donde la vi por primera vez y yo continúo caminando con Hooki. En mi cabeza solo entra el hecho de que haya salido de casa de Gabi. ¿Acaso es la chica que le limpia la casa? No, de eso se ocupan Gabi y su mujer.
Pensando y pensando me he alejado demasiado. Decido volver, por lo que vuelvo a pasar por delante de la chica. Puedo ver una de las hojas de su librera, no dibuja, escribe.

—Vámonos a casa, campeón—le digo a Hooki

                                 (...)

Mía viene corriendo hacia mí para que la coja.

—¡Hola, princesita!—la estrecho entre mis brazos

Erika se acerca con el carrito y sus cosas para dejarlas en casa. Lendoy dos besos.

—Paso a recogerla el viernes—sonríe

—Sí. Oye, Er...

—Dime.

—¿Crees que las vacaciones de Navidad las podrá pasar conmigo? Ya sabes, no tengo mucho tiempo y esos días los tengo libres.

—Supongo que querrás llevarla a Maçon—asiento—. Lo vamos viendo, mis padres también quieren verla.

Asiento de nuevo. Erika sonríe y, tras darle un beso a Mía se va.
Miro el reloj.

—¿Vamos al parque?

Mía asiente y se abraza a mi cuello.

—Me echabas de menos, ¿verdad? Yo también a ti...

Esta vez llevo a Mía en el carrito. Ella va balbuceando una canción de las que le pone Erika y yo nunca he soportado por su tono infantil y ridículo. Miro hacia la hierba del parque, después de una semana viéndola todos los días con su libreta en los paseos rutinarios con Hooki se me hace muy raro no verla. Me muero por saber quién es y cuál es su nombre. Pero ninguna de las veces que la he seguido me he atrevido a preguntarle cómo se llama. He de hablar con Gabi.

Yo No Te Pido La LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora