Capítulo 8

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Las puertas del ascensor se abren en el séptimo piso del edificio y el cuarto de recepción parece un caos total, un poco más y no cabe ni un alfiler dentro de esta sala. Camino con dificultad en medio de las personas y golpeo con mi maletín, sin querer a una de las niñitas que estaba tomada de la mano de su madre, y lo que faltaba en medio de todo este alboroto, la pobre se suelta en llanto a grito extremo, como si tratara de conseguir algo a cambio.

La madre intenta calmarla con caricias, pero estas no parecen complacer a la niñita. Mis ojos se dilatan, parecían que fuesen a ser regados por un gotero, pero en este momento no podía creer el extremo de su berrinche, se revolcaba por todo el suelo; la mujer tira a su otro hijo también al suelo y este empieza a imitar a su hermana mayor; la señora entrando en pánico y pena quizás, decide en medio de su desespero darle un par de palmadas que a lo que pude ver dejó su mano roja.

Como los golpes de la mujer no logran calmar a la chica, me echo al suelo y abro mi portafolio en busca de algún dulce. Los dulces me ayudan en todo momento, el azucar ayuda a mejorar mis peores melancolías de amor y en este caso de una berrieta. Para mi suerte, se ha quedado trabado el broche plateado; le doy un par de golpes y no funcionaba, aplico toda mi fuerza y no funciona. Me comenzaba a desesperar igual que la señora, así que mi última opción era lanzarlo al suelo para que así abriera, lo tomo en medio de mis manos y lo tiro con todo vigor al suelo y este se abre, pero la cosa empora cuando todos mis papeles quedaron regados por todo el lugar.

Al final la chiquilla se abalanza a la gran paleta de colores que queda expuesta en medio de los papeles regados, la mujer la reprende por haberla tomado y yo solo le dedico una sonrisa de amabilidad, la señora obliga a su hija agradecer y ella lo hace en medio de las lamidas que le estaba dando a su paleta.

— ¿Qué está pasando aquí? —Le hablo a Martica que está en la misma posición mía ayudándome a recoger los papeles.

—Todos los abogados están ocupados con clientes, —Golpea un gran grupo de hojas contra el suelo buscando darle un poco más de orden. —pero el señor de la Riva no ha salido de su oficina, desde que entró a su ofician con una mujer. —Me entregó el manojo de papeles. —Y mucho menos tampoco me atrevo a tocar porque no deseo ver las cochinadas que puede estar haciendo. —Suelto una risa y niego con la cabeza a la idea de lo que estaba planteando Martica y posible verdad que estaba haciendo Samir en su oficina.

Nos colocamos en pie, suelto un soplido con desánimo y busco incorporarme rápido a la caótica realidad.

—Por favor una botella con agua en mi oficina, Martica. —Hago tronar mi cuello y me dirijo a mi oficina.

No podía creer que Samir estuviera haciendo aquello a lo que Martica se refería, así que solo abrí la puerta de su oficina y lo que todos se imaginaban era más que obvio.

—Perdón no quería molestar. —Digo sin ser cierto aquello.

La mujer estaba sentada en la ranura del escritorio, la pobre ya estaba sin camisa y Samir traía todo su pecho descubierto. El par de pervertidos traían el cabello bastante desordenado.

—Quítate, —La mujer empuja a Samir de encima de ella. — te dije que no era buen momento.

—Para el sexo siempre el momento es correcto. —suelta una risa entre dientes.

Salgo de la oficina de Samir obviamente dejándolo la puerta bien cerrada para que pudiera vestirse. No pensaba correr con todos esos clientes yo solo, lo había hecho con toda la intención del mundo.

—Buenas tardes. —Saludo a la mujer que está de espaldas a mí.

—Buenas tardes señor Clayton. —Ella se gira y su aspecto era extraño, traía una manta enredada en su cabeza, un par de anteojos oscuros y grandes en sus ojos, y estaba cubierta todo su cuerpo.

Razones Para EnamorarnosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora