Buenas noches, querido Gastón ––dijo Marguerite a mi compañero––. Me alegro
mucho de verlo. ¿Por qué no ha entrado usted en mi palco del Variétés?
––Temía ser indiscreto.
––Los amigos ––y Marguerite hizo hincapié en esa palabra, como si quisiera dar a
entender a los presentes que, pese a la familiaridad con que ella lo recibía, Gaston no era
ni había sido nunca más que un amigo––, los amigos nunca son indiscretos.
––Entonces, ¿me permite usted que le presente a Armand Duval?
––Ya había autorizado a Prudence para que lo hiciera.
––Además, señora ––dije entonces, inclinándome y consiguiendo a duras penas emitir
sonidos inteligibles––, ya tuve el honor de serle presentado.
Los ojos encantadores de Marguerite parecieron buscar en su recuerdo, pero no
recordó o pareció no recordar.
––Señora ––proseguí––, le agradezco mucho que haya olvidado aquella primera
presentación, pues estuve muy ridículo y debí de parecerle muy aburrido. Fue hace dos
años en la Opera Cómica; yo estaba con Ernest de***.
–– ¡Ah, ya recuerdo! ––repuso Marguerite con una sonrisa––. Pero no estuvo usted
ridículo; fui yo la que me puse en plan bromista, como aún sigo haciendo a veces,
aunque menos. ¿Me ha perdonado usted?
Me tendió su mano, y yo se la besé.
––Es cierto ––prosiguió––. Imagínese, tengo la mala costumbre de querer poner en
aprietos a la gente que veo por primera vez. Es una estupidez. Mi médico dice que es
porque soy nerviosa y estoy siempre delicada: crea a mi médico.
Pues tiene usted muy buen aspecto.
––¡Oh, he estado muy enferma!
Ya lo sé.
–– ¿Quién se lo ha dicho?
––Todo el mundo lo sabía; vine con frecuencia a preguntar por usted, y me alegré
mucho cuando me enteré de su convalecencia.
––No me han entregado nunca su tarjeta.
––No la dejé nunca.
–– ¿No será usted el joven que venía a preguntar por mí todos los días durante mi enfermedad y que nunca quiso dejar su nombre?
––Yo soy.
––Entonces es usted más que indulgente, es generoso. Usted, conde, no hubiera hecho
eso ––añadió, volviéndose hacia el señor de N..., tras haberme lanzado una de esas
miradas con las que las mujeres completan su opinión sobre un hombre.
––Sólo hace dos meses que la conozco ––replicó el conde.
––Y el señor sólo hace cinco minutos que me conoce. No dice usted más que tonterías.
Las mujeres son despiadadas con las personas que no son de su agrado.
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La Dama de las Camelias
Classicsde Alejandro Dumas (hijo) La dama de las camelias, publicada por primera vez en 1848, es una novela firmada por Alejandro Dumas (hijo). Esta obra está inspirada en un hecho real de la vida de Alejandro relativo a un romance, que tuvo lugar en 1847...